lunes, 26 de noviembre de 2007

GERSHWIN, A LOS 17



Einar Goyo Ponte


¿Qué hace un chamo normalmente a los 17 años? Tienen novias, son expertos en todos los tipos de Videojuegos, tienen un modelo de celular más avanzado que el de sus padres, terminan su bachillerato, coleccionan rock o reggaeton en su iPod y chatean por interminables horas en su computadora, mientras taconean con los tenis de última firma, que se ponen una y otra vez.
Pero este domingo 18 comocimos a un chamo de 17 que seguramente hará mucho de esas cosas habituales, pero además toca la Rhapsody in Blue, de George Gershwin, con la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, en el Aula Magna. Es el joven pianista, oriundo de La Guaira, Kenny Salazar. Con él y la dirección de Rodolfo Saglimbeni, titular de la OSMC, cerró ésta su Serie Venezuela Internacional.
En cierto sentido la Rhapsody, de Gershwin, con su formato jazzístico, exigente de un pianismo extrovertido, popular en su declamación, pero de profundo dominio de la técnica del teclado, parecería una adecuada pieza para causar notable impresión en una audiencia, a esa edad aún adolescente. Y Salazar la tocó con toda la pasión y ánimo lúdico que le son propios. No irreprochablemente, por supuesto. A mi ni siquiera me gusta lo que Gabriela Montero hace con esta obra. A Kenny se le empastelaron sonidos cruciales muy temprano en la partitura. Aún le falta potencia en las octavaciones con las cuales debe retar la sonoridad de la orquesta (por cierto, hubiese sido más acertado la versión original para Jazz band, que la de full orquesta, escogida y dirigida por Saglimbeni, con una destreza ya expertísima), pero es audaz y valiente en su toque intrincado, en las digitaciones cruzadas que la pieza requiere en pasajes cumbres, y denotó personalidad en sus solos. Tras la hazaña (para su juventud lo es sin duda) se lanzó con un rag de Scott Joplin, para demostrar que la escogencia gershwiniana no era azarosa sino producto de un estilo cultivado, aunque raro en nuestros pianistas.
En la segunda parte del concierto el maestro Saglimbeni condujo una meticulosa y exuberante versión del poema sinfónico Don Juan, de Richard Strauss, narrador de una interpretación germánica y romántica del mito del burlador español, a la que el compositor da un enigmático final cercano al silencio. El director logró que sus metales no se desviaran ni una sola vez en la desafiante escritura que les propone Strauss, sobre todo a las trompas, y trabajó de manera soberbia al arpa, en una nutrida orquestación. Cerraron con Sensemaya, del mexicano Silvestre Revueltas, suerte de Consagración de la primavera en miniatura y en forma de ancestros americanos, de nuestra literatura sinfónica del siglo XX. Contrapunto y concitación rítmica fueron impecables. Sin embargo, en ambas piezas, Saglimbeni no pudo sortear la labor de un espía en sus propias filas: Francisco Rivero, el principal de los timpani, quien con su toque anémico arrebató prestancia y efecto a no pocos momentos de climax en ambas obras. El reforzamiento de la percusión en Revueltas tamizó un poco el sabotaje, pero no totalmente. Eran piezas donde extrañamente podía haber alcanzado un importante lucimiento.
Inexplicable.


Para ilustrar, les ofrecemos una versión de intérprete desconocido de la Rhapsody in blue, de Gershwin, en el control a continuación. Sólo se debe hacer click para oirla.

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