jueves, 6 de septiembre de 2012

LUCIANO PAVAROTTI: MEMORABILIA III

Einar Goyo Ponte

En el Quinto aniversario de la instantánea mudez de Luciano Pavarotti y ante el testimonio de que sus admiradores no lo olvidan y el círculo de conocedores cada vez lo extraña más, insertamos dos estampas en esta memorabilia con la que disolvemos el olvido de lo que fue una voz excepcional. En esta edición recordaremos al cantante religioso. La calidez de su instrumento y la delicada vehemencia de su expresión daban a las interpretaciones del repertorio religioso un particular fervor. Además de los dos testimonios que colgamos hoy, Pavarotti hizo suyas arias navideñas, en uno de sus más hermosos discos "O holy night", de 1976, y la impar lectura del Ave María de Schubert, entre otras. Pero, el joven Luciano era solicitado por los directores de orquesta para cantar dos obras religiosas magistrales, en las que, debido a su origen italiano, se requería una morbidez y un dominio del fraseo latino, aunado a la belleza del timbre, y a la audacia en el registro agudo. Así, lo tenemos, tan temprano como en 1967, grabando una de las más impecables y sublimes lecturas del Requiem, de Giuseppe Verdi, al lado de leyendas como Leontyne Price, Fiorenza Cossotto, Nicolai Ghiaurov y Herbert Von Karajan, en uno de los tesoros de la historia de la grabación musical. Lo recabado por Pavarotti en esta rendición aún le serviría para repetir glorias en un segundo registro igualmente afortunado y memorable, el de 1987, en la misma Scala de Milán, pero bajo la dirección de Riccardo Muti. En el 67, a un precoz y genial sentido de la musicalidad, Pavarotti le suma la frescura y juventud de la voz. Hélo aquí en el aria "Ingemisco".

El Stabat Mater de Rossini no ha sido nunca una pieza frecuente ni de iglesias ni de salas de concierto, y una de las razones es esta escritura vocal exigentísima, sobre todo para el tenor. Son contados los valientes que habitan este empireo de la audacia, la bravura y la facultad. Antes de Pavarotti, Caruso, Björling habían sembrado sus picas. En el monento auroral de su carrera -este final de la década de los sesenta- el tenor modenés tenía como carta de presentación la insolencia y asombro de sus notas agudas. "El Rey del do de pecho" llegó a ser la marquesina de sus espectáculos y discos. Que los derrochara en sus roles operísticos era natural, pero que se tomará el riesgo de escalar la estratósfera sacra de esta obra poco popular, en una atmósfera más reverente y comedida, como la de la composición religiosa, nos revela la devoción de Luciano Pavarotti no sólo por su fé, sino por el valor de la música. En 1970 grabó la espléndida versión con Lorengar, Minton, Sotin y Kertesz, pero de nuevo, en 1967, con el gran Carlo María Giulini y la Orquesta de la RAI, en Roma, ya lo había registrado, sin trucos ni maquillajes, en impactante naturalidad, en vivo. Y eso es el célebre aria "Cujus Animam", con re bemol incluído.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ankora: ecléctico y provocador


Einar Goyo Ponte


Desde hace unos meses Caracas, por ser su plataforma, y Venezuela, porque ya la han recorrido por diversas plazas regionales, ha estado asistiendo, con cada vez más saboreada frecuencia a un fenómeno bien estimulante y, en cierto sentido, trascendental para nuestro quehacer musical, en sentido general, aunque los dos ámbitos que abarque en principio sean el lírico y el popular. Es lo que podríamos llamar el lanzamiento profesional del grupo vocal Ankora, reunión de cuatro cantantes operísticos y su pianista acompañante, que se ha visto amparado por la veteranía de orquestas como la Sinfónica de Venezuela o la Filarmónica Nacional, en salas shows o prestigiosos teatros como la Sala José Félix Ribas o la moderna estructura del Teatro Municipal de Chacao.
Formado por el barítono Franklín de Lima y los tenores Francisco Morales, Manuel Arvelaiz y César Arrieta, entre quienes se encuentran habituales de nuestras temporadas de ópera, en su forma original, y ahora tras la forzosa ida de Arrieta, a quien su formación profesional reclama en el exterior, por el también tenor ligero, Diego Puentes, Ankora fusiona la veteranía y la juventud, la técnica canora culta y la atracción de los propios cantantes y del público actual por figuras provenientes del universo musical como Andrea Bocelli, Il Divo, Il Volo, Mario Frangoulis, Josh Groban y Alessandro Safina, entre otros, todas ellas catapultadas en el impulso del fenómeno mediático que significó el Concierto de los Tres Tenores en Caracalla en 1990, con Pavarotti, Domingo y Carreras, impresionando al mundo cantando las más brillantes arias de ópera y zarzuela, canciones napolitanas y el repertorio popular universal de todos los tiempos.
 
Así, en formato venezolano, en un producto bien empaquetado y concebido con gusto y preparación (están allí la producción de Milvia Piazza, los arreglos orquestales de Don Pedro López y Pedro Mauricio González, por ejemplo, y la pulcritud profesional de su tecladista y repertorista, Pedro Toro), Ankora se ha presentado con conciertos cuyas miras principales son la edición de un DVD, con sus temas promocionales, acompañados por la Sinfónica de Venezuela, dirigida por el Maestro Luis Miguel González, y el cimentar su público y sus objetivos artísticos, en sus conciertos con banda y con la OFN, conducida con pasión por Pablo Morales Daal.
 
 
Quizás son las tesituras de las piezas, quizás sea la confianza que les da la amplificación, o simplemente el background urbano-musical que como buenos habitantes de Caracas, pero la seguridad, la insolencia, la espontaneidad demostrada por todos estos cantantes, ya conocidos (en su mayoría, al menos) en los escenarios melodramáticos, es de una efectividad inmediata.
En la primera parte hacen un guiño a sus repertorios tradicionales cantando canciones como “Non ti scordar di me” (De Curtis), “O Sole mio” (Di Capua) y “Besos en mis sueños” (Brandt), para luego adentrarse en la seductora esencia de su propuesta. De Lima aporta el soporte baritonal, pero no pocas veces se ve impelido de escalar cimas tenoriles en los arreglos de las canciones; Arvelaiz, introduce una línea lírica que coquetea con el crooner y el baladista modernos; Arrieta (y ahora Puentes), juega con las tesituras estratósféricas, introduciendo polifonía aguda a las piezas y Morales devanea con De Lima en los colores oscuros y en la sonoridad potente, dramática de los números.
 
Así van abordando un repertorio ecléctico, que contiene vetas del estilo en el que quieren inscribirse, pero que también muestra ganchos de audacia y hasta de provocación. En la línea de Il Divo ofrecen una cabal versión italiana de “Nights in white satin” de The Moody Blues, exprimen la vena lírica de los soundtracks con “Because we believe”, de David Foster y “Go the distance”, del Hercules, de Disney, de Menken y Zippel, en apoteósico y exigente arreglo de Pedro López; y luego entran en su propuesta más interesante la que combina la nostalgia del llamado “adulto contemporáneo”, que apela desde la época dorada de los festivales de San Remo hasta el repertorio italiano de nuestros ídolos pop como Montaner y Guillermo Dávila, con audacias con el repertorio culto y el crossover o pop-lírico. Allí encuentran sus momentos más brillantes como en la extraordinaria versión de “Luna” (de Musumara y Pintus), que supera al original de Safina; el exultante “Un amore cosi grande”, de Ferilli; su “Prayer in the night”, basado en una sarabanda de Haendel, un momento íntimo y sensible con aquél viejo hit de José Feliciano y Christian Castro, más un par de envenenadas gotas de nostalgia ochenta-noventosa con baladas italianas que aquí popularizaron voces disímiles como Pentágono o Guillermo Dávila. Orquestas cómplices, que sin embargo nunca renunciaron a su necesaria brillantez sinfónica, en las batutas amistosas e incisivas de Luis Miguel González y Pedro Morales Daal, coronaron la emoción de estas funciones especiales. Pero los hemos atestiguado con su banda, o sólo con sus teclados, y el efecto subyugante que consiguen es exactamente el mismo.