lunes, 16 de noviembre de 2009

LAS MIL Y UNA NOCHES DE FRÜHBECK DE BURGOS



Einar Goyo Ponte

En la historia de la particular relación que se entabla entre la música y yo, el director Rafael Frühbeck de Burgos, tiene un lugar singular. Mi viejo amigo, hermano de la vida, Manuel Lourido, se reunía conmigo, cada cierto tiempo a escuchar música en un apartamentito en el que yo vivía en la Avenida San Martín de Caracas a inicios de los años ochenta, mientras rociábamos con indulgente vino grabaciones que ambos íbamos atesorando y a las que confrontábamos en aquellas noches de mansos Dionisios. Una noche la obra en confrontación fue la cantata Carmina Burana, de Carl Orff. Yo me había hecho con el registro autorizado por el autor, que dirige el alemán Eugen Jochum, y mi amigo Manuel, con uno firmado por el director español, con solistas y corales de similar valía en ambos casos. Vehementes melómanos como éramos, comparábamos fragmento por fragmento, coral por coral, aria por aria, y la cosa iba bastante pareja hasta el Tempus est iocundum, en el que se enfrentan los coros de ambos sexos y sus respectivos solistas, y a la urgencia in crescendo del pasaje en manos de Jochum, Frühbeck oponía un ritardando súbito en los versos reiterantes de “oh, oh, oh! Totus floreo!”, que a mis oídos asemejaba un frenazo inaceptable en una obra toda brío, desenfreno y sensualidad; en el mejor de los casos, una sutileza en el peor de los lugares. Y precisamente a mi amigo Manuel, ese matiz le resultaba lo más notable y cadencioso del fragmento. La guerra se declaró: no sé cuantas veces escuchamos el fragmento (vale acotar que aún no se habían inventado los Cd, por lo que la operación comportaba repetir con la aguja del tocadiscos el mismo surco, una y otra vez, lo cual las ingentes copas de vino ya ingeridas, no ayudaban a facilitar). Y no hubo acuerdo, a él le disgustaba la machacona ejecución de Jochum y yo terminé de acusarlo de blandengue por preferir los ralenti de Frühbeck de Burgos. Ni el sabroso néctar de Baco salvo a la noche del naufragio.


Unos diez años después el maestro español vino a Venezuela dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Viena, y saldamos cuentas. El dirigió con toda la maestría y la veteranía de que es capaz… y yo me aburrí solemnemente.

Han pasado ahora dieciséis años más. Manuel vive hoy fuera del país, y sin embargo, estuvo a mi lado durante casi todo el concierto; el maestro Frühbeck de Burgos es un vitalista casi octogenario, conduciendo a la Joven Orquesta Nacional de España, y yo vengo a escucharle su acompañamiento del Concierto Emperador, de Beethoven y el poema sinfónico Scheherazade, de Nikolai Rimsky-Korsakov.

El reencuentro se dio casi al cabo del II Festival Encuentro de Artes España-Venezuela, el cual volvió a darse bajo el incomprensible signo de la casi clandestinidad con que la Orquesta Simón Bolívar está organizando sus eventos, ahora ayudados por la expresa prohibición del Estado de anunciar en los dos principales diarios de circulación nacional, dirigidos al público habitualmente seguidor de estos conciertos, en una muestra más del apartheid cultural que el régimen promueve, y del que todo artista, promotor cultural o burócrata debería distanciarse, so pena de convertirse en cómplice de una práctica sin precedentes en Venezuela.


Las consecuencias están a la vista: un público de mediana concurrencia, para un concierto de la talla de las figuras que se presentaban. La malsana y torpe miopía del censor vulnera no sólo a sus enemigos sino a aquellos que laboran en su propio campo. Quizás no habría más que expandir el concepto a las relaciones internacionales y se entenderá la actualidad del país. ¿No sería distinto si un cuerpo del prestigio internacional del Sistema nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela dijese valientemente ¡no! a este desmán contra la libertad?

En este contexto hay que hacer un esfuerzo agregado para escuchar música con el ánimo en armonía. Así tuvimos que prepararnos para dar bienvenida a la Joven Orquesta Nacional de España, agrupación de carácter pedagógico, que ya cuenta con 26 años de fundada. Rafael Frühbeck de Burgos culmina, en estos momentos, una trayectoria de primer nivel, como titular de la Filarmónica de Dresden, luego de haberse subido al podio de las principales orquestas del mundo. La experiencia de dirigir al ensamblaje de las dos orquestas jóvenes de España y Venezuela, reviste especial trascendencia pues transmite su experiencia a las noveles huestes y recibe él la energía revitalizadora de la juventud.

Otro muchacho, Javier Perianes, de 31 años, pianista español de pulcrísima técnica, fue el solista del concierto, con una lectura diáfana, intachable y equilibrada del archiejecutado Concierto No. 5, “Emperador”, de Ludwig Van Beethoven., acompañado con suma corrección, pero tamizada sonoridad, por el maestro Frühbeck y ambas orquestas, a pesar del discernimiento camerístico que logró extraer de las distintas secciones. Como bis, Perianes ejecutó un hermosísimo y muy acertado de expresión, Nocturno de Frederic Chopin.

El poema sinfónico Scheherezade, Op. 35, de Rimsky-Korsakov, es una de mis preferencias sonoras del repertorio orquestal, desde que lo descubrí en la inimitable e insuperable versión de Mstislav Rostropovich, al frente de la Orquesta de París, en 1974, la cual hace que todas las demás resulten para mí siempre enjundiosas decepciones. Fresca, poderosa, exacta, brillante como fue la de Frühbeck, no fue sin embargo la excepción. Pero, la nítida ejecución, que amparó con los extraordinarios solistas de la JONDE, hizo que mientras la escuchara me preguntase por qué, si su estructura se me reveló francamente elemental, en la transparente lectura del director burgalés, me gustaba tanto esta obra. La respuesta no la hallé allí sino en Jorge Luis Borges, quien se me vino a la memoria al oir como el puñado de temas melódicos, se reitera y se transforma en el color y los tonos orquestales, a lo largo del poema. En su ensayo Magias parciales del Quijote, el escritor argentino nos llama la atención sobre un detalle inherente a la obra de Cervantes, y a casi toda la literatura borgesina, el elemento de la reiteración y su representación inquietante de lo infinito, y utiliza para aclararlo a las Mil y una noches, en el cual está basado el poema de Rimsky.

Transcribo el pasaje: “Algo parecido ha obrado el azar en Las mil y una noches. Esta compilación de historias fantásticas duplica y reduplica hasta el vértigo la ramificación de un cuento central en cuentos adventicios, pero no trata de graduar sus realidades, y el efecto (que debió ser profundo) es superficial, como una alfombra persa. Es conocida la historia liminar de la serie: el desolado juramento del rey, que cada noche se desposa con una virgen que hace decapitar en el alba, y la resolución de Shahrazad, que lo distrae con fábulas hasta que encima de los dos han girado mil y una noches y ella le muestra su hijo. La necesidad de completar mil y una secciones obligó a los copistas de la obra a interpolaciones de todas clases. Ninguna tan perturbadora como la de la noche DCII, mágica entre las noches. En esa noche, el rey oye de boca de la reina su propia historia. Oye el principio de la historia, que abarca a todas las demás, y también –de monstruoso modo-, a si misma. ¿Intuye claramente el lector la vasta posibilidad de esa interpolación, el curioso peligro? Que la reina persista y el inmóvil rey oirá para siempre la trunca historia de Las mil y una noches, ahora infinita y circular…”

En esta lectura mágica del clásico literario árabe encuentro yo una inesperada correspondencia con la labor de Rimsky-Korsakov al darle forma musical al inmenso libro: él sólo escoge cuatro relatos, pero cada uno de ellos está constituido por apenas un tema melódico, que el compositor hace variar, como en el del Principe Kalendar, naufrago salvado por una mujer que aparece y desaparece y de la que él, por supuesto se enamora. Pero fundamentalmente Rimsky sólo los hace cambiar de color, a través de las modulaciones y sobre todo de la lujuriosa orquestación. Los temas se engrandecen o se hacen íntimos o misteriosos, pero son siempre los mismos. No hay sino uno en la apertura de El mar y el barco de Simbad; dos, pero muy similares, sólo alterados por el gracioso ritmo (que Frühbeck de Burgos españolizó descaradamente en un hallazgo muy personal, que liga atávicos emiratos distantes en el espacio, pero hermanados en la historia: el de Damasco y el de Córdoba) en El joven principe y la joven princesa (que remite a los protagonistas de la historia), y una reiteración-variación de todos los temas anteriores en el movimiento final que describe el Festival en Bagdad, con la música de los dos pasajes anteriores, la proximidad del mar con el tema inicial y el choque con el acantilado en magna apoteosis. Todo ello hilado con el sugerentísimo tema del violín solista (esta vez tocado casi irreprochablemente por el concertino de la OSSB) a través de todo el poema, como exponiéndonos que todos los personajes están presentes en el desenlace, y que el motivo del mar y del naufragio con ribete amoroso es la constante del relato, el cual Scheherezade cierra triunfante con la salvación de su vida y la descendencia del Príncipe, quien cautivo en la red de sus fábulas ya no pudo decapitarla. Los intersticios circulares e infinitos que Borges intuye están todos reverberando en la deslumbrante música del compositor ruso.

Por esta asociación, Frühbeck de Burgos y yo hemos vuelto a quedar en deuda, sobre todo porque al egregio director se le ocurrió volver a entregarme invisiblemente a mi amigo Manuel desde la lejana Panamá, donde se halla, a través del bis: el fascinante Intermezzo de la ópera Goyescas, de Enrique Granados, que descubrimos juntos en la vieja tienda del Don Disco de la Avenida Urdaneta, y que desde entonces aromaba nuestras noches, siempre nostálgicas, siempre en otro lugar, más parecido a nuestras ambiciones que aquel de nuestros primeros veinte años.

Gracias maestro!
La grabación de Rostropovich del Poema de Rimsky la he perdido en el tránsito del vinyl al Cd, así que aquí les cuelgo la versión más parecida que he encontrado. Extrañamente en una orquesta casi desconocida. A veces la simplicidad hace milagros. Es el tercer movimiento de la obra, donde Rostropovich llegaba a un climax verdaderamente sublime que hace volver el oído al más distraído. Esto es lo que más se le acerca que he encontrado. Disfrútenlo!


Rimsky-Korsakov -Young-Prince-and-Princess - Ingrooves Symphony Orchestra