sábado, 5 de abril de 2008

CUERDAS HISPANAS Y CRIOLLAS



Einar Goyo Ponte

La semana inicial del Primer Festival Encuentro de Artes España-Venezuela incluyó veladas camerísticas de cuartetos de cuerda, instrumentos de viento, y ensambles de metales, con programas mixtos que incluían lo contemporáneo, lo popular y lo clásico. Decidimos ir a aquel donde era más evidente la convergencia musical de ambas naciones: el del viernes 28 de marzo, con la participación de sendos cuartetos de cuerda, en la Sala José Felix Ribas.
Primero, el Quixote Cuartet, de España, de muy reciente nacimiento (apenas 2 años como agrupación), formado por cuatro muy jóvenes integrantes. No obstante esta apariencia de bisoños escuchamos a dos chicas, violín 2 y viola, y dos chicos, violín 1 y cello, excelentes músicos poseedores de un bellísimo sonido de ejecución: brillante, delicado, con dos expresiones contrastantes, pero absolutamente armónicas. Las chicas atan a la tierra y a la ecuanimidad la interpretación, mientras, en los extremos, los muchachos impulsan el fraseo apasionado y la febrilidad más dionisíaca, con los instrumentos de sonoridad más prístina y noble, pero ellas tejen inequívocamente el equilibrio.
Todo esto lo dejaron de manifiesto en la obra escogida: el Cuarteto en mi bemol mayor, Op. 12, de Felix Mendelssohn, muestra de una obra de cámara que urge redescubrir, y que revela a un compositor más profundo, intimista y delicado que el de sus sinfonías u oberturas. El sonido límpido del Quixote labró una atmósfera de introspección casi religiosa, con exploración de simas profundas pero no como abismos sino como espacios donde una luz, tenue, melancólica hace emotivas hogueras.
Casi en la antípoda se situó nuestro Cuarteto Simón Bolívar, quienes tocan con una pasión y un mordente más eruptivos, rudos y urgentes. Hay en ellos menos preocupación por la cualidad eufónica del sonido, que por la contundencia de la ejecución. En música de cámara yo soy más partidario de un equilibrio, de un trabajo de concatenación y sincronía de timbres, por una diáfana yuxtaposición de voces, una invisible arquitectura de estructuras melódicas y armónicas, pero el ímpetu y la rotundidad de los cuatro chicos criollos es inapelable y a nadie deja indiferente.
También escogieron una obra donde esos rasgos tan suyos les reportarían los mejores beneficios: el Cuarteto No. 2 en la menor, Op. 51, de Johannes Brahms, uno de los únicos tres que publicara después de echar al fuego más de veinte, buscando siempre un equilibrio que le era obstinadamente esquivo, como se nota en los estallidos y crescendi del allegro ma non troppo inicial, y que en la versión del Simón Bolívar casi se declara irreprimible por el desafuero. Sin embargo lograron un momento de intensa imbricación y expresividad en el Andante moderato, para luego eclosionar con arrestos casi sinfónicos en el Finale, de ímpetu húngaro, vena que a Brahms fascinaba para concluir su música de cámara.
Como encores, los músicos venezolanos deleitaron a la audiencia con versiones para su distribución instrumental de “Estrellita”, de Manuel Ponce, “La cumparsita”, de Matos y Contursi, y un mosaico de boleros y valses venezolanos, de elegante gusto en los arreglos.
Un paso armónico desde aquella intimidad europea a la nuestra más mediterránea y caribe.

Agregamos aquí el tercer movimiento del Cuarteto de Brahms interpretado, que da cuenta de esa inquietud interior tan propia del compositor.

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