martes, 1 de mayo de 2012

NO MAS PAN Y CIRCO: ...¡MUSICA Y CIRCO!

Einar Goyo Ponte

(Fotografías de Luisa Himiob)

Con una expectativa que rayaba en el misterio, llegó el Cirque de la Symphonie, espectáculo multidisciplinario, combinatorio, de manera muy hábil, de la poderosa música sinfónica -con el agregado de su presencia y ejecución en vivo por una orquesta completa, en la misma distribución con la que se interpreta el repertorio estándar de las grandes salas del mundo, con autores básicamente románticos-, y las suertes del circo, en lo relativo a las acrobacias, actos de fuerza, equilibrio, destreza y gracia, más una economía de recursos y producción que lo hacen particularmente maleable y transportable por el orbe entero, donde una orquesta y un teatro se encuentren disponibles.

Un espectáculo como el descrito podría suscitar suspicacias, habituados como estamos al fasto y a la costosa superproducción como garantías de calidad (aunque no siempre protejan contra la decepción). Y efectivamente, al analizarlo desapasionadamente encontramos abundantes concesiones: un plantel de ocho artistas, una elemental iluminación, una parrilla en lo alto, cuerdas, sedas, una o dos poleas, nula escenografía, un espacio en la programación regular de una orquesta. Sin embargo, el resultado final, y este es el gran mérito de Piazza-Oscher Producciones, gracias a quienes pudimos presenciarlos, es el del goce de un espectáculo efectivo y singular, como en la escena musical hace ya tiempo que no se veía por estos lares.

Quizás en una desmedida abundancia de fragmentos orquestales, para lucimiento de nuestra Sinfónica de Venezuela, dirigida con pulso firme y expresivo por el Maestro Alfredo Rugeles, pues no se explica uno tanto descanso de tan pocos artistas y a riesgo de vulnerar el ritmo del espectáculo, escuchamos sin otro aliciente escénico y en una amplificación sonora, de muy buena intención, pero aún distante del sonido profundo y suntuoso de la orquesta en acústico, ocho largos minutos de la Obertura Carnaval, de Anton Dvorak que preludian el lento primer número circense, luego, como antesala del último número, otro intermedio; dos más apenas comenzado el Acto II, y luego de la mitad. Son protagonismos de la orquesta, es cierto, pero no es ella el centro del espectáculo y menos con ese sonido artificial.

Así que nos concentraremos en los números que dan nombre al espectáculo del Circo de la Sinfonía. La primera artista en subirse al escenario de la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño fue la acróbata Christine Van Loo, quien hizo bonitas pero no demasiado impactantes piruetas sobre la tersa música del Poco Allegretto de la 3ª. Sinfonía, de Brahms.

La siguieron, en un casi bizarro número, los bailarines-contorsionistas Sagiv Ben Binyamín y Aloysia Gavre, esta última la bailarina de aspecto más masculino que haya visto, pero ello es debido al trabajo de sus músculos, en una disciplina como esta y como la que desarrollará en el número que cierra este primer acto. La Gavre viene del Cirque du Soleil y Ben Binyamín es israelí. Ambos bailan un extraño tango de contorsionismo extremo sobre dos fragmentos de estirpe andaluza, tomados del Capricho español, de Nikolai Rimski-Korsakov.

Con el marco de la brillante música de la ópera Carmen, de Georges Bizet, el mimo malabarista Vladimir Tsarkov y el artista de técnicas aéreas Alexander Streltsov, hacen sus números realmente asombrosos con aros y cubos rodantes, que giran en el espacio y dominan el amplio escenario de la Ríos Reyna.

No puede terminar de manera más excitante esta primera parte del Cirque de la Symphonie, con el arte de Aloysia Gavre, ahora haciendo piruetas, tensiones, colgando, girando, danzando desde el aro áéreo suspendido sobre el escenario y ella sujeta a él con recursos mínimos mientras logra componer figuras bellísimas. Los últimos minutos sobre el crescendo y la coda de la Danza bacanal, de la ópera Sansón y Dalila, de Camille Saint-Saëns, son realmente extraordinarios.

La segunda parte del espectáculo cubre números cómicos con el mimo Vladimir Tsarkov, que involucran al maestro Rugeles, para diversión de la audiencia. Sirven de antesala a un poderoso acto, a cargo de Sagiv Ben Binyamin, quien en las sedas colgantes vuela literalmente por sobre el escenario de la Ríos Reyna atravesando la música de la Cabalgata de las Valquirias de Richard Wagner; a un pasmoso acto de contorsionismo dancístico, a cargo de Elena Tsarkova con el Vals de La bella durmiente, de Tchaikovsky, quien también acompaña a Alexander Streltsov y a Christine Van Loo, con música del Lago de los cisnes, en extraordinaria coreografía aérea con las sedas.

Este acto, de una calidad , magisterio y sincronía tales que hubiese sido un cierre digno, da paso, sin embargo, a un nuevo asombro. Sobre el aún provocador arreglo para orquesta sinfónica que Leopold Stokowski hiciera de la Tocata y fuga en re menor, de Juan Sebastián Bach, y que Rugeles dirige con precisión y potencia al frente de la Sinfónica de Venezuela, entran a escena dos gigantes: Jarek y Darek (Jaroslaw Marciniak y Dariusz Wronski), quienes desafían la resistencia humana, la gravedad, el equilibrio, los músculos, la simetría en un acto que parece de fuerza, pero en realidad es de concentración, destreza y…fuerza. La impactante música lleva la increíble contemplación de aquellos dos colosos tensándose, pendiendo y sostenido uno encima del otro casi sobre nada, a una dimensión hipnótica y surrealista.

Sencillo, minimalista y limpio, con una honestidad que hoy es excepcional, es el emocionante Cirque de la Symphonie.

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