viernes, 19 de enero de 2007

Dudamel 2007







Gustavo Dudamel (26 años) es ya el fenómeno musical venezolano más impactante de la historia. Director de la Sinfónica Simón Bolívar, con la cual recorre el mundo, impresionándolo por la empresa del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles creado por José Antonio Abreu, se ha convertido en el protegido de la leyenda del podio Claudio Abbado, gracias a lo cual figura en los escenarios más importantes del mundo, despertando arrebatados entusiasmos. Dos hitos recientes han sido decisivos en su carrera: convertirse en la primera batuta venezolana en la Scala de Milán (el Don Giovanni, de Mozart, octubre 2006) y grabar con la OSSB un Cd, nada menos que con el célebre sello Deutsche Grammophon, el mismo de Herbert Von Karajan y otros muchos grandes de la música. Ahora, utilizando el lenguaje beisbolero, ¿juega Dudamel en la misma liga que su currículum acredita? De facto sí. La Scala se ha abierto a los músicos jóvenes desde hace poco tiempo, y es indudablemente una promesa excitante, pero ¿cuál es el “appeal” del joven director?
Comparado con los más talentosos de nuestros directores no tiene la meticulosidad rítmica ni tímbrica de Alfredo Rugeles, ni el afán por el sonido preciosista de Eduardo Marturet y le falta el genio interpretativo de Carlos Riazuelo. Tiene una gran dosis de energía, le apasiona el sonido vigoroso y frenético, domina y contagia a sus huestes, la pasión por el virtuosismo, con lo cual consigue momentos de paroxismo, como los que los críticos reconocen, por ejemplo, en el final de la 7ª sinfonía de Beethoven, del nuevo cd mencionado. Allí podría estar la clave de la fascinación Dudamel: en ese gusto por el diapasón brillante, los ritmos nerviosos y desbocados, el sonido apabullante, que tanto se admira en los noveles directores de hoy, quizás a costa de otras sutilezas. Pero incluso en eso lo aventaja largamente nuestro Manuel Hernández Silva, quien también hace brillante en carrera en Europa, por agregarle el sello de su criterio personal.
Estas valencias y carencias se hicieron manifiestas en el concierto del domingo 21 en el Aula Magna de la UCV, acompañando al cellista William Molina en Glazunov y Tchaikovsky, irreprochablemente, mientras el solista se declaraba experto, y en Consagración de la primavera, de Stravinski, donde unió contundentes momentos sonoros con desbalances, estridencias e inconstancias de tensión narrativa. Semejantes juicios hallaron sus críticos en Milán y los discográficos.
Son los riesgos de la precocidad.

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