sábado, 19 de junio de 2010

UNA CANCION SIN IMPORTANCIA

In memoriam José Saramago


Entonces el viejo, como para agradecer la acogida, anunció, Tengo una radio, Una radio, exclamó la chica de las gafas oscuras dando palmadas, música, qué bien, Sí, pero es una radio pequeña, de pilas, y las pilas no duran siempre, recordó el viejo, No me diga que nos vamos a quedar aquí para siempre, se lamentó el primer ciego, Para siempre, no, para siempre es siempre demasiado tiempo, Podremos oír las noticias, observó el médico, Y algo de música insistió la chica de las gafas oscuras, No nos gusta a todos la misma música, pero todos sin duda estamos interesados en saber cómo andan las cosas por ahí fuera, lo mejor es ahorrar las pilas, Eso creo yo también, dijo el viejo de la venda negra. Sacó el aparatito del bolsillo exterior de la chaqueta y lo encendió. Empezó a buscar emisoras, pero su mano, poco segura aún, perdía fácilmente el ajuste de la onda, al principio no se oyeron más que ruidos intermitentes, fragmentos de música y de palabras, al fin la mano cobró firmeza, la música se hizo reconocible, Déjela sólo un momentito, pidió la chica de las gafas oscuras, las palabras ganaron claridad, No son noticias, dijo la mujer del médico, y luego, como si fuera una idea que se le ocurriese de repente, Qué hora será, preguntó, aunque nadie podía responderle. La aguja de sintonización seguía extrayendo ruidos de la cajita, luego se quedó parada, era una canción, una canción sin importancia, pero los ciegos se fueron acercando lentamente, no se empujaban, se detenían cuando notaban una presencia ante ellos, y allí se quedaban, oyendo, con los ojos muy abiertos en dirección a la voz que cantaba, algunos lloraban, como probablemente sólo los ciegos pueden llorar, las lágrimas fluían naturalmente, como de una fuente. La canción se acabó, el locutor dijo, Atención, al oír la tercera señal, serán las cuatro…

De Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago (1995).

Por tu permanencia, tu vocación de imaginar, por la tenacidad de tus ideales y la valentía de denunciar el error, pues el que rectifica no yerra nunca, por tus palabras desoladas y hermosas, por volver a enaltecer la musical lengua portuguesa, te despido con un fado exquisito, en tu viaje a un paraje "Nao muito distante", con voz y cuerdas de Teresa Salgueiro y Madredeus:

domingo, 13 de junio de 2010

DIARIO CHOPINIANO III: El enfermo precoz

Einar Goyo Ponte

Los biógrafos insisten en que el jovencito Fryderyk Chopin se benefició de una educación estricta y excepcionalmente completa para la media de la época. Ello implicó un horario que no dejaba espacio para la distracción. Así ganó prestigio y el renombre que le daba aparecer en el Correo de Varsovia, como precoz autor de obras brillantes para el piano, pero perdió vigor en la ya vulnerada salud que ostentó toda su vida. En febrero de 1826 es víctima de una inflamación ganglionar, pero se le trata como si fuera un simple catarro. El resultado es que tiene que ir a parar a un sanatorio de aguas minerales, para recobrar un poco de peso en su extrema delgadez, y allí permanece hasta septiembre. Otro producto de esta debilidad suya, no por indirecto es menos crucial: al volver a la vida normal –tiene ya dieciséis años-, decide renunciar a la universidad y dedicarse a la música. Sin saberlo, encarna o reproduce desde entonces el arquetipo cultural del artista romántico, viciado de salud y pletórico de genio.

Entre estos dos polos vitales ubico las obras que proponemos para la audición en este Diario chopiniano III: como fruto del ahinco y tesón con los que trabajaba colgamos el Rondó No. 1, que dedica a la esposa del director del Liceo donde estudiaba; y como expresión de su renuncia a la vida académica en la que tantos esfuerzos había invertido su Polonesa en sol bemol, llamada “del adiós”. La primera es con Vladimir Ashkenazy, la segunda con Idil Biret.





sábado, 5 de junio de 2010

DIARIO CHOPINIANO II: El reloj de oro

Einar Goyo Ponte

En una Polonia sometida por el poder ruso zarista, que oprimía la oposición juvenil de los estudiantes y las organizaciones secretas, en las que participarían amigos de Frederic, con la prensa censurada en Varsovia, y donde la francmasonería y las sociedades secretas cocinan la insurrección que arderá en 1830, irá creciendo el joven Chopin, estudiando griego, latín, alemán, inglés e italiano, el francés se lo habrá enseñado su padre. Todavía tiene tiempo de ir al conservatorio y estudiar música y canto, y hará estrecha amistad con la nobleza. En 1818, se presenta en público por primera vez, en el Palacio Radziwill, como pianista-niño prodigio. Seguramente con el repertorio clásico de entonces y sus propias composiciones, pues ya, gracias a un sacerdote amigo, el Padre Cybulski, se ha publicado su primera Polonesa, la cual recibe una crítica elogiosa de la Revista de Varsovia. Mientras tanto, comparte su fruición al piano con el talento para dibujar y hacer caricaturas.

De la corte de los Radziwill, Chopin pasa a la de los Czartoriski, y así a la de muchos otros nobles, para, en 1819, ofrecer un concierto en honor de la famosa belcantista Angélica Catalani, quien queda tan fascinada con “Chopinito”, pues así lo llamaban, que le regala un reloj de oro, del cual Frederic no se separará nunca más. En su agenda del año 1821, figura María Feodorovna, la madre del zar, y sus presentaciones se hacen tan frecuentes que su maestro Zwyny, lo añora y admite que ya le ha enseñado todo. En recompensa, para su cumpleaños, el 21 de abril, le dedica su tercera Polonaise. Pero, ese mismo año, Josef Elsner, fundador del Conservatorio de Varsovia, lo invita a estudiar con él. Cree que Frederic tiene el talento para realizar su sueño: componer una ópera polaca. En ello se equivocará, pues su pupilo siempre se sentirá atraído por el auge romántico de la ópera de su tiempo, que es el de Rossini, Bellini, Donizetti y Weber, pero sabrá que su estética no va por ese camino. Elsner se esmera en revelarle los secretos de la armonía, la composición y el contrapunto. Fruto de ello es su cuarta Polonesa, en sol sostenido menor. Ya Fryderyk tiene doce años.
Escucharemos esas dos Polonaises de primera juventud. Están llenas de adornos encantadores, juveniles, que ya anuncian la oculta melancolía del gran Chopin posterior. La primera está ejecutada por Idil Biret, la segunda, por un intérprete desconocido.