domingo, 29 de agosto de 2021

Tema con variaciones en el blog: The Beatles Clásicos

Einar Goyo Ponte

 Programa Tema con variaciones transmitido por Radio Capital 710 AM , desde Caracas, Venezuela, el 25 de julio de 2021, con música académica compuesta a partir de canciones de The Beatles.

Comentamos la trayectoria y la influencia indeleble del cuarteto de Liverpool en la música del siglo XX, sus éxitos y como los compositores académicos se han inspirado en sus obras.

Escuchamos composiciones y arreglos de Leo Brouwer, John Rutter y Arthur Wilkinson.




domingo, 9 de mayo de 2021

Tema con variaciones en el blog: A un año de la muerte del Maestro Corrado Galzio

 


Einar Goyo Ponte


Programa Tema con variaciones transmitido por Radio Capital 710 AM desde Caracas, Venezuela, el 9 de mayo de 2021. Homenaje al Maestro Corrado Galzio en el primer aniversario de su muerte (19/4/2020). Semblanza de su vida y obra y selecciones de uno de sus conciertos en vivo. En este, acompañado del flautista Carlo Tamponi, desde Maracaibo en 1983.


viernes, 9 de abril de 2021

Dante 2021: Inferno II: La redención de Orfeo

 


Einar Goyo Ponte


La vastedad de la geografía imaginaria y la profundidad teológica que conforman la Comedia de Dante hace que acaso nos olvidemos que hay un mito y una tradición antropológica y cultural en su origen. Ellos son los del viaje órfico, ya presentes en culturas y civilizaciones distintas y más antiguas que la helénica, como la mesopotámica, cuyo Poema del Gilgamesh es uno de los momentos genésicos de la imagen arquetípica. El héroe titular del poema desciende al inframundo, en busca de su amigo Énkidu, para desafiar heroicamente la irreversibilidad de la muerte. Quizás nos es más familiar y más líricamente construido, el mito de Orfeo, cuya riqueza de detalles narrativas, permite que reconozcamos sus trasuntos, su constelación y su organicidad psíquica de manera muy diáfana.

Orfeo es, sin duda, el referente principal -no el único- de la creación del Alighieri, y que le llega, como la mayoría de sus menciones mitológicas, a través de Ovidio, quien nos relata la historia del dios de la música y la poesía, en el Libro XI de las Metamorfosis. Orfeo pierde a su amada esposa el mismo día de su boda, mordida por una serpíente. Desconsolado, y con la fiesta rota devenida en repentino luto, decide bajar al Hades y arrebatarle, si es necesario a la fuerza, a Eurídice al mismo dios del averno. Su viaje cumple etapas: el obstáculo de las furias que lo escarnecen y a quienes él vence amansándolas con su canto, como luego repite al conseguir que Caronte lo pase a la orilla donde Perséfone, la esposa de Hades, y éste mantienen a Eurídice. Una vez más las melodías de su lira fascinan a los dioses oscuros, quienes le conceden el retorno de su esposa al mundo de la luz, con la condición de que no se vean hasta que se encuentren de nuevo en tierra de los vivos. El viaje ahora es ascendente, y el pacto de tiniebla se rompe, y Orfeo pierde, ahora sí definitivamente, a su pareja.


El mito de Orfeo encierra tantas significaciones que es la raíz y la savia de multitud de fábulas e historias que lo devuelven casi infinito en nuestro imaginario: tiñe todo el viaje de retorno a su casa de Odiseo en el poema homérico, y así a todos sus hipertextos posteriores desde la Eneida hasta la novela de James Joyce, y lo encontramos de manera casi omnipresente en las reversiones y resemantizaciones que hace el cine constantemente de nuestros mitos y arquetipos más atávicos.

Dante es, entre todos sus méritos, un gran lector, y Ovidio, como se comprobará más pronto que tarde en estos comentarios, o pueden hacerlo ustedes directamente al adentrarse medianamente en la lectura de la Comedia, está entre sus títulos más dilectos, pero más profundamente aún, Dante es un extraordinario ingeniero de símbolos y figuras alegóricas, y así, en los versos 13, 28 y 30 al mito de Orfeo, le imprime la figuralidad de vario origen: la historia de Roma, la génesis del dogma católico y el marco, otra vez, mítico y poético, de la Eneida, de Virgilio, además poniendo la suya propia, de un Orfeo florentino y cristiano, como contraste.

Pero Dante personaje (no olvidar la dicotomía metaliteraria que subyace en toda la Comedia) inicia este Canto II del Inferno, negando la dignidad de su envergadura frente a la progenie mítica que lo precede. No es el heroico Eneas, contado por Virgilio, allí delante suyo; ni el fundador católico Pablo, cuya ceguera, sin embargo tendrá significación al devenir el canto. A Orfeo no lo nombra, pero veremos pronto la resonancia inmensa que el mito tendrá en el poema. Dante personaje no entiende primero el alcance de su misión y expresa el miedo natural ante el llamado, pensando incluso que la aceptó muy temprano y sin pensarlo. De nuevo, el recurso de desdoblarse en personaje y poeta otorga el componente de verosimilitud que vigorizará al poema de su necesaria y sugerente impresión de realidad. El Dante poeta, el Dante dueño del mecanismo del símbolo y la figura, y el teólogo requieren de esta ficcionalidad: el viaje debe ser lo más humanamente creíble que pueda diseñarse.

Virgilio confirma este efecto al apostrofar directamente a Dante de cobarde, con aquel miedo que “al hombre muchas veces puso/ de espaldas al deber que le cabía,/ como a la bestia su mirar confuso”(1)1. Y expresamente para disipar ese temor en el extraviado le relata la historia del encuentro de ambos y la encomienda que ha venido a cumplir.


Una mujer santa y bella, con un brillo superior a las estrellas en la mirada (el singular en el símil ha suscitado perspicacias en la lectura del mismo, pero no consumiremos tiempo en ello pues ofrece escasa fertilidad.) desciende hasta el limbo, en el primer círculo del Infierno, como pronto veremos, a pedirle al poeta mantuano que auxilie a Dante. Y ribetea presentándose (vv. II, 70) como Beatriz.

Imaginemos por un momento esa mecánica celestial: Beatriz en su recóndito cielo, llegada allí antes de su poeta. No sabemos casi nada de su vida, pero si Dante la encontraba tan afín a su alma, podríamos imaginarla al menos lectora de la Eneida. Podríamos, en un ejercicio un poco más afiebrado de la ficción, pero sostenido por las sugerencias poéticas que Dante va sembrando en su escritura, imaginar incluso a Virgilio como el único poeta al que la Portinari fuese aficionada, y que ello explicara y resolviera toda la madeja de hipótesis tejidas en torno a la selección del autor de las Bucólicas como el guía del viajero florentino: no sería por mago, ni por adivino, ni por “profetizar” el cristianismo, ni por haber imaginado un viaje órfico -aunque esto último tendría un hermoso y sugestivo peso al final-, sino por ser el poeta compartido en secreto amor por Dante y Beatriz, y sobre esa inclinación de la musa del poeta, ella, como todo o casi todo lo que le ha ocurrido y le ocurrirá a Dante antes, durante y después de su viaje, así lo habría designado. Dante es tan profundo y, a ratos, tan inextricable en su escritura, que hacer el ejercicio de la vía más corta entre dos puntos, el de trazar la línea recta, suele dar sorprendentes resultados en la comprensión de la Comedia. En tantos juegos premonitorios o inscritos en la relojería del destino que Dante imagina en su relación intangible con Beatriz, la lectura compartida del libro VI de la Eneida, con el descenso de Eneas a reencontrarse con el afecto de su padre, y la sombra del mito órfico con la llama inextinguible del amor del dios de la música por Eurídice, vendría a ser preludio, profecía, vislumbre de lo que narraría la Comedia. Y promesa de parte de Dante a Beatriz de (dicho con versos de Quevedo) “Amor constante más allá de la muerte” . Nada de esto tiene sostén ninguno, pero tampoco lo tiene, por su mismo misterioso e impreciso origen, la figura real e histórica de Beatriz.

Dante guarda sorpresas constantemente. Beatriz no está sola en la misión de socorro al Dante-personaje. Cuando Virgilio acepta la petición de la musa, pregunta la razón de ese interés inusual, y de ese descenso desde las alturas bienaventuradas, y Beatriz responde que desde un sitial más elevado que el suyo, “una Donna gentil” (v. 94) se apiada de la distancia que hay entre mortales y celestes (e incluso entre estos últimos y los destinados a los peldaños más bajos de esta jerarquía ultraterrena; Beatriz dice: “no me alcanzan vuestro triste duelo/ ni llamas de este incendio pavoroso” (Vv. 92-93)) y fue a llamar a Lucía, otro personaje celestial que ha motivado largas páginas de disertación sobre su identidad. Los acuerdos giran en torno a la santa siracusana, la martir Lucía, hoy patrona de los ciegos y de los aquejados de la vista, y Kurt Leonhard indica a otra Lucía, de origen florentino, cuyo onomástico se celebraría el 30 de mayo, pero que no he podido refrendar en ninguna fuente católica. (Habría que recordar que el Papa Juan Pablo II despojó de su condición de santos a unos cuantos beatificados anteriormente)


Sin embargo, la presencia de Lucía es bastante sugerente por sí misma: es la luz, en la etimología de su nombre, pero también para sus auxiliados, entre los cuales se contaba Dante, devoto de ella, desde una enfermedad ocular que la intervención de la Santa le habría sanado, por lo cual esta escogencia personal también se agrega a su significación, pero también asiste el sentido paradójico de la Santa ciega que otorga la luz, o como cuenta la leyenda, la de la vista sobreviviente al martirio de perder sus ojos, la luz desde la sombra, o la luz venciendo por entre aquellas. Recordemos que toda esa dialéctica ya la venimos percibiendo desde el Canto I, y , en el singular afán dantesco de disponer simetrías poéticas o simbólicas, la luz de la oscuridad irradiada por la figura de Lucía, vendría a ser un contrapunto extraordinario y femenino a la figura de Pablo, ciego por poder de Dios, y recuperada su vista por la vía órfica de su arrepentimiento y reconvención, mientras que Dante, amparado, sin saberlo por el amor no de una, sino de tres mujeres, recibe la gracia de cambiar el camino de su extravío. Ese número mágico, omnipresente en toda la Comedia, es el que encontramos en este triple auxilio. A las tres bestias del Canto I, se oponen estas tres figuras femeninas: la gentil donna imprecisa, Lucia y Beatriz, en cuyo encuentro se suma una cuarta: Raquel, esposa de Jacob, representación de la vida contemplativa. A su lado está Beatriz cuando Santa Lucía acicateada por la Gentil (que la mayoría presume es la Virgen María) se preocupa por su devoto y le refresca a la distraida musa del poeta, el amor de éste por ella, con un apóstrofe del mismo ardor que ese que los varones desdeñados de amor imaginamos que alguna amiga en común le haría al objeto de nuestros desvelos, en favor nuestro, en el ápice del olvido femenino.

Y el símil es apropiado pues, como dice el poeta traductor Ángel Crespo: Beatriz es una de las figuras más discutidas por los dantistas. Su autor la prepara desde La vita nuova, pero igual la sensación de extrañeza se mantiene a través de los siglos. Si ya debemos razonar y dilucidar para comprender a cabalidad que para este viaje a través del ultramundo cristiano, Dante haya imaginado al poeta pagano Virgilio, en lugar de algún Santo católico o Doctor de la Iglesia, para comprender el lugar de Beatriz todavía no han terminado de escribirse los libros. Harold Bloom ya lo expresó mejor que muchos, incluso un servidor: “Si la Comedia no fuera el único auténtico rival poético de Shakespeare (en el real/ficticio organum de su canon occidental), Beatriz sería una ofensa para la Iglesia, e incluso para los literatos católicos.” (Pag. 88)

¿Quién es Beatriz para el mundo, aparte de lo que Dante escribe y se propuso escribir para decir lo que jamás nadie dijo de mujer alguna (Vita Nuova, XLII)? Una florentina de dudosa existencia real, poco más que una ficción, una suerte de Dulcinea teológica (también lo insinúa Bloom). No está pensada en ningún Concilio Vaticano para ser siquiera beatificada, no es venerada por ningún culto, ni nadie ha construido a su alrededor ni un evangelio apócrifo ni una Iglesia paralela. Quizás Dante quiso atreverse a hacerlo, pero en su lugar escribió la Divina Comedia, y sin necesidad de altar ni incienso, la eternizó.


Este empeño casi inequívocamente herético de traspolar a la anónima niña Portinari al más inaccesible de los cielos, como motivo, concesión y guía último del viaje de la salvación de Dante, y en su alegoría teológica, de la humanidad entera, tiene unas raíces igualmente cercanas o entreveradas en la herejía: en la creencia de los cátaros de amar a una mujer ultrahumana, que trasciende de todas las mujeres terrenas y al mismo tiempo nos aleja de ellas, aunque se deja presentir en su humanidad. La pasión nos salvará únicamente si la sublimamos, si escogemos su camino de dolor purificador, en la herida abierta por aquello que me llama desde la primera reveladora mirada pero a la que más amo mientras más lejos me queda. Amar no es el deseo de poseer lo amado: es el deseo de que desearlo no se extinga nunca, así no se consume jamás.

Los cátaros, nos proclama Denis de Rougemont, vislumbraban/esperaban y ardían por una mujer que no habitaba en la tierra, a la mujer verdadera, celestial, quizás la donna gentil innombrada que viene de lo más recóndito del Cielo, innombrada de manera misteriosa y mística, secreta y gnósticamente. Esta mujer celeste transmite el relevo de su luz a la Santa que conduce a los enfermos de la oscuridad porque para ella, aún sin ojos, no hay tinieblas. Esta intermediaria espiritual vincula al ápice de la luz con su nadir luminoso, con su componente humano y cercano a lo terrenal, aunque ya haya abandonado esas ligaduras. Lucía es la alcahueta de los cielos. Es la centinela del alba que tantos poemas trovadorescos representan cuidando la noche oscura de los amantes antes de que llegue el alba que los separará. Es la Brangel dantesca de Tristán e Iseo: los une, los protege y les allana camino para encontrarse. Y Beatriz es la Donna angelicata, puesta en la tierra por un designio insondable con todos los signos del nueve (del tres reflejado/multiplicado en sí mismo) para revelarle a Dante el camino que lo separe de la via smarrita y lo conduzca a la redención.

Viaje órfico, que desciende para subir, que intenta recuperar a una Eurídice que, a diferencia de la del mito griego, lo llama, le muestra el camino, le obsequia un guía para que no se desvíe ( o no vuelva a hacerlo), lo espera y, por fin agradecida, lo redime.

1Traducción de Ángel Crespo, utilizada, salvo excepciones que se declararán, en todos los casos.


lunes, 29 de marzo de 2021

Tema con variaciones en el blog: Crossover VII-Klazz Brothers

 


Einar Goyo Ponte

Programa Tema con variaciones transmitido el 23 de agosto de 2020 por Radio Capital 710 AM, desde Caracas, Venezuela. En un capítulo más de nuestra serie frecuente titulada Crossover, con fusiones entre lo clásico y lo popular, presentamos una semblanza del grupo caribe-europeo Klazz Brothers y sus versiones en ritmos afrocaribeños o jazzísticos de obras del repertorio académico, de Bach, Beethoven, Mozart, Tchaikovsky, Strauss y otros.



lunes, 15 de marzo de 2021

Tema con variaciones en el blog: Venezuela 2021

 


Einar Goyo Ponte

Programa Tema con variaciones transmitido desde Caracas, Venezuela a través de Radio Capital 710 AM el 3 de enero de 2021. Es la primera emisión de este año y está dedicada a la música venezolana académica junto a la lectura de poemas, textos humorísticos y literarios con la intención de servir de impulso emocional al inicio del año. Se escuchan obras de Jesús María Suárez, María Luisa Escobar, Aldemaro Romero, Paul Desenne, Ricardo Lorenz, Pedro M. González, entreverados con textos de Marguerite Yourcenar, Fernando Paz Castillo, Aquiles Nazoa, Arturo Pérez Reverte y Leonardo Padrón



lunes, 25 de enero de 2021

Dante 2021: Inferno I-Selva oscura

 


Einar Goyo Ponte


El primer canto de la Comedia, suerte de prólogo de la obra magna que apenas está comenzando, es el correspondiente a la descripción de la Selva Oscura, cuyo nombre no sólo referiría al paraje aterrador que recorre el poeta, sino al intrincado simbolismo de que está construido. Sobre éste es que intentaremos explorar sus senderos, desde un punto de vista, si no nuevo, pocas veces elegido como lazarillo para desentrañar sus intrincados enigmas.

La selva oscura comienza en la mitad de la vida. Es allí donde Dante se extravía. Es fácil encontrar sintonía con ese verso inicial, pues "la mitad de la vida" suele ser ese momento en el que miramos hacia atrás y aún nos preguntamos; ese momento de pausa y de inquietud cuando pensamos si lo que viene seguirá siendo como hasta ahora o si tendremos el valor de cambiar, de torcer el rumbo, de empezar a hacer las cosas de manera radicalmente distinta a cómo las hemos hecho hasta ahora.

Al parecer, a Dante esta resolución le era particularmente difícil, a pesar de que la vida no había sido avara en señales. El poeta que comienza a escribir la Comedia ya suma seis años desterrado, vagando por la Toscana para recobrar la paz de su ciudad y poder retornar a su casa. Y la acción de escribir el libro es más la forma que tiene de buscar cómo cambiar que el cambio en sí. Dante es un hombre de convicciones profundas, entrañables y muy arraigadas. Lo imaginamos más obstinado que perseverante, apasionado en sus afectos, sus vinculaciones con el mundo y en sus aversiones. No cambia fácilmente alguien así. Suele requerir de aluviones de experiencias y de esfuerzos extremos. El “mezzo del cammin” de su vida está marcado por ese esfuerzo, que en él es fundamentalmente de imaginación. Para transformarse, Dante necesita imaginar un viaje, pero no uno como el que lleva a cabo desde hace ya seis años, y que terminará derivando hasta su muerte. No. Uno que traspase las fronteras de las regiones de su Toscana natal e incluso del mundo conocido. Dante necesita hacer el viaje del cual pocos han vuelto. Dante necesita replicar el viaje de Orfeo, el de Eneas, y -él no los conoce bien o no los conoce en absoluto-, el de Gilgamesh y el de Ulises, entre tantos otros.

El viaje órfico es la columna vertebral de su Comedia. Su anábasis es su cambio o su desesperada necesidad de cambiar. Dante explorará, a través de lo que va imaginando, su interior, su inconsciente, sus recuerdos, sus experiencias, imantado por la figura de Beatriz, su Eurídice niña, su donna angelicata particular, esa mujer que tan maravillosamente, según él, encarnaba el número nueve, el del 3 multiplicado por sí mismo, el número de la Santísima Trinidad, el de la figura del triángulo, el de la reverberación de las tres dimensiones, el número del infinito, el número, a partir del cual, los números no hacen sino repetirse. Eso, aderezado por todos los avatares que sus biógrafos han presumido/encontrado, forman la mitad del camino de su vida.


El agua del inconsciente

Dante confiesa que no sabe cómo llegó a la selva oscura pues sintió que el sueño lo vencía, marca inequívoca del viaje inconsciente. Y el primer signo constante de todo el poema aparece en este mismo momento inicial (Verso 17): la luz. El tema de ir en pos de ella, de aprehenderla y de vivir en ella serán nucleares en la Comedia. Y a partir de aquí comienzan a desfilar los signos que se han terminado por aceptar de una manera tradicional, e incluso hay algunos que no han merecido mayor atención de los exégetas dantescos.

Dante señala que está saliendo del agua, de un lago, por más señas, y ese elemento acuático suele minimizarse o desaparecer en el análisis de este canto. Ese elemento líquido o húmedo podría remitir al nacimiento, a la salida de lo subacuático a la tierra, a la luz. De hecho, Dante dice de su paso “che non lasció giá mai persona viva”. (que nadie vivo lo cruzó)

Es pues una vuelta de la muerte, o un renacimiento. La oscuridad cobra así una calidad tangible: moja, la atravesamos y la sobrevivimos. Dice Gaston Bachelard de ello: “La noche es sustancia, entonces, como lo es el agua. La sustancia nocturna se va a mezclar íntimamente con la sustancia líquida.” (El agua y los sueños, FCE, 1988, pag. 88).

Esta es la trayectoria básica del poema: el tránsito de la espesa, líquida, casi gelatinosa tiniebla hacia la luz. Aquí, representado por primera vez en la Comedia, como el trasvase de una orilla a otra.

Ha llegado a un desierto (V.29), el cual camina con paso incierto. Y entonces aparece la primera de las bestias simbólicas, que han agotado el seso de los exégetas. Durante el tránsito de estos primeros 700 años de vida del poema dantesco, y su estudio, sin embargo, los lectores parecen haberse conformado con lo que las ediciones y los traductores a través de las épocas han canonizado. Lo cual en el caso de Dante, preocupantemente, lo ha simplificado.

El símbolo es, por definición, polisémico: rehúye el canal unívoco, apunta a la complejidad. La buena intención de los exégetas y traductores de Dante ha terminado unificando los sentidos de sus símbolos y alegorías, pero los estudios semióticos, y la aplicación de los códigos antropológicos y psicoanalíticos podría arrojar nueva luz sobre la oscuridad retórica dantesca.

Aparecen en el camino de Dante, sucesivamente, un leopardo, un león y una loba, preludiando la providencial aparición de Virgilio, quien de inmediato hará de guía de nuestro poeta.


La tríada animal

Los exégetas han convenido en explicar que, sustancial y sucintamente, estos tres animales representan respectivamente a la lujuria, la violencia o soberbia y la incontinencia o la codicia. Resulta muy interesante en tanto proyecciones de su debate interno, de la asunción de su conciencia, que Dante visualice a estas tres fieras como representaciones de sus propias falencias, más o menos confirmadas por lo que sabemos de su biografía. La primera sería proyección de su introspección como hombre casado con una mujer que no era la musa ni el imán de sus pulsiones más trascendentales (pronto veremos las implicaciones de esto), la segunda podría percibirse como proyección de sus fallas como político y detentador del poder mientras fue miembro del Consiglio dei centi, y dado el presumible carácter iracundo que tenía, de sus excesos, así como de la debilidad de su carne para guardarse casto para Beatriz o de la lucha contra las tentaciones que el poder puso ante sí.

Pero los catálogos y los estudios sobre las figuras simbólicas de estos animales nos revela cosas interesantes y sorprendentes.

Por ejemplo, Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos (1992) encuentra una sincronía entre los simbolismos del leopardo y del león, apartando el sentido solar del segundo. Así el leopardo sería símbolo de la bravura y la ferocidad marcial, y contendría los atributos agresivos y potentes del león. Estar al acecho es también uno de sus componentes. Al atributo solar de la piel del león sobrepondría las manchas que representarían un eclipse o una sombra de aquel.

El simbolismo del león es más franco: se asocia con el oro, y desde allí a la tierra. Es pues, un símbolo solar y terrestre, y desde este último ámbito se convierte en la antípoda del águila en el cielo. Aquella reina en las alturas, éste lo hace en la tierra. Es claramente, un símbolo de poder, pero también de dignidad real, de luz y de victoria, y desde allí representa, también, la virilidad exaltada. Cirlot nos recuerda que Jung lo identifica “como indicio de pasiones latentes y puede aparecer como signo del peligro de ser devorado por el inconsciente” (Pag. 271).

Queda el simbolismo del lobo, la última fiera que se le aparece y que será paradójicamente la que aclare a las demás. Su significado crucial proviene de la mitología nórdica, donde encarna al animal que es liberado en el fin del mundo, en el Ragnärok, y que devora al sol, para volver a sumir al mundo en el caos, de donde el lobo mismo, Fenrir, proviene. Recordamos que en la novela La historia interminable, de Michael Ende (otro viaje profundo, introspectivo) también un lobo es el heraldo de la Nada, que sobreviene en el progresivo olvido de la magia o de la fuerza de la figura de la luz, portadora del Auryn, la Emperatriz Infantil. El lobo es pues, el caos, la fuerza más oscura de las que se le aparecen a Dante en este prefacio del viaje.


Veamos lo que el propio Dante dice de cada animal. El leopardo aparece apenas iniciado el camino, es decir, apenas hollado el terreno del inconsciente, aún húmedo por el paso acuático que acaba de atravesar. El leopardo es liviano (“una lonza leggera e presta molto”) y rápido, “de piel manchada todo recubierto” (Trad. Ángel Crespo), y parado frente a él, le corta el paso. Lo detiene, pero no refiere intento de agresión ninguna contra Dante. Enseguida aparece la luz: despunta la mañana, y el sol empieza a elevarse con las estrellas. Percíbase la similitud: la luz mayor, el oro del sol ascendiendo por entre el firmamento aún tachonado de estrellas. Es exactamente la imagen que se ha asomado en la piel del leopardo recubierta de manchas, pero a la inversa, en declaración temprana de lo que será otra recurrente dialéctica dantesca: la oposición de lo que ocurre en el cielo y en la tierra por inversa correspondencia, por lo que algunos exégetas llaman el contrapaso.

Dante se entusiasma a la vista del sol y siente esperanza, pero vuelve a temer ante la vista de la nueva fiera, el león que hacia él sí se dirige, a diferencia del leopardo, con la cabeza erguida y hambrientos ojos (hambre rabiosa, dice el original toscano), y en esta visión, no como una sucesión, sino acompañando a la primera, al león, aparece la loba, también hambrienta, o sea, con ganas de devorar, como el Fenrir nórdico, y en el miedo que ésta le provoca y duplica, después del león, Dante nos revela que pierde la esperanza de la altura. Es decir, de la luz.


En esa misma sincronía que hemos creído ver la síntesis del león y la loba debemos ver la presencia primigenia del leopardo. No forman una sucesión, tres entidades diferentes del acoso, ni del mal o el horror. Son una tríada (número también primordial dantesco) continente de un solo significado.

El inconsciente ambiguo, el territorio aún salpicado de las sombras del sueño se deja oír en el inicio del caminar del poeta y el leopardo es el símbolo emblema de esa ambigüedad, al tiempo que es el indicador, no del frenar el andar, sino de continuarlo en la vía correcta, la del sol, del cual, por Dante detenerse, a causa del Leopardo, puede contemplar la salida junto con la aparición del león, su figura terrestre, que viene acompañada, en el mismo estadio, del caos, o sea de la oscuridad.

Dante está en el mismo espacio del leopardo: el de la ambigüedad y el enfrentamiento simbólico que nos narra representa la necesidad de escoger la vía y salir del camino perdido.

El Dante personaje, al cual, a partir de aquí, debemos separar del Dante poeta, no escoge. Lo hace el poeta, pero no en el avatar sino en la escritura. El Dante-personaje está aterrado y retrocede hasta “allí donde el sol calla” (V.60). Desde ese hueco de silencio emerge una figura, igualmente silente: la de Virgilio, pero eso es materia del próximo escrito.