lunes, 21 de abril de 2008

DUDAMEL Y THIBAUDET


Einar Goyo Ponte


El Festival Bancaribe abrió su cuarta edición. Inteligente asociación de esta entidad bancaria con el fenómeno musical venezolano más intenso de los últimos años: Gustavo Dudamel. Para los melómanos es una excelente ocasión de escucharlo en Venezuela, en medio de sus triunfos internacionales, y de recibir renombrados artistas internacionales. Ojalá tuviéramos más iniciativas privadas así, y no sólo concentradas en una figura, sino en todas nuestras orquestas, cantantes y solistas.
El concierto inicial, del jueves 10 de abril, ponía un nervio enfático sobre la música francesa. Como obertura, Dudamel programó la Bacchanale, de Camille Saint-Saëns, fragmento orquestal y balletístico del último acto de la ópera Sansón y Dalila, y de lujuriosa orquestación, sobre un tema vigoroso y exótico, ideal para el estilo grandioso de dirección de Dudamel, aunque la coda final se le desbalanceara un poco por predominio de los metales y la percusión.
El invitado estelar era el pianista francés Jean-Yves Thibaudet, quien se encuentra en un momento particularmente luminoso de su carrera: participa de la confección de bandas sonoras de películas nominadas al Oscar, graba premiadas grabaciones de compositores franceses, es acompañante frecuente de grandes cantantes como Cecilia Bartoli, hace grabaciones homenaje a Duke Ellington y Bill Evans, grandes del jazz, y se presenta alrededor del mundo.
Para la audiencia venezolana escogió el Concierto en sol mayor, de Maurice Ravel, que el autor compusiera después de un viaje a EEUU, donde se conectara con la música de Gershwin, cuya influencia es notoria en los dos movimientos extremos, con dejos de jazz. La originalidad orquestadora de Ravel completa la brevedad genial de esta singular obra, que Thibaudet abordara, sin embargo, con excesiva vena cartesiana, es decir, fría, calculada, desapasionada, cuando la vena lúdica del compositor exige una actitud más desenfadada. En You Tube puede el lector encontrar una versión completa del mismo concierto con el mismo pianista, dirigido por André Previn, en Japón, que es la cara opuesta de lo escuchado en el TTC, la semana pasada, y aquí puede usted apreciarlo al pie del texto. Más brillo en la digitación y el toque, tiempos más musicales y menos metronómicos, como se requiere en el extraordinario Adagio assai, uno de los más hermosos pasajes de toda la literatura raveliana, con ese tiempo como de Passacaglia con el que se inicia y luego la delicadeza sugerentísima de la orquestación, amparada casi totalmente en los más nobles instrumentos de madera. ¿Se habrá impuesto la febrilidad dudameliana y la velocidad habrá ganado sobre la expresión? El único movimiento irreprochable fue el Presto final, virtuoso y electrizante. Thibaudet concedió un desangelado Nocturno No. 2, de Chopin, como bis, sin rastro de rubato, y pleno de metronomía, otra vez, extraño rasgo en un pianista que proclama su admiración a Arthur Rubinstein, maestro mítico en el repertorio chopiniano.
El concierto concluyó con una obra original rusa, los Cuadros en una exposición, de Modest Mussorgsky, en la maravillosa orquestación del mismo Ravel. Dudamel destacó su genio de equilibrios y hallazgos inusuales tímbricos en Gnomus, dio el tono misterioso y encontró ecos casi románticos en Il vecchio castello; fue brillante en Bydlo y en Limoges, pero no pudo absolver de los yerros al trompetista en sordina en Samuel Goldenberg et Schmyle, ni logró la grandiosidad deseada en la portentosa Gran Puerta de Kiev, especialmente en la gran frase noble de las trompas en la última fanfarria, pero fue, por supuesto, una lectura muy deleitable.


Haz click aquí abajo y podrás ver el video ofrecido de Thibaudet en el Adagio assai del Concierto de Ravel, cortesía de You Tube.










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