jueves, 17 de septiembre de 2009

IN MEMORIAM: PAVAROTTI POP



Einar Goyo Ponte


El pasado 6 del mes que recorremos se cumplieron dos años de la muerte del tenorissimo Luciano Pavarotti, cuya sombra de ausencia se hace cada vez más patente. Aún anegados en la nostalgia de su voz y su carisma, celebramos aquí su memoria y el testimonio de su instrumento. Para ello reeditamos una crónica publicada en el vespertino El mundo, de Caracas, el 31 de agosto de 2004, en la cual escribiera mis impresiones acerca del disco Ti adoro, lanzado al mercado por el tenor menos de un año antes, y que se constituyera en su último Cd grabado en estudio. Aprovecho la intangible magia del blog para compartirlo de nuevo con ustedes, como un pretexto para volver a oír y escribir de la eterna voz de Pavarotti.




A nadie, en realidad, podría extrañarle. Después de las reuniones dicharacheras en que fueron convirtiéndose los espectáculos de Los tres tenores, y sobre todo de sus famosos, altruistas e hipersincréticos conciertos benéficos Pavarotti & Friends, era prácticamente lógico que el insigne tenor italiano, hoy técnicamente retirado de los teatros de ópera, a sus 69 años, deviniera cantante pop.

Sin embargo, sobre las alas del crossover (ese fenómeno de síntesis musical mediante el cual intérpretes de un estilo musical se adentran en las aguas de otro u otros que no les son habituales), Luciano Pavarotti lo ha hecho con un producto discográfico de altísimo nivel, y no nos referimos al lógico despliegue técnico que el artista y la casa discográfica ameritan, sino a la calidad y la hechura de su contenido.


El CD se titula Ti adoro y reune 14 canciones en italiano, de las cuales 11 fueron compuestas especialmente para el tenor. Son, por supuesto, piezas de francas improntas lírica y melódica, propias de un aria de ópera, pero con intervenciones rítmicas, armónicas y hasta eléctrónicas, procedentes de los estilos populares, cuyo resultado es un disco fresco, sorpresivo a ratos, y hasta con guiños de humor, a más de los encantos puramente musicales.


Se abre con el himno Il canto, el cual, al igual que varias de las piezas del CD, funciona como canción de amor y de tributo a la música, irguiéndose sobre una melodía simple y cautivante, que Pavarotti lleva a aguda tesitura en su segunda sección. Sigue Neapolis, una canción napolitana de estilo moderno e interesantes modulaciones, más esa franqueza de fraseo con que el tenor siempre ha marcado sus interpretaciones del género. En Starai con me la temperatura sube en virtuosismo y amplitud de melodía, junto con una desconcertante intervención electrónica de la voz del tenor, que se repetirá en Come aquile, y adquirirá otras formas en piezas como la que da nombre al CD, donde una voz de tenor parodia frases de ópera como en efecto sampling, a cargo de Pecos Giannetti, mientras el ritmo va en tempo de swing; en el aleccionador vals Buongiorno a te, con una voz de soprano en background junto a un piar de pajaritos, y el eco de las olas en Tu e il tuo mare, una de las canciones más bellas del disco. Pavarotti derrocha en todas timbre luminoso, chispa, buen humor y coloraciones sugerentes respectivamente.



También exigente es la melodía de Notte, donde lo acompaña el coro Roman Academy, que acentúa el tono lírico. Con un toque de blues llega Come aquile y es una de las piezas donde más se extrema el sincretismo género-intérprete. En Domani verra, de sugerente texto, Pavarotti nada con absoluta propiedad en el ímpetu operístico de la canción.



Ai giochi addio es una comprometida versión, de ingenioso arreglo instrumental, del célebre tema de amor del film Romeo y Julieta, de Franco Zeffirelli, compuesto por Nino Rota. De allí saltamos a la suntuosa producción del tema Stella, también de ingenioso texto y unas notas agudas de inapelable respeto por parte del casi septuagenario tenor. El CD cierra con una versión del tema principal de la película Gladiador, al que Pavarotti imprime toda su vehemencia expresiva y operística, y una nueva lectura de Caruso, de Lucio Dalla, a dúo con el guitarrista Jeff Beck, donde Pavarotti reafirma que tras las incontables versiones, incluidas las del creador, la suya es la definitiva, en cualquiera de las ediciones existentes, tal es la emoción vibrante de su canto expresivo y lacerante.


Este Luciano Pavarotti, internándose en aguas distintas, con esta sanidad sonora, y su calidez y carisma interpretativos prácticamente intactos, es el que se nos devuelve en este bello CD, ideal para aquellos que nos negamos a dejar de escuchar una de las voces más fascinantes del siglo XX.


Aquí les cuelgo, cortesía de You Tube, el hermoso video clip de Il canto.



miércoles, 16 de septiembre de 2009

TRATADO DE LO INVISIBLE IX






“No tengo rechazo grave contra la ópera ni me produce en general escrúpulos higiénicos, como las saunas públicas. Tampoco soy un gran aficionado, aunque siempre tuvimos en nuestra modesta discoteca algunas grabaciones del género. Nunca óperas completas, desde luego, porque ni tú ni yo –y tú aún menos que yo, tendrás humildemente que reconocerlo- seríamos capaces de escuchar algo tan largo, sólo selecciones de arias, dúos y otros momentos especialmente destacados. ¿Recuerdas? El bueno de Pavarotti, Mario Lanza y su Arrivederci, Roma, una antología de Aida con Carlo Bergonzi y Giulietta Simionato, otra de La Bohéme con Mirella Freni y desde luego María Callas. Que es a la única que oíamos de verdad con cierta frecuencia, a la gran María. Como cualquier ocasión te ha parecido siempre buena para tomarme el pelo, nunca dejabas de meterte con la cara que según tú se me suele poner al escucharla cantar Casta Diva. Como un besugo recién sacado del mar, haciendo pucheros.” (Pag. 228)








“El Elíxir del Amor tenía la apariencia estándar de cualquier trattoria, en cuanto a la decoración falsamente rústica y el olor a tomate con orégano, con la única peculiaridad de que todas las fotografías que adornaban sus paredes eran de cantantes de ópera. La mayoría, celebridades del pasado –por supuesto, no faltaban Caruso ni Melchior-, pero también otros más recientes e incluso había retratos tomados en el mismo local y firmados por sus protagonistas. Por lo visto, la cocina del Elixir del Amor había sido degustada –y tal vez padecida- no sólo por Alfredo Kraus, sino también por Teresa Berganza y hasta por Juan Diego Flórez. Bueno, si a ellos les había bastado, por qué no a nosotros.” (Pag. 228)


“El camarero que se acerca para tomarnos el pedido tiene las patillas de Fígaro pero nada de su pícara alegría. Más bien parece resignado a un fastidio rutinario que apenas disimula. Hace un momento vi pasar a una camarera jovencita que en cambio podría ser una aceptable Zerlina, pero a ella le ha tocado atender otras mesas. Suspiro. Cenaré ligero, como siempre: sopa minestrone y bresaola con recula y parmesano. En cambio el príncipe comparte el bárbaro apetito de Don Giovanni: penne alla arrabiata y escalopines al Marsala.” (pp. 229-230)


“A los dos nos encanta charlar pero a mí me gusta todavía más escucharle. Tiene una chispa para contar las cosas y una imaginación…no sé, vuelvo a sentirme viva cuando me envuelve con sus historias. O con sus razonamientos, ¿eh?. porque es bastante filósofo. Uno de sus temas preferidos son las semejanzas que encuentra entre su oficio y el mío. Dice que ambos se ejercitan no cuando uno quiere sino en un momento obligado, predeterminado por las circunstancias. Y ante la presencia del público vivo, que espera y juzga. Si te equivocas, no puedes volver a empezar, no queda más remedio que seguir adelante como puedas. Y por lo visto en el arte del jinete ocurre lo mismo que en la lírica: el mejor no es quien hace aspavientos y finge luchar heroicamente contra lo imposible, sino el que se deja llevar sin aparente esfuerzo y parece que tropieza con la perfección antes de haber llegado a buscarla. Los realmente buenos son los menos vistosos. Por eso la gente suele preferir a los segundones efectistas tanto entre los jinetes como entre los cantantes…” (Pp. 233-234)








“Siempreviva alzó la mano, pidiendo un momento de silencio. Y señaló hacia su compañero, el joven tenor, que se disponía a cantar. El piano inició una melodía leve y sugestiva.
-Favorita del re!...Spirito gentil…
Aunque la interpretación era vacilante y a veces sonaba áspera donde más delicadeza hacía falta, la belleza del aria de Donizetti logró abrirse paso. Al constatar nuestro arrobo y sorpresa, la prima donna pareció muy complacida.
-No debe de ser mera coincidencia… -insinuó el Príncipe.
-No, por supuesto que no lo es. Mi amigo Rafael ha incorporado el aria de La favorita a su repertorio (aún tiene que pulirla un poco, aquí entre nosotros) a petición mía y para dar gusto a Pat. ¿Pueden creerlo? Me hablaba frecuentemente de Espíritu Gentil, pero no sabía de dónde había sacado el nombre su caballo…fui yo quien se lo descubrí. Ya les digo que cada uno teníamos nuestra especialidad. A partir de entonces, siempre que Pat venía a verme pedía que Rafael la cantase. ¿A quién puede no gustarle?” (Pag. 235)
Fragmentos del capítulo 12 "Levántate y canta", de La hermandad de la buena suerte, de Fernando Savater. (Planeta, Barcelona, 2008)