sábado, 2 de junio de 2007

OSADO TORO







Einar Goyo Ponte


No es que el quehacer musical tenga que ser una aventura heroica, pero a mí, como melómano siempre me han atraído tremendamente los riesgos, y la gente que suele tomarlos. Es una de las lecciones que se obtienen de tanto escuchar a Beethoven, Mozart, Brahms o Verdi. Es prácticamente palpable la manera como tuvieron valor de reinventarse a sí mismos. Mozart lo hacía prácticamente a diario y casi inconscientemente; Beethoven para escapar del handicap de su propia sordera, Brahms para librarse del fantasma de Beethoven, que él creía que lo perseguía, y Verdi, quien en su dorada vejez, abjuró de su propio y triunfante estilo, para escribir sus dos más grandes óperas, disímiles entre sí y a sí mismo.
Son las trampas del estilo, el cual una vez logrado y hecho propio, puede encadenarte y convertirse en fórmula, sobre todo si ésta es exitosa. Así que si la celada está lista para los compositores, cómo no va estarlo para los intérpretes. Esa línea delicada, pero certera, entre el creador y el intérprete, tiene como regla de oro, una muy sencilla: tomar el riesgo.
Es la reflexión que nos asalta en mitad de la audición del nuevo disco de Luis Julio Toro: su Toro solo, y en mi caso particular, en plena ejecución de la Chacona de la Partita No 2, de J.S. Bach, que siempre me ha parecido una de las más altas y complicadas cimas de la música occidental, tanto que después de ella, ésta pudo haberse acabado para siempre. Cuando uno escucha lo que Toro hace con esta insondable pieza, cómo la traduce a su instrumento, cómo logra no sólo vencer sus incontables dificultades, sino transmitirnos humores y atmósferas distintas, en cada uno de sus pasajes, y más aún, hacernos olvidar que no está escrita originalmente para la flauta, lo que pensamos es: ¡Ya está! ¡Qué madurez la de este músico! ¿Qué puede detenerlo ahora? ¿Quién podrá nunca más hablarle de limitaciones?
Este disco es inédito en Venezuela. No sólo por la empresa misma que significa, disponer para tocar con la flauta, sin más acompañamiento, un número de piezas no pensadas para el instrumento, junto con otras especialmente compuestas para él, sino por la osadía de ejecutarlo, a este nivel de inapelable excelencia. No la que nos satisface académica o técnicamente (¡que maravilla de respiración, qué destreza de digitación!), sino aquella que corta el aliento, que no nos permite creer en el instante lo que estamos escuchando, desde el propio inicio, con los extraordinarios valses de Lauro, cuyo principal riesgo estribaba en la asociación casi inmediata que los oyentes haríamos con los originales para guitarra, prurito que se disuelve en el primer minuto de Angostura, y que ya en Natalia es un olvido; con las Variaciones imposibles, de Paul Desenne, donde nos divertimos persiguiendo las asociaciones que hace entre el América, de Leonard Bernstein, y la Missión: Impossible, de Lalo Schifrin, sin dejar de advertir la sutil ironía de la obra, gracias a la soltura con que Toro la ejecuta, y con los aires más familiares y festivos de El bachiano, donde Raimundo Pineda mezcla figuraciones del genio alemán con las formas del joropo oriental, fusión en la que Toro es ya experto.
Quedan los Bach del disco, con evocación de Toro a Glenn Gould, otro gran arriesgado. Ya hablamos de la Chacona. Con esa misma medida valoramos las progresiones y virtuosismo que escuchamos en la Partita en la menor, el Preludio para órgano No. 22 (!), y la Giga, de la Partita No. 2. Es como si nunca las hubiésemos escuchado en la voz de otro instrumento.


Luis Julio Toro. Toro solo. Producción independiente, Caracas, Venezuela, 2006.

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