Einar Goyo Ponte
Desde hace unos meses Caracas, por ser su plataforma, y Venezuela, porque ya la han recorrido por diversas plazas regionales, ha estado asistiendo, con cada vez más saboreada frecuencia a un fenómeno bien estimulante y, en cierto sentido, trascendental para
nuestro quehacer musical, en sentido general,
aunque los dos ámbitos que abarque en principio sean el lírico y el popular.
Es lo que podríamos llamar el lanzamiento profesional del grupo vocal Ankora, reunión de cuatro cantantes
operísticos y su pianista acompañante, que se ha visto amparado por la veteranía de orquestas como la Sinfónica
de Venezuela o la Filarmónica Nacional, en salas shows o prestigiosos teatros como la Sala José Félix Ribas o la moderna estructura del Teatro Municipal de Chacao.
Formado por el barítono
Franklín de Lima y los tenores Francisco Morales, Manuel Arvelaiz y César
Arrieta, entre quienes se encuentran habituales de nuestras temporadas de
ópera, en su forma original, y ahora tras la forzosa ida de Arrieta, a quien su formación profesional reclama en el exterior, por el también tenor ligero, Diego Puentes, Ankora fusiona la veteranía y
la juventud, la técnica canora culta y la atracción de los propios cantantes y
del público actual por figuras provenientes del universo musical como Andrea
Bocelli, Il Divo, Il Volo, Mario Frangoulis, Josh Groban y Alessandro Safina,
entre otros, todas ellas catapultadas en el impulso del fenómeno mediático que
significó el Concierto de los Tres Tenores en Caracalla en 1990, con Pavarotti,
Domingo y Carreras, impresionando al mundo cantando las más brillantes arias de
ópera y zarzuela, canciones napolitanas y el repertorio popular universal de
todos los tiempos.
Así, en formato
venezolano, en un producto bien empaquetado y concebido con gusto y preparación
(están allí la producción de Milvia Piazza, los arreglos orquestales de Don
Pedro López y Pedro Mauricio González, por ejemplo, y la pulcritud profesional
de su tecladista y repertorista, Pedro Toro), Ankora se ha presentado con conciertos cuyas miras principales son
la edición de un DVD, con sus temas promocionales, acompañados por la Sinfónica de Venezuela,
dirigida por el Maestro Luis Miguel González, y el cimentar su público y sus
objetivos artísticos, en sus conciertos con banda y con la OFN, conducida con
pasión por Pablo Morales Daal.
Quizás son las tesituras
de las piezas, quizás sea la confianza que les da la amplificación, o
simplemente el background
urbano-musical que como buenos habitantes de Caracas, pero la seguridad, la
insolencia, la espontaneidad demostrada por todos estos cantantes, ya conocidos
(en su mayoría, al menos) en los escenarios melodramáticos, es de una
efectividad inmediata.
En la primera parte
hacen un guiño a sus repertorios tradicionales cantando canciones como “Non ti
scordar di me” (De Curtis), “O Sole mio” (Di Capua) y “Besos en mis sueños”
(Brandt), para luego adentrarse en la seductora esencia de su propuesta. De
Lima aporta el soporte baritonal, pero no pocas veces se ve impelido de escalar
cimas tenoriles en los arreglos de las canciones; Arvelaiz, introduce una línea
lírica que coquetea con el crooner y el baladista modernos; Arrieta (y ahora
Puentes), juega con las tesituras estratósféricas, introduciendo polifonía
aguda a las piezas y Morales devanea con De Lima en los colores oscuros y en la
sonoridad potente, dramática de los números.
Así van abordando un
repertorio ecléctico, que contiene vetas del estilo en el que quieren
inscribirse, pero que también muestra ganchos de audacia y hasta de
provocación. En la línea de Il Divo ofrecen
una cabal versión italiana de “Nights in white satin” de The Moody Blues, exprimen la vena lírica de los soundtracks con “Because we believe”,
de David Foster y “Go the distance”, del Hercules,
de Disney, de Menken y Zippel, en apoteósico y exigente arreglo de Pedro López;
y luego entran en su propuesta más interesante la que combina la nostalgia del
llamado “adulto contemporáneo”, que apela desde la época dorada de los
festivales de San Remo hasta el repertorio italiano de nuestros ídolos pop como
Montaner y Guillermo Dávila, con audacias con el repertorio culto y el
crossover o pop-lírico. Allí encuentran sus momentos más brillantes como en la
extraordinaria versión de “Luna” (de Musumara y Pintus), que supera al original
de Safina; el exultante “Un amore cosi grande”, de Ferilli; su “Prayer in the night”,
basado en una sarabanda de Haendel, un momento íntimo y sensible con aquél viejo
hit de José Feliciano y Christian Castro, más un par de envenenadas gotas de
nostalgia ochenta-noventosa con baladas italianas que aquí popularizaron voces
disímiles como Pentágono o Guillermo Dávila. Orquestas cómplices, que sin
embargo nunca renunciaron a su necesaria brillantez sinfónica, en las batutas
amistosas e incisivas de Luis Miguel González y Pedro Morales Daal, coronaron
la emoción de estas funciones especiales. Pero los hemos atestiguado con su
banda, o sólo con sus teclados, y el efecto subyugante que consiguen es
exactamente el mismo.
1 comentario:
Nada más falso, son una mala copia del verdadero talento que hay en Venezuela. Estudien y luego traten de acercarse a la fama a ver si la logran y la merecen
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