domingo, 18 de noviembre de 2007

RUGELES, 25 AÑOS


Durante todo este año, el maestro Alfredo Rugeles ha estado activo celebrando sus bodas de plata como músico y director. Ha dirigido dentro y fuera del país, donde se le han hecho reconocimientos y honores por sus 25 años de carrera. También este blog le ha dedicado sus espacios a tan feliz cumpleaños. Reseñamos ahora uno de sus conciertos venezolanos más recientes, el que dirigiera con la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela.

En él, este domingo 11, pudo estrenar dos obras compuestas especialmente para él: Enigmas rugelianos, del mexicano Manuel de Elías, de certera atmósfera, lograda por el sonido continuo del arpa y una mínima percusión que crea una base musical que soporta efectos acústicos, como de una ciudad bajo la lluvia. Los temas son planteados y desarrollados por las maderas y los metales mientras las cuerdas colaboran con la atmósfera acústica. Del minimalismo inicial se llega a un reforzamiento de la sonoridad sinfónica para un final casi bombástico. La otra obra fue Invención, del venezolano Federico Ruiz, obra de alto contrapunto, con huellas de formas criollas entreveradas, no obstante, en dramáticas e intrincadas derivaciones que nos recordaron a Bach, por supuesto, y al Beethoven de la Grosse fuge. Su dirección contribuyó a hacer más diáfana esta primera audición.
Entre ambas Francisco Flores se decantó por el Concierto para trompeta, de Henri Tomasi, de agradable escucha pero no muy abundante invención, salvo el intento de diálogo que ofrece en toda la obra entre el sonido franco y el de la sordina del instrumento. El diablo suelto, acompañado por Jorge Glen, al cuatro, como bis, hizo olvidar los devaneos de Tomasi, de inmediato.
Para concluir, Rugeles ofreció una casi perfecta ejecución de las dos suites de la música incidental de Peer Gynt, drama fabulesco-folklórico de Henrik Ibsen, cuya composición magistral, llena de subyugantes melodías en bandeja de una brillante orquestación, es de su paisano Edvard Grieg. Venía como anillo al dedo para el estilo analítico y de exuberancia sonora del director venezolano, quien usando un pulso exacto para las melodías nos hipnotizó con la hermosa Canción de Solveig final, dispuesta en sensible perfil diverso en cada estrofa.
¡Felices Bodas de Plata con la música, maestro!

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