Hace ocho días, el 24 de febrero, se cumplieron 400 años del estreno de la ópera Orfeo, de Claudio Monteverdi. Es el título más antiguo que nos haya llegado completo desde los tiempos de la Camerata Florentina, inventores por accidente del género lírico, buscando una forma de recuperar el arte de la antigua tragedia griega. Por todo ello, el mundo cultural europeo decidió celebrar ese día el cumpleaños No. 400 del nacimiento de la ópera, o sea: su efeméride oficial.
400 años es bastante para un género dramático-musical. La sinfonía o el concierto, mucho más populares o frecuentes, son mucho más jóvenes. Pero, la ópera, según muchos un arte elitesco, un fantasma museístico o un cadáver ambulante, goza de muy buena salud. La prueba es que uno de los eventos programados para cortar la tarta cuatricentenaria fueron unas jornadas en Francia sobre el futuro del arte lírico, en donde se tocaron temas álgidos como la captación del público joven, la aplicación de las nuevas tecnologías al espectáculo operístico, el problema de los costos del mismo, tomando en cuenta los mercados del disco, el video, los grandes nombres y festivales, etc.; la composición de óperas nuevas y su recepción por el público, y otros.
Mientras tanto la ópera sale a la calle, a buscar nuevos espacios de representación y celebración. Desde hace años los estadios, los teatros flotantes, como el de Bregenz, las plazas de toros y otras magnificencias intentan conectar al público cotidiano con el hechizo operístico. El Orfeo del cuatricentenario lo montaba La fura dels Baus en la bodega de un barco atracado en los puertos de Barcelona. El cine intentó sus fusiones en los años 80, pero la eclosión de la tecnología del video y el DVD le creó su propio vehículo mediático, y hoy, la golpeada industria discográfica encuentra un respiro en la edición de óperas en ese formato. Más aún: el Metropolitan Opera House, el más grande de los coliseos de ópera, acaba de inaugurar su nueva modalidad: Live in HD. Opera en vivo, transmitida desde el propio teatro, vía satélite, a salas de cine alrededor del mundo, en pantallas de Alta Definición.
Pero así como la ópera se adapta a maravilla a las tecnologías visuales, también se convierte en el arte escénico de mayor impacto y modernidad de los últimos años. Ni siquiera el cine consigue escandalizar a los públicos, ni remover conciencias como lo hace la ópera hoy día cada vez que se intenta una versión de Traviata, Don Giovanni o Carmen. Hace pocas semanas, otra vez el Liceu de Barcelona se estremeció con la nueva puesta en escena de Don Carlos, de Verdi, donde el terrorífico acto del Auto de fé, se convertía en un Reality Show, filmado en vivo, con el público de la sala atrapado de sorpresa en medio de la representación. ¡Los sueños húmedos de Tzará o Breton! Nunca un cadáver había resultado tan renuente a ser enterrado. Nombres como Calixto Bieito, La Fura dels Baus, Graham Vick, Patrice Chereau, Harry Kupfer y muchos otros, han logrado sus más irreverentes productos escénicos no con Brecht, Shakespeare o Artaud, sino con sus versiones escandalosas o exítosas de Verdi, Wagner, Puccini o Mozart.
El mundo de la escena se renueva hoy a través de este viejo bajel de cantos, mitos, divos y notas estratosféricas. La fascinación de la ópera está lejos de extinguirse.
400 años es bastante para un género dramático-musical. La sinfonía o el concierto, mucho más populares o frecuentes, son mucho más jóvenes. Pero, la ópera, según muchos un arte elitesco, un fantasma museístico o un cadáver ambulante, goza de muy buena salud. La prueba es que uno de los eventos programados para cortar la tarta cuatricentenaria fueron unas jornadas en Francia sobre el futuro del arte lírico, en donde se tocaron temas álgidos como la captación del público joven, la aplicación de las nuevas tecnologías al espectáculo operístico, el problema de los costos del mismo, tomando en cuenta los mercados del disco, el video, los grandes nombres y festivales, etc.; la composición de óperas nuevas y su recepción por el público, y otros.
Mientras tanto la ópera sale a la calle, a buscar nuevos espacios de representación y celebración. Desde hace años los estadios, los teatros flotantes, como el de Bregenz, las plazas de toros y otras magnificencias intentan conectar al público cotidiano con el hechizo operístico. El Orfeo del cuatricentenario lo montaba La fura dels Baus en la bodega de un barco atracado en los puertos de Barcelona. El cine intentó sus fusiones en los años 80, pero la eclosión de la tecnología del video y el DVD le creó su propio vehículo mediático, y hoy, la golpeada industria discográfica encuentra un respiro en la edición de óperas en ese formato. Más aún: el Metropolitan Opera House, el más grande de los coliseos de ópera, acaba de inaugurar su nueva modalidad: Live in HD. Opera en vivo, transmitida desde el propio teatro, vía satélite, a salas de cine alrededor del mundo, en pantallas de Alta Definición.
Pero así como la ópera se adapta a maravilla a las tecnologías visuales, también se convierte en el arte escénico de mayor impacto y modernidad de los últimos años. Ni siquiera el cine consigue escandalizar a los públicos, ni remover conciencias como lo hace la ópera hoy día cada vez que se intenta una versión de Traviata, Don Giovanni o Carmen. Hace pocas semanas, otra vez el Liceu de Barcelona se estremeció con la nueva puesta en escena de Don Carlos, de Verdi, donde el terrorífico acto del Auto de fé, se convertía en un Reality Show, filmado en vivo, con el público de la sala atrapado de sorpresa en medio de la representación. ¡Los sueños húmedos de Tzará o Breton! Nunca un cadáver había resultado tan renuente a ser enterrado. Nombres como Calixto Bieito, La Fura dels Baus, Graham Vick, Patrice Chereau, Harry Kupfer y muchos otros, han logrado sus más irreverentes productos escénicos no con Brecht, Shakespeare o Artaud, sino con sus versiones escandalosas o exítosas de Verdi, Wagner, Puccini o Mozart.
El mundo de la escena se renueva hoy a través de este viejo bajel de cantos, mitos, divos y notas estratosféricas. La fascinación de la ópera está lejos de extinguirse.
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