lunes, 19 de marzo de 2012

CICLO MAHLER-DUDAMEL (Y II): DE LA TERGIVERSACIÓN A LA APOTEOSIS

Einar Goyo Ponte

En la pasada entrega sobre el ciclo histórico que protagonizó el director Gustavo Dudamel en Venezuela al interpretar la integral de las Sinfonías de Gustav Mahler, comenté, en sus preámbulos, que el título con el cual se estaba identificando la empresa musical, “Con Dudamel por la paz”, tenía contenidos, por lo menos discutibles. Creo que este es un buen momento para explicar por qué.



Sólo manejando el estereotipo de la música entendida como armonía se puede aceptar sin chistar el que relacionemos un ciclo de sinfonías mahlerianas con una búsqueda de paz. Personalmente pienso que ni con Beethoven (a pesar de su Oda a la alegría), ni con Brahms, ni con Tchaikovsky puede establecerse una asociación tal. Hay en el interior de su música demasiada inquietud, demasiada angustia creadora, demasiado conflicto inherente, incluso demasiada irreverencia para sintonizar gratuitamente la expresión de esos universos sonoros con la paz.


En Mahler esto se redobla: desde su primera sinfonía al compositor lo desvelan los temas de la resistencia a la muerte, de la implacable búsqueda de trascendencia de la breve y vulnerable vida humana. La “Resurrección” de su Segunda sinfonía no es una beatífica vuelta tras la asunción de la muerte, sino el resultado del combate contra ella. Menos cruenta, pero aún sin resignación y con mucho dolor, es la de la Tercera. En la Cuarta sí es posible sentir una tregua mediante la inserción del elemento infantil, pero es momentánea ante los terribles combates que se entablan en la Quinta y la Sexta, entre la individualidad, lo subjetivo y el entorno del mundo, adversario formidable que incluso lo derrota en la última de ellas. En la Séptima hay una cruel invectiva contra el gusto del público y el sentido académico de la tradición, en un acerbo ajuste de cuentas con sus antiguos patrones: los jerarcas de la Opera de Viena, de donde había sido despedido un par de años antes. La Octava, no sólo por su multitudinariedad, sino por la crispada potencia de sus exigencias vocales y corales, y el tema del mito de Fausto, el sabio que vende su alma al diablo para obtener el conocimiento de todo hasta que es salvado por el “eterno femenino”, se resiste a asociarse a la idea de la paz. Fausto no es precisamente un mito “pacífico”, y no sólo por la presencia de Mefistófeles. Y en la Novena, la conciencia de la muerte propicia aún búsquedas inquietas, sardónicas miradas, rebeldías feroces y derrotadas de antemano, y aceptaciones resignadas de extinción o disolución. Pero resignación no es paz. ¿O sí?


Tornemos al hecho meramente musical. En la continuación del ciclo mahleriano, Dudamel ejecutó la última presentación sólo con la Sinfónica Simón Bolívar y las primeras con la orquesta de la que también es titular en Estados Unidos, la Filarmónica de Los Ángeles.


Con la primera repitió galas en lo que es una de sus mejores lecturas del compositor austríaco, la de la Séptima Sinfonía, a la que dotando de una sensualidad sonora flamboyante, cantabilísima y brillante, llega a tergiversarla casi totalmente. Es difícil percibir en la interpretación de Dudamel la deconstrucción irónica e implacable de las tradiciones musicales, los anuncios heráldicos de la atonalidad, el sentido paródico y la saña sobre el tema de Los maestros cantores, de Wagner, en el último movimiento, piedra lanzada con inteligente filo a los jerarcas de la Opera de Viena. Y es difícil porque en Dudamel todo suena festivo, lírico, irresistiblemente mórbido.


En el debut de la Filarmónica de Los Ángeles, interpretó la Novena Sinfonía, resignado canto de extinción del compositor, que es otra de las grandes lecturas dudamelianas del ciclo. En el afán por apegarse al estricto lenguaje musical, el director venezolano consigue momentos inauditos como la presentación del tema principal del primer movimiento, el juego con las disonancias en el Ländler del segundo movimiento, el ímpetu frenético del tercer movimiento, franca parodia del final de su propia 1ª. Sinfonía (uno de los detalles que se perdieron al programar el ciclo sin seguir la secuencia de las sinfonías: era imposible para el público captar estas interrelaciones de sus obras, que tanta cohesión dan a la hora de entender la autobiografía que Mahler escribe con sus obras musicales), y el pulso agónico, exasperante que imprime a los compases finales del último Adagio, exigiendo del público una concentración y silencio inusuales.


Tras el receso de un domingo electoralmente histórico, el lunes se retomó el ciclo con una de las sinfonías más diáfanas e ingenuas del ciclo: la Cuarta. Era el segundo concierto con la LA Phil, como gustan abreviarse el nombre, y ya comenzábamos a acostumbrarnos al contraste de sus calvas, canas, anteojos de aumento y figuras maduras y entradas en carnes con los ágiles, rozagantes, entre informales y glamorosos chicos de nuestra Sinfónica Simón Bolívar.


En la 4ª. Sinfonía volvió Dudamel a preferir la lectura hedonista y acústica. Sus tiempos son briosos y su sonoridad impecablemente sensual, lo cual le rindió frutos en los movimientos centrales de la obra. En el final hubo de asentarse en sus maderas meditativas para disimular las carencias de la soprano Klara Ek, tremolante y con problemas de entonación.


Cuando, en la pasada crónica de este ciclo, mencioné lo de que no era necesario que Dudamel explicará conceptualmente su visión de las sinfonías de Mahler, no contaba con una enigmática elección que el director haría en la ejecución de la Sexta Sinfonía, llamada “La trágica”. A pesar de que el programa lo redactaba de manera contraria, que es como en la totalidad de las versiones que conocemos de esta obra se acostumbra a ejecutar, Dudamel cambió arbitrariamente el orden de los movimientos 2º. y 3º. Es sabido que ese era el orden del esquema original del compositor, pero él mismo lo cambió posteriormente, y así ha sido respetado en las ediciones de la Sociedad Internacional Gustav Mahler. ¿Quiso ser fiel Dudamel a la versión original? Entonces, por qué no lo fue también con el tercer golpe de martillo, igualmente suprimido por el autor en la edición definitiva, y que Dudamel no prescribió?


El resultado fue un lustrado tímbrico de alta calidad, un extraño descuido en la tensión y el lirismo del Andante moderato, con el "tema de Alma", un esmero en los detalles prevanguardistas del Scherzo, y una atmósfera de derrota reconocida, incluso desde los primeros compases del Finale, lo cual resta a la obra de su impacto definitivo y de su tragicidad, pues al cambiar el orden de los movimientos, el aliento de Alma que parece darle fuerza para afrontar la terrible batalla del último movimiento, desaparece y entramos en una visión más pesimista de la narración urdida por Mahler.


Restaban en el ciclo dos sinfonías y el único fragmento concluido por el autor de la Décima. Aquí insistimos en la inconveniencia de obviar la secuencialidad del ciclo para la comprensión cabal del contenido de esta música difícil, y que por primera vez teníamos opción de escuchar como bloque. No fue posible percibir la evolución de los temas provenientes de sus ciclos de canciones, mucho menos notar la transformación y la resignificación que a las mismas su autor les da convirtiéndolas en nervios de sus grandes sinfonías. Era difícil captar la interrelación de temas de una a otra sinfonía (por ejemplo la cohesión armónica que hay entre las primeras cinco, el surgimiento de los temas de Alma en las 6, 7 y 8, ni la intrínseca línea que liga la Novena con la Décima), y lo peor: perdíamos la posibilidad de leer la casi biografía estética de Mahler en la aventura compositiva de sus sinfonías.


Por ello, uno de los conciertos más débiles resultó el penúltimo, con la Sinfonía “Titán” (la Primera) y el Adagio de la Décima. Primero, por mantener la lectura ligera y casi desinteresada que Dudamel repite desde su grabación en 2010, con la LA Phil, llena de sonoridad colorista, pero sin mucho más. Semejante superficialidad erigió la construcción morosa y pesante del último Adagio de la 10ª.


A pesar de la desigual prestación de los cantantes, del tremendismo de los centuplicados coros (justicia es reconocer que esta tradición de muchedumbre musical la inauguró el propio Mahler) y de la ausencia de secuencialización, la lectura Dudameliana de la Octava Sinfonía, llamada “de los mil” fue una de las mejores del ciclo, y mereció su lugar de cierre apoteósico.


Una de las razones, creo, fue el retorno a la escena de la Sinfónica Simón Bolívar, ahora en fusión con su homóloga de Los Ángeles, pues la potencia sonora, la fuerza galvánica y el timbre lujoso que Dudamel consigue con la OSSB aún no es logro con su Orquesta norteamericana, donde lógicamente faltan los años de experiencia vívidos en conjunción, y donde es evidente (y así lució en más de un instante de los conciertos caraqueños) que los maestros de la LA Phil y Dudamel todavía están conociéndose mutuamente.


Poderosa y vibrante fue la Parte I, el Veni Creator Spiritus, pero el segmento final, basado en el epílogo del Fausto, de Goethe, fue una línea ascendente, del claroscuro genésico hasta la apoteosis. Lástima que las voces presentaran tan acusados desniveles: frente a la rotundidad de Brian Mulligan, Alexander Vinogradov; la densidad del decir de Julianna Di Giacomo y Anna Larsson, se oponían la suficiencia de Charlotte Hellekant y Kiera Duffy y la franca virulencia de Manuela Uhl y Burkhard Fritz. Y ello es consecuencia de que Dudamel no trabaje la vocalidad con la meticulosidad, celo y entusiasmo con los que bruñe la sonoridad orquestal. El arco de climax logrado por sus sinfónicas y sus coros (Coro Sinfónico Juvenil Simón Bolívar, Niños Cantores de Venezuela, Schola Cantorum de Caracas y Schola Juvenil de Venezuela), con el agregado emocional que le da la banda de metales fuera de escena fue de absoluta exultación.


Con resonancia internacional y la marca de una experiencia que puede rendir inimaginables frutos, aplaudimos el logro de este Ciclo Mahler, generado por las dos grandes orquestas venezolana y estadounidense, y la rutilante batuta de Gustavo Dudamel.

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