sábado, 20 de junio de 2009

DEL CARIBE A NEPTUNO


Einar Goyo Ponte

En un encomiable esfuerzo por dar a su orquesta una envergadura mayor, por hacerla equiparable a la actitud moderna, audaz, madura que signa a casi todas nuestras agrupaciones sinfónicas, mayores de 20 años, el maestro Luis Miguel González, director titular de la Orquesta Filarmónica Nacional, propuso, este pasado primer domingo de mayo un programa que nos catapultaba desde las ondas, las cadencias, la cultura y la elegancia caribeñas hasta los mismos confines del Sistema Solar.

Porque la “obertura” del concierto fue el Danzón No. 2, de Arturo Márquez, pieza de inmediato gancho en el público, y a la cual González decidió hacerle evidente para la audiencia, la intrínseca dificultad de la pieza, escondida en las bellas melodías y la magnética rítmica. Demostró la unidad de concertación, la sincronía entre secciones, e incluso se permitió subrayar elementos de corte camerístico, como en la eufonía entre piano y flauta piccolo, o entre el concertino y las maderas, en sugerentes momentos de contraste con la faramalla orquestal.



La sección concertante estuvo protagonizada por el joven flautista de 22 años, Alexis Angulo, quien interpretó el infrecuente concierto firmado por el compositor germano-danés Carl Reinecke (1824-1908), con una soltura, pulcritud, resolución en las agilidades, cristalinidad en el sonido y seguridad técnica, verdaderamente excepcionales. La obra, que en una primera escucha podría parecer el concierto para flauta que Brahms nunca escribió, tal es la impronta del tema inicial, no dispone una cadenza o solo para el ejecutante, pero se explica por los fraseos sostenidos y de franca inspiración melódica, sobre una orquestación nutrida, no siempre cómplice con el sonido natural del solista. En el Rondo final, la flauta prácticamente no cesa de tocar y se le reserva una acerada coda, que Angulo convirtió en su credencial indiscutible de dominio del instrumento, arrancando una merecida ovación del público.
En 1918, recién concluida la Primera Guerra Mundial, que fue el período que se tomó para componerla, Gustav Holst (Inglaterra 1874-1934) estrenó su Suite Los planetas, ambiciosa, atractiva y original obra, la cual intenta suscitar imágenes musicales de los compañeros de La Tierra en nuestro Sistema Solar, pero al mismo tiempo disertar del significado astrológico, simbólico y mitológico de sus nombres. Logra así una obra de múltiples lecturas y abordajes, que hoy llamaríamos multidisciplinaria. Uno de los detalles más interesantes me parece, el que aunque el concepto de cada planeta parte de su figura mitológica (Marte, el guerrero, Venus, la paz, Mercurio, el mensajero; Júpiter, portador de alegría, etc.), Holst logra, sin embargo, “inventar” una sonoridad espacial, galáctica, remota, extraterrena, mediante bitonalidad, disonancias, particulares combinaciones tímbricas, figuras rítmicas y arpegios, estructuras de compás que remiten a la impresión de rotación, o de atmósferas siderales.




González dirigió con suma meticulosidad esta ardua partitura, a veces con pulso muy lento, otras veces con desbalances tímbricos, pero cuidando detalles y cohesionando a sus huestes para dar una rotunda lectura, cuya cima fue alcanzada en los movimientos 4º y 5º, Júpiter y Saturno, por la riqueza tímbrica y la plasticidad. Bravi los ejecutantes de la percusión, quienes se lucieron en Urano, el mago, y la tecladista Alba Acone y las arpistas quienes ribetearon el clima planetario de confin galáctico e irreal de Neptuno, el místico.

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