Einar Goyo Ponte
Vamos ya acostumbrándonos a las visitas decembrinas de Sandrah Silvio y su grupo Música Reservata. Al parecer, cada temporada navideña, la cantante y musicóloga, residente en Europa, toma unas vacaciones para reencontrarse con su país, familia, amigos y público, al tiempo que nos ofrece una nueva aventura de su trabajo investigativo y de su repertorio.
Esta vez le tocó el turno al compositor francés Marc Antoine Charpentier (1643-1704), cuya obra más conocida es el Te Deum, con un preludio utilizado por spots de televisión y musicalizadores de medios abundantemente. Como en otras ocasiones, Silvio y su agrupación se adentran en una época remota cronológica y culturalmente, con esos pasión y sentido de asunción tan notables e imaginativos, que los llevan, no sólo a interpretar una música sino a recrear una atmósfera, casi a inventarla, para nosotros, imbuidos de modernidad y de las porfías de la identidad cultural. Es ese celo, lo que más me emociona del trabajo de Música Reservata. Cuando escuchamos sus presentaciones sentimos que personifican la época, el talante, una suerte de imaginario intangible, de aquello que están interpretando.
Por eso me contrastó desfavorablemente la blanca y fuertemente iluminada austeridad de la Iglesia Luterana de La Castellana como marco para este concierto, que solicitaba, casi a gritos, un decorado más cercano a bóvedas, columnas, luces de velas, más católicas penumbras y vitrales, como el de las iglesias de París, de donde proviene la música que se ejecutó el pasado fin de semana.
Eran obras compuestas por Charpentier para el Convento de Port Royal y sus religiosas ejecutantes y cantantes de alto calibre. Abrieron con una muy estilística Ouverture pour l’eglise, con escueto pero acoplado ensemble instrumental, y el himno Veni Creator Spiritus, que vertió sobre la audiencia, desde el balcón del coro los bellos timbres de las cantantes de la agrupación.
Siguieron con la hermosa Misa de Port Royal, a una sola voz y continuo, con líneas adornadas que las cantantes debían hacer al unísono, con especial énfasis en el O Salutaris Hostia, de envolventes staccati, y el Domine Salvum final, que inserta una leve polifonía.
Claudia Galavis interpretó luego, acompañada por el ensamble instrumental el cíclico Salve Regina para los Jesuitas, con acertada sensibilidad; de inmediato el grupo de siete voces femeninas emprendieron el Dixit Dominus, con la misma elegancia de la Misa. A continuación Sandrah Silvio se reservó como solista el fragmento más hermoso del programa: el Magdalena Lugens, o Lamento de la Magdalena, escrito con bellas líneas extáticas, y donde el timbre luminoso de la cantante dio sus más brillantes frutos, acompañada del ensemble musical de mordente intensidad formado por los violines de Boris Paredes y Rafael Font, la viola da gamba de María Carolina Concha y la experiencia de Rubén Guzmán en el órgano.
Sólo me extrañó la dicción afrancesada de los textos en latín. ¿Será una arcana curiosidad estilística o un extracultismo anti-idiomático? Un granado Magnificat, que sin embargo ya denotó la insistencia en un mismo y limitado espectro armónico charpentierano, cerró con exquisitez el concierto.
Esta vez le tocó el turno al compositor francés Marc Antoine Charpentier (1643-1704), cuya obra más conocida es el Te Deum, con un preludio utilizado por spots de televisión y musicalizadores de medios abundantemente. Como en otras ocasiones, Silvio y su agrupación se adentran en una época remota cronológica y culturalmente, con esos pasión y sentido de asunción tan notables e imaginativos, que los llevan, no sólo a interpretar una música sino a recrear una atmósfera, casi a inventarla, para nosotros, imbuidos de modernidad y de las porfías de la identidad cultural. Es ese celo, lo que más me emociona del trabajo de Música Reservata. Cuando escuchamos sus presentaciones sentimos que personifican la época, el talante, una suerte de imaginario intangible, de aquello que están interpretando.
Por eso me contrastó desfavorablemente la blanca y fuertemente iluminada austeridad de la Iglesia Luterana de La Castellana como marco para este concierto, que solicitaba, casi a gritos, un decorado más cercano a bóvedas, columnas, luces de velas, más católicas penumbras y vitrales, como el de las iglesias de París, de donde proviene la música que se ejecutó el pasado fin de semana.
Eran obras compuestas por Charpentier para el Convento de Port Royal y sus religiosas ejecutantes y cantantes de alto calibre. Abrieron con una muy estilística Ouverture pour l’eglise, con escueto pero acoplado ensemble instrumental, y el himno Veni Creator Spiritus, que vertió sobre la audiencia, desde el balcón del coro los bellos timbres de las cantantes de la agrupación.
Siguieron con la hermosa Misa de Port Royal, a una sola voz y continuo, con líneas adornadas que las cantantes debían hacer al unísono, con especial énfasis en el O Salutaris Hostia, de envolventes staccati, y el Domine Salvum final, que inserta una leve polifonía.
Claudia Galavis interpretó luego, acompañada por el ensamble instrumental el cíclico Salve Regina para los Jesuitas, con acertada sensibilidad; de inmediato el grupo de siete voces femeninas emprendieron el Dixit Dominus, con la misma elegancia de la Misa. A continuación Sandrah Silvio se reservó como solista el fragmento más hermoso del programa: el Magdalena Lugens, o Lamento de la Magdalena, escrito con bellas líneas extáticas, y donde el timbre luminoso de la cantante dio sus más brillantes frutos, acompañada del ensemble musical de mordente intensidad formado por los violines de Boris Paredes y Rafael Font, la viola da gamba de María Carolina Concha y la experiencia de Rubén Guzmán en el órgano.
Sólo me extrañó la dicción afrancesada de los textos en latín. ¿Será una arcana curiosidad estilística o un extracultismo anti-idiomático? Un granado Magnificat, que sin embargo ya denotó la insistencia en un mismo y limitado espectro armónico charpentierano, cerró con exquisitez el concierto.
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