martes, 9 de octubre de 2012

La Bohème: la poética de lo pequeño


Einar Goyo Ponte


El propio Puccini se definió como el músico “delle piccole cose”, las cosas pequeñas, sencillas. Los estudiosos de su música ven en esa característica su diferencia con respecto a la epicidad verdiana o al afán trascendente de Wagner, y es acaso por ello que lo incluyen frecuentemente entre los autores veristas; por esa búsqueda y exaltación del detalle, por un lado, y por el énfasis en el aspecto doméstico de sus situaciones y personajes.

Acaso no haya otra ópera donde más esencial y exaltado sea este carácter de lo doméstico, el detalle y lo pequeño que en La Bohème, su cuarta obra y su entrada en la madurez. El primer acto transcurre precisamente en la buhardilla donde habitan los cuatro bohemios. Dos de ellos, el pintor Marcello y el poeta Rodolfo están allí, pero no realizan nada grandioso ni muestran actitudes heroicas: están muertos de frío y no tienen leña para calentarse, además de eso tratan de trabajar; Marcello en su cuadro y Rodolfo en un drama. Ello nos permite deducir otro elemento importante: los héroes de esta ópera son personas mediocres, casi marginales de ese París que los enamora y los agobia. Los cuatro bohemios son un pintor de bodega, un poeta más de vida que de letra, un músico oportunista y un incoherente filósofo. Musetta es una coqueta que vive de sus amantes y Mimí es una hacedora de flores artificiales. Una muestra de su vida ardua pero cotidiana es el cuadro de la primera mitad del Acto I. Dos pequeños objetos propician el idilio de los protagonistas que se inicia en la segunda parte: una vela y una llave. El aria de Rodolfo comienza por la mención de la manita fría de Mimí. Dos palabras tan sólo bastarán para que él le cuente quién es, y ello aderezado con sencillas metáforas, es el texto de “Che gélida manina”. Mimí hace lo propio hablando de su pequeña historia, de su sencillez, de su cuartito, de sus florecillas. Enamorados, entonan el breve dúo de amor que prosigue en el tono leve, medio pícaro, medio cándido que caracteriza un amor cotidiano.

El detalle es el protagonista del Acto II en el Quartier Latin: vendedores de naranjas, muñecos, castañas, turrones, panecillos, dulces, flores, juguetes, libros. Rodolfo le compra a Mimí su símbolo imperecedero: la cuffietta. La escena está llena de niños. En una conversación, Marcello revela su actitud cínica ante el amor provocada por Musetta, quien hace su entrada y se describe en su “Quando m’en vo”, en el mismo tono sencillo del Acto I. Sobre esta célula melódica del aria, Puccini construye todo el climax de la escena: el reencuentro de Musetta y Marcello, la burla a Alcindoro, la celosa advertencia de Rodolfo a Mimí y el revuelo general, en un triunfal tutti.

El acto III se abre con barrenderos, lecheras, aduaneros, campesinos y clientes de la humilde taberna a la que Mimí va a buscar a Marcello. Los celos domésticos son el motivo del climax de la intervención cantable de ella. Igual de doméstica y leve es la respuesta del pintor. En la escena siguiente el énfasis está en la “terribil tosse”: Rodolfo describe los síntomas de la enfermedad de Mimí, describe lo inhóspito de su casa, su dolor y su sacrificio. Justamente este tema de la “tos” es el que exaltado empujará al poeta a reencontrrar a Mimí, quien de nuevo con sencillez, se despide de él nombrándole las cosas domésticas que debe recoger. El amor humanamente cotidiano revive en el recuerdo de esas cosas y el dúo, reiteración del tema del “Addio senza rancor” es el final de una riña entre amantes y su dulce reconciliación mientras, por contraste, comienza la pugna entre Musetta y Marcello, al otro lado de la música.

El Acto IV, que tiene lugar meses después, encuentra de nuevo a Rodolfo y a Marcello solos. Para informarnos de lo que ha ocurrido en sus vidas, cada uno apela por su cuenta a los objetos de sus amadas ausentes. Sigue un nuevo cuadro humorístico que revela la cotidianidad de los bohemios y que sirve de efectivo contraste al final trágico que se inicia con la entrada de Musetta y Mimí, ya moribunda. A partir de este momento, todo en la música será reminiscencia: los recuerdos de las pequeñas cosas que los hicieron felices un tiempo, el bello detalle del “error” de la metáfora con la cual Rodolfo describe la hermosura de Mimí, la vela, la llave, la mano fría, la cuffietta, el manguito que le calienta las manos. Cabe incluso aquí el detalle de una inusual aria pucciniana para bajo, cuando Colline se desprende de su viejo abrigo.

Mimí muere en silencio y hacia allá tiende la música luego de los sollozos de Rodolfo. La tragedia tamizada por el tono doméstico. Y no obstante el despojo de grandiosidad, difícilmente hay una escena más triste que la muerte de Mimí. Lo pequeño es lo grande en La Bohème, de Puccini.

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