sábado, 17 de marzo de 2007

Cárdenas por tres





¡Cómo me gusta que me desmientan! Mis dos últimas crónicas ( una de ellas reproducida en este blog en la sección Ars Antiquae), sobre el violinista Alexis Cárdenas, uno de nuestros más reputados instrumentistas de la actualidad, habían hecho patentes mi confusión y perplejidad ante lo hierático y distante que lucía al abordar el repertorio clásico, la base de su carrera, en contraste con su inspiración, virtuosismo y contundencia al tocar música popular. Pues bien, ha pasado casi un año desde aquella crítica, y Cárdenas ha vuelto a nuestra escena, en la serie Grandes solistas de la Sinfónica Municipal, con un programa absolutamente retador, un verdadero tour de force para cualquier virtuoso: algo así como un boxeador o un gladiador enfrentándose sucesivamente a tres contrincantes, el uno más fiero y formidable que el anterior.
Round 1: Camille Saint-Säens y su Introducción y rondó caprichoso, Op. 28. Cárdenas sale junto con el director Rodolfo Saglimbeni y enfrenta la introducción con su melodía entrecortada, para luego atacar el subyugante tema sincopado, con gran variedad y precisión, con las cuales cruza por toda la pieza, aprovechando cada uno de los grandes efectos que tiene para dar una ejecución brillante.
Round 2: Pablo Sarasate y sus Aires gitanos. Si alguna obra violinística quería yo escucharle a Cárdenas era esta: la expansión melódica, el lirismo extraviado sobre las octavas más agudas de la gama, los legati, y luego la explosión vertiginosa de las escalas en el ritmo zíngaro, con el jugueteo de arqueo y pizzicati. Todo hecho a la medida del verdadero estilo interpretativo de nuestro ejecutante zuliano. Y mi presunción fue correcta. Lo que Cárdenas hizo fue perfecto.
Round 3: Maurice Ravel y su Tzigane. Sarasate estrenó en 1863 la obra de Saint-Säens del primer round; Sarasate fue el compositor de los Aires gitanos, y Tzigane significa “gitano”. Esa soterrada relación tenían las tres piezas. Un largo pasaje improvisatorio de considerables dificultades inicia la obra. Una pequeña pérdida de incisividad en el sonido no mermó, sin embargo, la absoluta discernibilidad de todo el enrevesado pasaje, verdadera antología de la bravura violinística. Luego la orquesta abordó con magistral colorido, la genial instrumentación raveliana, mientras Cárdenas seguía concentrado en las derivaciones y dificultades de su parte concertante, con lo cual consumó una mañana memorable y difícilmente repetible por otro solista criollo.
No tuvo el mismo nivel la parte final del concierto. Brahms, de nuevo, pero ahora servido por Saglimbeni: Segunda Sinfonía. Fue excelente en el desarrollo melódico de los temas, abundantes y de seductora belleza en esta obra, tejido orquestal diáfano, atractivo contraste entre bríos y serenidades, pero le faltó coronar el espectacular final: extrañamos más arrojo en los staccati, en los pasajes de fanfarria, en el sostén tonante de los timpani, en el crescendo final de los metales. Esta música está hecha de esos detalles.

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