Einar Goyo Ponte
Ya en vísperas de la próxima temporada musical, abordemos lo referente a los llamados tempi musicales, como anunciamos en ocasión del glosario ya publicado. El vocablo viene, claro, del italiano, y literalmente traduce “tiempos”, que en castellano da ambiguas connotaciones. Aquí hablamos de aquello que usted se encuentra en el programa de mano de un concierto o en el cuadernillo de un Cd, debajo del título de una sinfonía o un concierto y que le divide la audición de la misma como en capítulos o actos de un drama teatral o de una novela. Por ejemplo, el Concierto “La primavera”, de Las cuatro estaciones, de Vivaldi, y luego tres menciones: Allegro, largo e pianissimo y, de nuevo, allegro. Obviamente más voces en italiano. Pero, ¿qué significan? No se avergüence de responder que no sabe, pues, a veces ni los mismos ejecutantes lo conocen a cabalidad.
En Los grandes temas de la música (1985), de la Editorial Salvat, Emilio Casares nos dice que el tiempo musical es una realidad abstracta, dependiente de muchas variantes, pero sobre todo de la subjetividad del intérprete y del oyente. Acústica, cantidad de instrumentos, destreza, pueden incidir en la realización física de un tiempo musical, o sea de un pulso, de aquello con lo que medimos los compases de la música marcada en la partitura y que el ejecutante lee y articula. Pero hay unos parámetros convencionales, asumidos y compartidos en el universo musical que están definidos relativa pero identificablemente por estos tempi musicales, cuya función primordial, para la dimensión del oyente, y como referencia rítmica y física para el intérprete, es la de otorgarle carácter a la pieza musical. En términos de duración, de velocidad o ritmo, así como nos resulta clara la diferencia entre un pausado bolero y un urgente merengue, la música “culta” encuentra sus realizaciones sobre la base de estos dos pulsos: lo lento y lo rápido. Ahora, como se trata de una expresión elaborada, de honda repercusión estética, entre estos dos polos se han desarrollado amplios matices que aportan humor, personalidad, tensión, potencia, o sea, carácter, a la pretendidamente objetiva música. Es como en Shakespeare, cuyas obras no se reducen al maniqueísmo de buenos y malos, sino que hay todo un espectro de la psicología humana desplegado en sus dramas.
En música podemos organizarlo en tres grandes grupos: los tiempos lentos, los medios y los veloces. Así en el conjunto de los lentos tenemos varios grados, que irían del más “tranquilo” al menos “sosegado”: primero el Lento, con el cual Chopin marca su célebre “Marcha fúnebre”, de la Sonata No.2 para piano; escúchese en el click colgado aquí seguido.
Le sigue el Largo, muy frecuentado por los autores barrocos, por ejemplo, el movimiento lento del Invierno vivaldiano, donde oímos la lluvia. Aquí lo tenemos con sólo hacerle click, aunque la versión que se oye pareciera indicarnos que "largo" no se sintiera tan lento como creeríamos en el siglo XVII.
El más citado es el Adagio, de imprecisa traducción, pero inconfundible en la popular pieza de Tomaso Albinoni, que lleva ese nombre y que escuchamos aquí en el dispositivo a continuación.
Luego está el Grave, con cuya indicación marca Gustav Holst a Saturno, el anciano, en su Suite Los planetas. Aquí lo colgamos en versión de Herbert Von Karajan.
Cerramos con el Larghetto, más rápido que el largo, y que encontramos ejemplar en el movimiento suave del genial Concierto para violín, de Beethoven, amable y extático como pocos, el cual pueden oír en la primera carga directa de mi discoteca particular, gracias al dispositivo de Imeem, aquí debajo colgado; al violín, David Oistrakh.
Los dos grupos restantes en una próxima entrega.
En Los grandes temas de la música (1985), de la Editorial Salvat, Emilio Casares nos dice que el tiempo musical es una realidad abstracta, dependiente de muchas variantes, pero sobre todo de la subjetividad del intérprete y del oyente. Acústica, cantidad de instrumentos, destreza, pueden incidir en la realización física de un tiempo musical, o sea de un pulso, de aquello con lo que medimos los compases de la música marcada en la partitura y que el ejecutante lee y articula. Pero hay unos parámetros convencionales, asumidos y compartidos en el universo musical que están definidos relativa pero identificablemente por estos tempi musicales, cuya función primordial, para la dimensión del oyente, y como referencia rítmica y física para el intérprete, es la de otorgarle carácter a la pieza musical. En términos de duración, de velocidad o ritmo, así como nos resulta clara la diferencia entre un pausado bolero y un urgente merengue, la música “culta” encuentra sus realizaciones sobre la base de estos dos pulsos: lo lento y lo rápido. Ahora, como se trata de una expresión elaborada, de honda repercusión estética, entre estos dos polos se han desarrollado amplios matices que aportan humor, personalidad, tensión, potencia, o sea, carácter, a la pretendidamente objetiva música. Es como en Shakespeare, cuyas obras no se reducen al maniqueísmo de buenos y malos, sino que hay todo un espectro de la psicología humana desplegado en sus dramas.
En música podemos organizarlo en tres grandes grupos: los tiempos lentos, los medios y los veloces. Así en el conjunto de los lentos tenemos varios grados, que irían del más “tranquilo” al menos “sosegado”: primero el Lento, con el cual Chopin marca su célebre “Marcha fúnebre”, de la Sonata No.2 para piano; escúchese en el click colgado aquí seguido.
Le sigue el Largo, muy frecuentado por los autores barrocos, por ejemplo, el movimiento lento del Invierno vivaldiano, donde oímos la lluvia. Aquí lo tenemos con sólo hacerle click, aunque la versión que se oye pareciera indicarnos que "largo" no se sintiera tan lento como creeríamos en el siglo XVII.
El más citado es el Adagio, de imprecisa traducción, pero inconfundible en la popular pieza de Tomaso Albinoni, que lleva ese nombre y que escuchamos aquí en el dispositivo a continuación.
Luego está el Grave, con cuya indicación marca Gustav Holst a Saturno, el anciano, en su Suite Los planetas. Aquí lo colgamos en versión de Herbert Von Karajan.
Cerramos con el Larghetto, más rápido que el largo, y que encontramos ejemplar en el movimiento suave del genial Concierto para violín, de Beethoven, amable y extático como pocos, el cual pueden oír en la primera carga directa de mi discoteca particular, gracias al dispositivo de Imeem, aquí debajo colgado; al violín, David Oistrakh.
Los dos grupos restantes en una próxima entrega.
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