jueves, 29 de noviembre de 2007

UN FESTIVAL DE VEINTE AÑOS

El afiche imagen de esta edición, debido a Leonel Durán

Einar Goyo Ponte

Ya tiene veinte años esta maravillosa idea. Más bien era extraño que a nadie se le hubiese ocurrido antes. Escuchar música de cámara en el paisaje de la Colonia Tovar. ¿Cuán descabellado podía ser? Allí en ese aire de montaña, en la frecuente neblina que rodea los chalets y las cabañas de estilo tan centroeuropeo, en el verdor, en medio de la flora tan similar a aquella que uno asimila al medio ambiente de Schubert, Brahms o Beethoven. Lo más parecido a una campiña austriaca o alemana que pudiéramos encontrar por estas latitudes, sirviendo de marco a la música de estos compositores. Mis mejores memorias de audiciones (en algunos casos las primeras, en otros las únicas) del Trío en la mayor, de Tchaikovsky, del Septimino, de Beethoven, del lied El pastor en la roca, de Schubert, de los Zwei Gesänge, de Brahms, las tengo de las recopiladas en el Festival de Música de Cámara de la Colonia Tovar, lo cual exalta su impronta y la del alma de este evento, Marcos Salazar, y su fiel equipo de amigos.


Ahora estamos aquí soplando la velita de la torta número 20, y contemplamos todos los afiches acumulados, los nombres de todos los artistas reunidos, y nos es imposible no emocionarnos ante el saldo ofrecido. Ahora, llegamos a esta edición, de nuevo, cordialmente invitados y mejor atendidos y nos preparamos para atestiguar lo que esta edición nos reserva.

Una colega nuestra abre el Festival, pues Ana María Hernández, además de periodista cultural, es músico, y se ha dado en los últimos años a cultivar el estimulante repertorio de la música antigua. Así ofrece el recital Juana Francisca, la trovadoresa, donde ella se convierte en una dama de los siglos XVI o XVII, tañedora de la vihuela o, como en esta ocasión, de la guitarrilla clásica, así llamada por su reducida dimensión y la dulzura de sus cuerdas. Sobre ella, con más meticulosidad que destreza, Hernández nos devuelve un repertorio de tiempos casi irreales, cuyo sonido anima y reproduce salones de baile, vestimentas, gestos, actitudes, quizás perdidas para siempre. Danzas hispánicas como las pavanas, canarios (tocó una evocadora de nuestra “Pájarapinta”), españoletas, y selecciones de las compilaciones de Adrian Le Roy, Gregoire Brayssing, con especial foco en la famosa romanesca del “Guárdame las vacas”, de Alonso de Mudarra, de donde, como lo pusiera de manifiesto hace años El cuarteto, proviene nuestro Polo oriental. El público escucha en concentrado y casi encantado silencio las piezas, acepta el sencillo juego de anacronismos y fantasías que ella propone y aplaude alborozado, sintiéndose descubridor de una íntimidad secreta, repentinamente. Nada desdeñable logro para un músico, éste alcanzado por Ana María Hernández.


Enseguida la secundó un ensamble de excelentes músicos procedentes de Austria, hilvanando un infrecuente recital compuesto por sonatas de diferente distribución instrumental. En la primera, el violoncellista Attila Székely, de origen rumano y el pianista vienés Gerhard Geretschlager, bisagra clave del ensamble en todo el concierto, ofrecieron la Sonata para cello y piano, Op. 38, de Johannes Brahms, tocada con pasión y profundo acoplamiento. Fueron notables los ecos y bajos del cello mientras el piano cantaba sus melismas protagónicos, pero más aún la repartición equitativa de la dicción de los hermosos temas que cohesionan la obra.
Continuaron con Geretschlager ahora acompañando al joven violinista de origen oriental Yuuki Wong, en una inusualmente febril versión de la Sonata para violín y piano No. 3 en sol menor, de Claude Debussy, de abstractos aires hispánicos y gitanos. El mórbido sonido de Wong y el solido apoyo armónico del pianista construyeron un momento delicioso de lo que quizás era la obra más demandante del oyente que el programa contenía.
Casi sin descanso, Geretschlager la emprendió con la poderosa Sonata No. 2 en si bemol, de Sergei Rachmaninoff, de pianismo avasallante y grandes exigencias del ejecutante. Con poderosa sonoridad y valentía, el pianista sorteó triunfalmente la obra, aunque el melos del último movimiento, tan cercano al final del Concierto No. 3, se le desdibujara un poco en el brío.




Cerró la velada con la Sonata para clarinete y piano, Op. 184, de Francis Poulenc, obra que estrenaran en 1963, póstumamente, nada menos que Leonard Bernstein y Benny Goodman. Geretschlager acompañó con seguridad al clarinetista vienés Reinhard Wieser, quien desplegó todo su lirismo en la hermosa Romanza central y fue diestramente juguetón en el Très animé final.

Wieser y Geretschlager en la Sonata de Poulenc


El Festival continuó la mañana del sábado con la flauta de Luis Julio Toro, en un recital que tuvo como núcleo a Francisco de Miranda, apoyado en el trabajo realizado por él, junto a Edgardo Mondolfi y Karina Zavarce hace unos años. En ameno estilo nos leyó fragmentos del diario del prócer, nos mostró los instrumentos que como el diestro flautista que fue, pudo haber tocado o conocido, y hasta la música que ejecutaría. A su alrededor, obras para flauta más contemporáneas, piezas de Telemann, Bach, valses de Lauro, y obras de otros venezolanos, como Adina Izarra, Raimundo Pineda y Agelvis Sánchez, interpretadas con su magisterio y audacia habituales que asombran al público.

Luis Julio Toro

A las 4 pm., conocimos al Cuarteto Quo Vadis, de México, aunque formado por profesores europeos que trabajan en la Sinfónica de Yucatán. Ofrecieron lo que fue, quizás, el programa más difícil del Festival: un cuarteto de Joseph Haydn, del cual lograron un delicado adagio; un cuarteto de cuerdas de Henry Górecki, compositor polaco contemporáneo, cuya exitosa 3ª sinfonía, conoce ya varias grabaciones. La obra, siempre en el estilo insistente, cuasi obsesivo del autor, tiene momentos enérgicos y dramáticos, basada en una canción folklórica que le da título a la obra, “Ya es el atardecer”); y un cuarteto cíclico de Astor Piazzola, Tango Ballet, siempre con la seducción rítmica y magnética del ritmo argentino, que el Quo Vadis, manejó muy bien.

Cuarteto Quo Vadis




Un almuerzo navideño aderezado por el clima frío de la Colonia Tovar sirvió de interludio entre este concierto y el final de esa noche, cuando el ensamble austríaco se dividía en dos tríos para ofrecernos el Op. 99, de Franz Schubert, con Wong, Székely y Geretschlager como protagonistas, y donde violín y cello lograron un extraordinario acoplamiento produciendo frases melódicas de gran hondura, mientras que Herr Geretschlager se les quedó un poco a la zaga, sin embargo en el adagio volvieron a encontrarse para dar una lectura intensa, y culminaron con el Op. 114, de Johannes Brahms, obra infrecuente, donde el clarinete de Reinhard Wieser sustituyó al violín de Wong. La profundidad del cello de Székely hizo perfectas migas con clarinete y piano, ahora en fraseos apasionados, hasta el allegro final donde la sonoridad aumenta gradualmente y da la impresión de una sinfonía. Los solistas lograron esa contundencia acústica.

Tres jóvenes cantantes de la Compañía de Opera “Primo Casale” atentaron, con su impericia y excesiva juventud, contra el efecto dejado por los austríacos, pero en la cena, se nos recompensó un tanto, con la presentación del grupo Ellos. Son tres jóvenes tenores, emuladores del estilo del fenómeno lírico-pop de Il divo. Bellas y poderosas voces, aún un poco broncas y poco pulidas musicalmente, pero atractivas y capaces.


Una copiosa lluvia signó la mañana del domingo y bordó una atmósfera propicia para el concierto de cierre del Festival: el guitarrista venezolano Arnoldo Moreno y su hija Patricia, ambos formados en Austria, se decantaron por un repertorio jazz-pop, con algunas intervenciones de repertorio venezolano en esos estilos. Así interpretaron obras de Jobim, Powell, Kirkland, Wonder, Aldemaro Romero, Mc Comb, Evans, Sting, Karas y Otilio Galíndez, en un mood suave, sugerente, de altísima musicalidad.


Unos bocadillos, en reiterado testimonio de la adictiva gastronomía de la Colonia y del Festival, sirvieron de estribo y nos despedimos de una de las mejores ediciones de este ya entrañable Festival de Música, en estas particulares montañas venezolanas.




Patricia y Arnaldo Moreno

lunes, 26 de noviembre de 2007

GERSHWIN, A LOS 17



Einar Goyo Ponte


¿Qué hace un chamo normalmente a los 17 años? Tienen novias, son expertos en todos los tipos de Videojuegos, tienen un modelo de celular más avanzado que el de sus padres, terminan su bachillerato, coleccionan rock o reggaeton en su iPod y chatean por interminables horas en su computadora, mientras taconean con los tenis de última firma, que se ponen una y otra vez.
Pero este domingo 18 comocimos a un chamo de 17 que seguramente hará mucho de esas cosas habituales, pero además toca la Rhapsody in Blue, de George Gershwin, con la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, en el Aula Magna. Es el joven pianista, oriundo de La Guaira, Kenny Salazar. Con él y la dirección de Rodolfo Saglimbeni, titular de la OSMC, cerró ésta su Serie Venezuela Internacional.
En cierto sentido la Rhapsody, de Gershwin, con su formato jazzístico, exigente de un pianismo extrovertido, popular en su declamación, pero de profundo dominio de la técnica del teclado, parecería una adecuada pieza para causar notable impresión en una audiencia, a esa edad aún adolescente. Y Salazar la tocó con toda la pasión y ánimo lúdico que le son propios. No irreprochablemente, por supuesto. A mi ni siquiera me gusta lo que Gabriela Montero hace con esta obra. A Kenny se le empastelaron sonidos cruciales muy temprano en la partitura. Aún le falta potencia en las octavaciones con las cuales debe retar la sonoridad de la orquesta (por cierto, hubiese sido más acertado la versión original para Jazz band, que la de full orquesta, escogida y dirigida por Saglimbeni, con una destreza ya expertísima), pero es audaz y valiente en su toque intrincado, en las digitaciones cruzadas que la pieza requiere en pasajes cumbres, y denotó personalidad en sus solos. Tras la hazaña (para su juventud lo es sin duda) se lanzó con un rag de Scott Joplin, para demostrar que la escogencia gershwiniana no era azarosa sino producto de un estilo cultivado, aunque raro en nuestros pianistas.
En la segunda parte del concierto el maestro Saglimbeni condujo una meticulosa y exuberante versión del poema sinfónico Don Juan, de Richard Strauss, narrador de una interpretación germánica y romántica del mito del burlador español, a la que el compositor da un enigmático final cercano al silencio. El director logró que sus metales no se desviaran ni una sola vez en la desafiante escritura que les propone Strauss, sobre todo a las trompas, y trabajó de manera soberbia al arpa, en una nutrida orquestación. Cerraron con Sensemaya, del mexicano Silvestre Revueltas, suerte de Consagración de la primavera en miniatura y en forma de ancestros americanos, de nuestra literatura sinfónica del siglo XX. Contrapunto y concitación rítmica fueron impecables. Sin embargo, en ambas piezas, Saglimbeni no pudo sortear la labor de un espía en sus propias filas: Francisco Rivero, el principal de los timpani, quien con su toque anémico arrebató prestancia y efecto a no pocos momentos de climax en ambas obras. El reforzamiento de la percusión en Revueltas tamizó un poco el sabotaje, pero no totalmente. Eran piezas donde extrañamente podía haber alcanzado un importante lucimiento.
Inexplicable.


Para ilustrar, les ofrecemos una versión de intérprete desconocido de la Rhapsody in blue, de Gershwin, en el control a continuación. Sólo se debe hacer click para oirla.

domingo, 18 de noviembre de 2007

RUGELES, 25 AÑOS


Durante todo este año, el maestro Alfredo Rugeles ha estado activo celebrando sus bodas de plata como músico y director. Ha dirigido dentro y fuera del país, donde se le han hecho reconocimientos y honores por sus 25 años de carrera. También este blog le ha dedicado sus espacios a tan feliz cumpleaños. Reseñamos ahora uno de sus conciertos venezolanos más recientes, el que dirigiera con la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela.

En él, este domingo 11, pudo estrenar dos obras compuestas especialmente para él: Enigmas rugelianos, del mexicano Manuel de Elías, de certera atmósfera, lograda por el sonido continuo del arpa y una mínima percusión que crea una base musical que soporta efectos acústicos, como de una ciudad bajo la lluvia. Los temas son planteados y desarrollados por las maderas y los metales mientras las cuerdas colaboran con la atmósfera acústica. Del minimalismo inicial se llega a un reforzamiento de la sonoridad sinfónica para un final casi bombástico. La otra obra fue Invención, del venezolano Federico Ruiz, obra de alto contrapunto, con huellas de formas criollas entreveradas, no obstante, en dramáticas e intrincadas derivaciones que nos recordaron a Bach, por supuesto, y al Beethoven de la Grosse fuge. Su dirección contribuyó a hacer más diáfana esta primera audición.
Entre ambas Francisco Flores se decantó por el Concierto para trompeta, de Henri Tomasi, de agradable escucha pero no muy abundante invención, salvo el intento de diálogo que ofrece en toda la obra entre el sonido franco y el de la sordina del instrumento. El diablo suelto, acompañado por Jorge Glen, al cuatro, como bis, hizo olvidar los devaneos de Tomasi, de inmediato.
Para concluir, Rugeles ofreció una casi perfecta ejecución de las dos suites de la música incidental de Peer Gynt, drama fabulesco-folklórico de Henrik Ibsen, cuya composición magistral, llena de subyugantes melodías en bandeja de una brillante orquestación, es de su paisano Edvard Grieg. Venía como anillo al dedo para el estilo analítico y de exuberancia sonora del director venezolano, quien usando un pulso exacto para las melodías nos hipnotizó con la hermosa Canción de Solveig final, dispuesta en sensible perfil diverso en cada estrofa.
¡Felices Bodas de Plata con la música, maestro!

jueves, 15 de noviembre de 2007

METTERS, AL FINAL



Einar Goyo Ponte


En el desarrollo de su Serie Venezuela Internacional, la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, nos ofreció este domingo 4 de noviembre el primero y único de sus conciertos con batuta invitada desde el extranjero. Quienes hayan tenido la paciencia o casualidad de seguir mis crónicas, en este blog y otros diarios o revistas, desde hace ya casi 20 años, sabrán que soy un entusiasta franco e irreprimible del intercambio y permanente contacto de nuestro ambiente musical local con el universo internacional. Después de todo la experiencia, el repertorio, la tradición de enseñanza, difusión, transmisión y hasta reproducción y sistemática profesionalización del mundo musical proviene de la metrópoli. De no otra cosa que el contacto con ese bullente orbe internacional ha surgido la figura de Gustavo Dudamel, apadrinado nada menos que por Claudio Abbado y Simon Rattle, hoy compartiendo el podio con la Orquesta Simón Bolívar y la Filarmónica de Los Angeles, y en ese circuito del mundo ha logrado Abreu insertar a su hechura orquestal.
El aprendizaje y el diálogo nunca están de más. Por eso nos resulta siempre interesante ver como otros protagonistas se relacionan con nuestras sólitas instituciones. Fue el caso del director inglés Colin Metters, de importante carrera en su país, comerciándose con nuestra orquesta caraqueña y sus solistas.
Comenzó con la obertura de la ópera La flauta mágica, de Mozart. Esta pieza, que al contrario de la encantadora, a ratos casi irreal música de la ópera, se reduce a un insistente tema fugado que pareciera pertenecer al desagradable Monostatos de la historia, flanqueados por tres acordes atribuidos al simbolismo masónico, es más bien gris y aburrida. No hay batuta capaz de hacerme sentir atracción por ella.
No mejoró el ánimo la selección siguiente: el Doble concierto para violín y cello, en la menor, Op. 102, de Johannes Brahms. En crónicas anteriores he dado mi parecer sobre esta obra, quizás una de las menos logradas del alemán, por lo poco gratificante y excesivamente contenida que resulta para ambos solistas, dado el temor, frecuente, por demás, en el compositor, de desequilibrar la partitura. Así terminó dando la verdadera brillantez a la orquesta, que sonó muy noble en la mayor parte de la obra, salvo flagrantes desafinaciones en varios pasajes. Metters no pudo redimir tampoco a sus solistas, el precario Williams Naranjo y el en demasía cauteloso Germán Marcano, quienes en su dificultad por sonar solventes y libres en la ejecución dieron una lectura sosa, lenta, casi escolar y accidentada, que incluyó el arco del violín escapándose de la mano del solista. La atmósfera suave y plácida del andante central les permitió el único momento recordable de la velada.
Liberado de la obligación de proteger a sus solistas, Metters lució mucho más a sus anchas guiando a la orquesta sola en el espectacular Cuadros de una exposición, de Modest Mussorgsky, la cual casi siempre deja en claro dos cosas: la genialidad inmensa de su autor, que eternizó las impresiones de unas pinturas que ya nadie recuerda, en sus recreaciones sonoras plenas de imaginación, y el genio de Maurice Ravel, en la traslación a timbres orquestales de esta impresionante obra pianística. Metters fue consciente de esto y logró enorme variedad plástica en Gnomus e Il vecchio castello ( con ayuda invalorable del saxofonista), jugó sabiamente con crescendos y diminuendos en Bydlo, condujo brillantemente el solo de trompeta de Eduardo Manzanilla en Goldenberg y Schmuyle, recreó una atmósfera expectante y ascendente de la sombra a la luz en Catacumbas, y aportó detalles personales de ritmo a la impresionante Gran puerta de Kiev, que cierra la obra, aunque un desbalance con la percusión, esencial en este momento, debilitó un poco la contundencia y sonoridad del final.
Pero al fin pudo certificar Metters, la firmeza de su oficio.

lunes, 5 de noviembre de 2007

SAUDADE A AMBOS LADOS DEL ATLANTICO

Einar Goyo Ponte

En una ocasión excepcional, tuvimos el privilegio de atestiguar la presencia en Caracas, un día tras otro (27 y 28 de octubre de 2007), de las dos más grandes divas actuales de la música portuguesa, hoy por hoy dos de las más grandes artistas vivientes del escenario internacional: Teresa Salgueiro, la voz del extraordinario grupo Madredeus, hoy en sabático, y Dulce Pontes, renovadora del fado portugués. Fue una experiencia singular, que trataremos de relatar a continuación.
Teresa Salgueiro, acompañada del extraordinario Septeto de Joao Cristal, quiso rendir tributo, a través del repertorio de su último disco Voce e eu, lleno de canciones de Tom Jobim, Ary Barroso, Vinicius de Moraes, Chico Buarque, Dorival Caymmi y otros grandes, a la música de Brasil que marcó la segunda mitad del siglo XX. Pero su voz lustrosa, suavísima, sedosa, de escasísimo vibrato, que surte efectos hipnóticos y fascinantes envuelta en la música de Madredeus, suena de inusitada pureza e insólita musicalidad, no podía ser menos, dado su privilegiado instrumento, pero absolutamente extraña a la sensualidad, a la síncopa fluida, a la sinuosidad de esta música, cuyo ritmo es contagioso pero no invasivo, como sí se siente en los marcados acentos de la cantante y en la excesiva presencia de la percusión. Un aire estático, aséptico colma sus versiones de venenosas canciones de amor como “Triste”, “P´ra machucar meu coracao” o “Insensatez”, a las cuales, después de media hora de audición, no llega el hechizo de su voz, dando entrada a un creciente aburrimiento que se amaina un poco en su delicada “Valsinha”, la “Samba do Orfeo”, “Voce e eu” y “A banda”, o sea las selecciones movidas. De las canciones bellas me quedo con su “Risque”, que igual adolece de flexibilidad pero está muy bien expresado. Comparada con intérpretes de este repertorio como Elis Regina, Gal Costa, Joao Gilberto o los mismos Ella Fitzgerald o Sinatra, no es con él precisamente como la Salgueiro alcanzará la inmortalidad.

Otra dimensión fue la ofrecida por Dulce Pontes al día siguiente. Era su primera visita a Venezuela y una gran expectativa se sentía en la sala. La Pontes es una de esas artistas que no pueden ser apreciadas a cabalidad desde el registro de un disco. Su voz es incomparablemente más grande en volumen, gama y matices. De hecho es uno de los instrumentos más increíbles y sorprendentes que haya escuchado nunca en un teatro. Cuando uno cree que ya no hay más allá ella nos asaetea con una nota más aguda aún, más larga, más intensa. Comenzó acompañándose ella misma, sola al piano, haciéndolo además de una manera espectacular, y ya en la tercera de sus canciones, la versión de “La llorona” mexicana de Chavela Vargas, más desgarrada y lacerante que nunca, se había apoderado completamente del publico. Enseguida cedió a su repertorio más popular, aquel donde ella ha logrado repotenciar el hermoso, quejoso y profundo fado portugués con otras manifestaciones europeas hermanas de él, como las cantigas gallegas medievales, las soleás del cante jondo, cuyos quiebres y vocalizaciones extremas la Pontes intercala constantemente y la música celta, con cuya representante más exquisita, Loreena Mc Kennitt, en espectáculo, arreglos, concepto e intensidad, tiene la Pontes muchísimo en común. Es un viaje incesante a través del tiempo, siempre a ras del cante popular, en los bordes de lo folklórico y lo culto, como una juglar moderna, dueña de todos los recursos (baile, canto, poesía) para embrujar a su público, quien llegado el momento de sus esperados momentos antológicos (“Os indios do meia praia”, “Cancao del mar”, “Lágrimas” y “Ondeia”) prácticamente deliraba bailando, coreando, cantando sus melodías.
Enormes formas de la saudade y de la poesía profunda del pueblo portugués.
Escucha a Teresa Salguiero cantando su versión de "Insensatez" de Tom Jobim y asiente o disiente conmigo sobre su interpretación, y luego recuerda ese momento cumbre del concierto en el Aula Magna cuando Dulce Pontes nos regaló su "Cancao do mar", haciendo click en los posts siguientes



sábado, 3 de noviembre de 2007

CARTA ABIERTA A JOAN MANUEL SERRAT



Estimado Joan Manuel:
Un servidor, Harry Almela Sánchez, vecino de Maracay, Aragua, hijo de Blanca y de José, de profesión imprecisa, natural de Caracas, hoy viernes 12 de octubre de 2007, con la fuerza que aún me queda y para rato, a pesar de los embates de la lista Tascón y de los muchos amigos de los que me he distanciado, atentamente te expone dos puntos.
Tomando en cuenta lo que ya debes saber por vía de los diarios, en relación con lo que está pasando en esta Venezuela donde las manzanas sí huelen pero a Dinamarca, quisiera recordarte tus días remotos de Els setze jutges, de tu encierro voluntario en Monserrat en protesta por el derecho a la vida; de lo mucho que te costó renovar tu pasaporte en su momento, así como los incidentes que viviste cuando tu viaje a Chile en medio del terror de la dictadura militar. Quisiera recordarte (aunque de pronto esté de más) lo que ha costado política, social y culturalmente a España y a la Catalunya de las cuatro barras, el duro infierno que se inicia el 18 de julio de 1936 y culmina por la gracia de Dios el 20 de noviembre de 1975, manu militari de por medio. Como sabes, todavía lo andan gritando siempre que pueden y lo andan pintando por las paredes. Quisiera también anunciarte que la Tierra ya cayó en manos de unos locos con carné; que eso acá ha dejado de ser letra de canción para convertirse en tragicómica telenovela cotidiana desde hace ya demasiados años. Que en medio de la lucha asimétrica entre vaqueros del norte y del sur que también existe, resulta bochornoso verles fanfarronear a ver quién es el que la tiene más grande, y nosotros en el medio de semejante reyerta callejera. Que los que acá mandan se gastan más de lo que tienen en coleccionar espías, listas negras, camionetas Hummer y arsenales, mientras bajito cuérdica firman papélicos y lavan sus mánicos como Piláticos. Que todos los fines de semana cuentan los muérticos de los encuéntricos con la delincuencia, como si fueran los propios frivólicos y bataclánicos.
Así que si piensas venir junto a tu primo Joaquinito a cantar ambos a esta lejana tierra mía, de cambalache y siglo XXI, problemático y febril, medítalo bien. Si vienes, no te está permitido opinar acerca de nada (ni a favor ni en contra de la actual situación política del país) para mantener contentos a ambos bandos de tus seguidores. Tendrás que estar atento a las voces de la calle y no a las del diccionario oficial. Deberás también pasar por alto el acto de censura contra Alejandro Sanz, cuya música no escucho sino en las camioneticas de vez en cuando, pero cuyos derechos respaldo sin condiciones. Como bien lo sabe Joaquín, el caballo de Atila no sabe trotar sin hollar azulejos silvestres. Que no permita la Virgen que tengas el poder de pasar estas cosas por alto, independientemente que el concierto de Sanz se realice o no.
Todo esto es una gracia que espera merecer del recto proceder tuyo y de Joaquín, quienes (entiendo) no suelen llamarse a engaño por un puñado de dólares. Tú decidirás lo que esté mejor, y lo acepto. Bastante mayorcitos somos todos para suponer otra cosa.
Tengo bastante claro que está en manos de los venezolanos tomar las medidas pertinentes y llamar al orden a nuestros chapuceros de ambos bandos que lo dejan todo perdido, en nombre del personal. Que debemos hacerlo urgentemente para que no sean necesarios más héroes ni más milagros para adecentar el local.
Ya para terminar, quiero comunicarte (por si no lo sabes) que nuestro común amigo y mejor músico Henry Martínez decidió hace meses irse definitivamente del país, por esto y muchas deficiencias más, que en un anexo se especifican.

Tu fan de siempre,
Harry Almela

* Escritor venezolano. Autor de libros de poesía, narrativa y ensayos. Cantigas, Patria forajida, Instrucciones para armar el mecano, Ventana de emergencia, entre otros.