lunes, 10 de marzo de 2008

UN BUEN VIAJE Y UN ADIOS





Einar Goyo Ponte




Mientras hace las maletas para su Gira Europea 2008, la Orquesta Sinfónica Municipal ensaya con su público caraqueño el repertorio que llevará de viaje por territorios alemanes y austríacos básicamente. Este domingo 2 de marzo nos presentó el programa que comprende obras venezolanas y al ilustre Brahms.
Rodolfo Saglimbeni, albacea del legado musical (ha colaborado en la copia y transcripción de casi todas sus obras) de Aldemaro Romero, dirigió con la empatía que sintió siempre por el maestro, su exaltante Tocata bachiana y Gran pajarillo aldemaroso. Exactitud y sentido de ritmo propician un crescendo orquestal que infaliblemente emociona a la audiencia.
El otro venezolano representado en el repertorio viajero es Federico Ruiz, con su Concierto para trompeta, que esta vez interpretó el virtuoso criollo Francisco Flores, quien hace apenas unas semanas nos impresionó con el Concierto, de Arutunian. El de Ruiz es menor en ambición y dimensiones, pero para el oyente latinoamericano tiene un interés particular pues juega con la melancolía y sensibilidad de nuestro continente, mientras explora formas rítmicas de ascendencia africana, ya enraizadas en nuestra idiosincrasia, como el tango, el bolero, cierto aire de jazz, la milonga, la música de nuestras costas caribes y venezolanas, aires mexicanos, que ribeteados por el tema de un Canto de Pilón de Antonio Estévez conecta con una zona muy entrañable de nuestra cultura y expresión. Flores fue impecable en su ejecución sin desmayo y nítida. Saglimbeni impuso a la OSMC la atención a las variantes rítmicas, continuas y casi inesperadas de Ruiz.
Para cerrar el concierto, Saglimbeni escogió una obra que domina con madurez: la 4ª. Sinfonía, de Johannes Brahms. Sin asomarse al tormento exasperado y pasional de la obra (sólo Carlos Kleiber sabía extraer este aspecto a maravilla), nuestro director navega con firmeza por el equilibrio entre lo clásico y lo romántico, entre las formas antiguas y la expresión moderna, que el compositor puso a contrastar, como reflejo de sus íntimas contradicciones, en esta su última obra sinfónica. Sus variaciones finales son muy notables.



ADIOS A PIPPO
Sin recuperarnos de la falta de Pavarotti, a los operófilos se nos asesta otro cruel golpe: Giuseppe Di Stéfano, héroe tenoril entre los años 50 y 70, una de las voces más bellas de toda la historia, ídolo de cantantes, modelo para muchos de ellos (Sadel, el mismo Pavarotti, Carreras, Marcelo Alvarez), insomnio ferviente de los críticos musicales por sus heterodoxias vocales, partner de María Callas en varias de sus históricas grabaciones ( la Tosca, de 1953, con Gobbi y De Sabata, para muchos, la mejor grabación de ópera jamás realizada; la Lucia di Lammermoor, con Karajan, su Bohéme, su Rigoletto, entre muchas otras) y en la gira de despedida de la célebre soprano, falleció este martes 4 de marzo. La virilidad y tersura de su timbre, sus audaces y estremecedores matices vocales, sus modulaciones, la pureza de su articulación (es uno de los cantantes más diáfanos de todos los tiempos), y su conmovedora expresividad justifican la inextinguible carencia que hará en el mundo de la ópera. En Caracas impartió su magisterio en la década de los 80, y dio un concierto en el Municipal. ¡Gloria eterna, Pippo! Pronto colgaremos en este blog un homenaje a su memoria.

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