Einar Goyo Ponte
Desde finales del año pasado ha estado aconteciendo una situación irregular en el terreno musical caraqueño, y paradójicamente, desde el mismísimo seno de la agrupación musical venezolana más exitosa, galardonada y reconocida internacionalmente: el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles, que lidera el admirable José Antonio Abreu.
Pues resulta que bajo el pretexto de que no se ha inaugurado oficialmente ni el Centro Social de Acción para la música (creo que es así que se llama o algo por el estilo), ni la Sala Simón Bolívar, han estado presentándose allí una serie de conciertos con imponentes figuras nacionales e internacionales, bajo la excepcional e inusual etiqueta de “Conciertos privados”. Así, bajo el manto de ese misterio han actuado y dirigido cantantes y solistas nacionales e internacionales, y batutas de la talla de Gustavo Dudamel, Claudio Abbado y Helmuth Rilling, quien dirigiera el último de ellos este pasado sábado 9.
A estos especialísimos eventos no se invita a la prensa, al menos no a su parcela crítica, al menos no a quien firma estas crónicas (el único que en prensa de circulación nacional redacta frecuentemente crónicas de su quehacer regular o de sus productos discográficos), y si lo hicieran ni asistiría ni escribiría sobre ellos pues como leerán enseguida, estoy en franco y ético desacuerdo con la práctica y con comentar un concierto al cual el público no ha tenido las legítimas y paritarias oportunidades de asistir, pues tampoco se ponen entradas a la venta ni se publicitan. Cuando mucho la invitación es a un ensayo general, pero del concierto y su indudable valor artístico, estamos, junto con la mayoría del público, la juventud y los melómanos criollos, excluidos, para usar palabras hoy neurálgicas.
¿Quién financia estos lujos? ¿Entes o patrocinantes privados? ¿Es moralmente recomendable tal práctica, en estos tiempos tan socialistas, inclusivos y desconfiados de las buenas intenciones del capital privado? Pero más me inquieta que la respuesta sea otra y que las visitas de Abbado o Rilling las costée el mismo estado que respalda al Sistema de Orquestas, con lo cual la contradicción ética y artística sería anonadante. Porque, ¿a cuenta de qué, nuestro dinero (pues, al menos en teoría, los fondos nacionales nos pertenecen) se utiliza para financiar un concierto al cual la verdadera mayoría del público no puede entrar?
El argumento de que la sala no está aún técnicamente apta sería deleznable pues a comienzos de los años 80, cuando aún faltaba mucho para inaugurar la Sala Ríos Reyna, los melómanos atravesábamos escombros y andamios para descubrir a un fenómeno apenas naciente, la Sinfónica Juvenil Simón Bolívar, tocando en la Sala José Felix Ribas. ¿Acaso los privilegiados asistentes a estos conciertos clandestinos, secretos en la nueva sede de Quebrada Honda, son aficionados audaces que escuchan música a riesgo de sus propias vidas? No lo creo. ¿Tendría el Sistema, meritorio acreedor de preseas de iniciativa, y admiradores ansiosos de aprender la fórmula de su éxito, el prestigio que tiene hoy en el planeta, si se hubieran dedicado a ofrecer conciertos privados, sólo para una élite?
Ya se lo decía Billy Wilder a Jack Lemmon, en la voz y figura inolvidables de Joe E. Brown, al final de aquel clásico del cine, Some like it hot: Nadie es perfecto.
II
A raíz de mi entrega de la semana pasada, sobre los que llamara “Conciertos con candado”, tres voceros autorizados del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, quienes se cuentan entre mis mejores afectos, se me acercaron y partieron lanzas en su defensa. En respeto al derecho a la réplica transcribo aquí sus argumentos.
1. No se trata de “conciertos privados”, aunque así los haya calificado la nota de prensa del último de ellos, en El Universal del 9 de mayo de 2009; 2. La razón para no ofrecerlos públicamente es que no se le ha otorgado la permisología a la sala, por ende no pueden vender entradas ni publicitar nada. Además, técnicos de la mismísima Deutsche Grammophon están aún haciéndole inspecciones para una óptima acústica. 3. Los conciertos no cuestan un centavo: ni la orquesta, ni los directores (Abbado, Rilling, Dudamel), ni los solistas cobran honorarios, y al parecer nos visitan debido al don diplomático de Abreu y a la admiración que sienten por el Sistema. 4. El motivo principal de tales conciertos es darles la oportunidad a los jóvenes y niños músicos de comerciarse de cerca con estas leyendas vivas del arte contemporáneo, no satisfacer a privilegiados que por alguna razón accedan a la sala. 5. Vendrán más conciertos en esa tónica, con más afamados artistas.
Tomaré la última de estas informaciones para replantear mi visión: gratis o no, las grandes figuras de la música seguirán visitando Caracas y ni usted, lector, ni yo, las podremos apreciar. Sólo los vinculados (integrantes, músicos, benefactores, amigos, etc) al Sistema disfrutarán de ellos. Sin duda que es muy loable la idea de garantizar la mejor de las formaciones para nuestros chicos músicos, pero insisto en algo: en un país donde poder recibir a estos artistas es y será cada vez más difícil, donde desde febrero a mayo un Cd de música clásica se ha elevado hasta los Bs.F. 150, casi el triple de su viejo precio, ¿es saludable esta línea divisoria entre públicos? El artífice del milagro de las Orquestas Juveniles e Infantiles, gracias a quien, en el 30 aniversario, hace 4 años, le debemos la última gran legión de artistas clásicos que tocó nuestras costas, ¿no puede hacer que el público que se emociona con sus admirables chicos, el que llora con Dudamel, el que los percibe como un oasis en este atribulado país de anomias, desencuentros e inversión de valores, reciba también, con justicia, tan necesario y merecido bálsamo de cultura y reafirmaciones humanas?
Mientras tanto, nos enrojecimos las manos aplaudiendo un concierto abierto y excelente de la OSSB, con nuestro singular contrabajista Edicson Ruiz, al lado de su compañera de orquesta (en la Filarmónica de Berlín), la excepcional arpista francesa Marie-Pierre Langlamet, quienes, junto al joven virtuoso venezolano del cello, Daniel Arias, y el director Christian Vázquez, nos hicieron recorrer en dos horas le fin du siècle francés, aún romántico y ya impresionista, la melodía de corte operística italiana, la vanguardia europea y latinoamericana más rítmica y audaz, en obras de Saint-Saëns, Debussy, Rota, Bottesini, Ginastera y Oscher. La pulcritud de Arias, los legatissimi de Ruiz y la destreza vigorosa y delicada a la vez de Langlamet marcaron una velada impar.
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