Einar Goyo Ponte
Hemos estado en la Scala de Milán, el Liceu de Barcelona, la Arena de Verona, la Opera de París, el Teatro Real de Madrid, donde la última vez, y de improviso, nos concedieron entradas para ver a los más importantes cantantes y directores, e incluso nos invitaron al Concierto y fiesta de sus 10 años, en presencia de la mismísima Reina Sofía, sin más intermediario, en cualquiera de estos prestigios, que nuestra credencial de prensa y el aval de nuestro trabajo. A los conciertos del violinista norteamericano Itzhak Perlman, en nuestra capital, con la Sinfónica Simón Bolívar y la batuta de Gustavo Dudamel, entramos prácticamente coleados y a uno sólo de ellos (el menos interesante, por cierto). El desdén de los productores privados por el trabajo de la prensa y una nada solidaria política de la gerencia del Teatro Teresa Carreño sobre el trabajo del comunicador social, son las principales causas de esta lamentable inversión de procederes. Muy otra era la realidad hace 15 años atrás, y así lo atestiguan mis crónicas desde hace más de dos décadas.
Nos hubiese encantado confirmar la nitidez y destreza que producen frases en legati prodigiosos y de elevada musicalidad de Itzhak Perlman, músico al que admiramos como a uno de los más completos del siglo XX, en una de las obras donde más prestigio ha alcanzado, el Concierto para violín, de Beethoven, obra capital del género, y de palmaria exigencia técnica e interpretativa, pero no había entrada para nosotros. Así que con el favor de un amigo, pude deslizarme en el del día siguiente, y hacer esta crónica para ustedes, quienes allí estuvieron y los que no tuvieron esa fortuna, por poco la misma mía.
En el concierto del miércoles 3, Perlman ofrecía un concierto de menor envergadura, pero innegable encanto, el No. 5, K.219, de Wolfgang Amadeus Mozart, En ella pudimos atestiguar el sonido terso y límpido de su violín, en una obra de franco, y a ratos, arrobador melodismo. Fue notable la longitud de sus legati y fraseos, así como la nitidez de su cadenza. Meditado y en ocasiones flamboyante el melos de su Adagio, mas no con la atracción hipnótica que logran Grumiaux o Szeryng en el mismo fragmento. Mucho más involucrado, tanto de parte del insigne solista como de Dudamel y su orquesta, sentimos el Rondó, con más juegos dinámicos que en los movimientos anteriores, y especial foco en el refrán final, con variaciones de figuración. No fue, empero, una prestación para satisfacer a un público que acude a verlo sólo excepcionalmente, y que ha pagado hasta más de mil Bs.F. para admirarlo. Sobre todo porque no concedió ni un solo bis (algo muy frecuente en él).
Sobre la segunda parte del concierto, con la 7ª. Sinfonía, de Beethoven, resumiré mi comentario de esta manera, pues se trata básicamente de la misma lectura ya registrada por Dudamel en DGG: primer movimiento, brioso, y lleno, como la partitura entera, de trémolos, vibratos, estallidos, staccati, y audaces dinámicas. 2º. y 3er movimientos, espesamente aburridos por la cantidad de efectos sonoros y pasajes líricos que Dudamel ignora. Energía y velocidad impresionantes, y audaz dinámica, pero sin juegos de gradación, ni claroscuros en el final. Todo va de la gasa a la explosión de un solo golpe invariable y monótonamente.
Para compensación de aquellos que no pudimos escuchar a Perlman en el Beethoven, les cuelgo aquí. gracias a You Tube, el primer movimiento de su versión hace ya más de diez años, con Daniel Barenboim en el podio, desde Viena.
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