Einar Goyo Ponte
En una iniciativa absolutamente privada -¿quién ha dicho que el estado tenga que ocuparse de absolutamente todo?-, casi artesanal, al impulso de los propios aficionados de mayor prosapia del arte operístico, acaba de salir a la luz (ignoro si a la venta) una producción discográfica de Héctor Pérez Marchelli Editor contentiva de una grabación completa de la ópera L’amico Fritz, de Pietro Mascagni (el mismo autor de Cavallería rusticana), procedente de una función llevada a cabo en el Teatro Municipal el 5 de diciembre de 1964, con puro talento nacional encabezado por el ídolo Alfredo Sadel, la excepcional soprano Reyna Calanche y el gran barítono Ramón Iriarte, bajo la dirección del gran pionero de la ópera en Venezuela, el maestro italiano Primo Casale.
Se trata del rescate de una grabación que circulaba entre los melómanos caraqueños desde hace años, a través de sus colecciones particulares, remasterizadas y trabajadas artesanal y domésticamente por ellos mismos con sus equipos caseros pero modernos, con Luis T. Sarabia y Gilberto Noguera a la cabeza. Uno de los más preciados tesoros, por la calidad que habían logrado extraerle al sonido, era este L’amico Fritz, al cual ahora el Prof. Pérez Marchelli ha logrado darle corolario editorial (sonoro y de presentación) de forma casi irreprochable (faltan unos pocos minutos del Acto II) y digna de imitación: portada y formato dúctil y elegante, notas críticas sobre la obra, los cantantes y la representación escritas modélicamente por Hugo Alvarez Pifano, fotografías e ilustraciones contemporáneas a lo grabado, sinopsis argumental de la obra y su libreto íntegro en italiano y español.
Este cofre editorial atesora lo que debió ser una de las funciones de ópera más memorables de la historia caraqueña. La obra, de doméstica, burguesa y sencilla trama, se adaptaba a maravilla a los instrumentos vocales que le dieron vida, en un alarde de intuición y sapiencia del Maestro Casale, que tanto se extraña en los productores líricos de la actualidad. Alfredo Sadel es la voz soñada para este papel caballeresco, jovial, apasionado y de conflictos sencillos. Es un rol que han hecho suyo tenores líricos del blasón de Beniamino Gigli, Tito Schipa, Ferruccio Tagliavini, Giuseppe di Stefano y Luciano Pavarotti. Sadel bebe con inspiración de esa ilustre genealogía y exhibe la increíble diafanidad y tersura del timbre como los tres primeros, insuflándole además el fraseo vehemente y la generosa variedad de matices e intensidades de emisión propias de los dos últimos. Una o dos notas un tanto desenfocadas en el famoso Dúo de las cerezas, y en su aria del Acto III, serían los casi intrascendentes deslices de una interpretación de absoluta aristocracia. A su lado, Reyna Calanche aporta su voz caudalosa, de riquísima carnalidad, para su instrumento de soprano lírico. Extraño en ella una mayor paleta de colores, pero sin duda entendía a la perfección los misterios del acento y la vibración verista para dar siempre la vena sentimental y patética propia de su rol femenino. Sus dúos con el tenor favorito de Venezuela son antológicos.
Siempre es un placer escuchar la voz de barítono más rotunda y poderosa que ha dado nuestra tierra, la de Ramón Iriarte, quien hace un entrañable David, factótum del final feliz de la pareja protagónica, de canto nobilísimo y corposo. Su dúo “Ah, siete ancora qui?”, con la Calanche es casi demoledor, por la plenitud casi irrepetible de tales voces. Completaban el reparto los siempre profesionales Aurora Cipriani (segura mezzosoprano), el barítono José Montenegro, el tenor David Diaz y la soprano Rosina Núnez (¿Cuántas veces no los vimos en las tablas del Municipal?).
Una nota aparte merece la ejemplar dirección y concertación de Primo Casale, en un dominio magistral del estilo mascagniniano, de la melodía cantable, de la respiración de los cantantes y de su sentido teatral. El preludietto, la hermosa escena del solo de violín de Beppe, que congela mágicamente la acción, aquí interpretado de manera insólitamente excelsa por Antonio Urea, y el intermezzo, pleno de colores y expresividad son momentos cumbres de esta grabación e infrecuentes de escucharse con tal maestría en una función teatral.
Todo ello convierte esta grabación en un rescate invalorable y en una extraordinaria recuperación de nuestra ilustre memoria de ciudad operófila, huésped antaño de eminentes visitantes, de heroísmos nacionales, de conmovedores utopías y tentativas, que nos permitirían recordar que no nacimos anteayer, que hay un pasado y unas iniciativas que para revivir y continuar manteniéndolas vivas es necesario primero conocerlas, recordarlas, descubrirlas. Es así, y no escribiendo siempre ceros, como se hace la historia.
Se trata del rescate de una grabación que circulaba entre los melómanos caraqueños desde hace años, a través de sus colecciones particulares, remasterizadas y trabajadas artesanal y domésticamente por ellos mismos con sus equipos caseros pero modernos, con Luis T. Sarabia y Gilberto Noguera a la cabeza. Uno de los más preciados tesoros, por la calidad que habían logrado extraerle al sonido, era este L’amico Fritz, al cual ahora el Prof. Pérez Marchelli ha logrado darle corolario editorial (sonoro y de presentación) de forma casi irreprochable (faltan unos pocos minutos del Acto II) y digna de imitación: portada y formato dúctil y elegante, notas críticas sobre la obra, los cantantes y la representación escritas modélicamente por Hugo Alvarez Pifano, fotografías e ilustraciones contemporáneas a lo grabado, sinopsis argumental de la obra y su libreto íntegro en italiano y español.
Este cofre editorial atesora lo que debió ser una de las funciones de ópera más memorables de la historia caraqueña. La obra, de doméstica, burguesa y sencilla trama, se adaptaba a maravilla a los instrumentos vocales que le dieron vida, en un alarde de intuición y sapiencia del Maestro Casale, que tanto se extraña en los productores líricos de la actualidad. Alfredo Sadel es la voz soñada para este papel caballeresco, jovial, apasionado y de conflictos sencillos. Es un rol que han hecho suyo tenores líricos del blasón de Beniamino Gigli, Tito Schipa, Ferruccio Tagliavini, Giuseppe di Stefano y Luciano Pavarotti. Sadel bebe con inspiración de esa ilustre genealogía y exhibe la increíble diafanidad y tersura del timbre como los tres primeros, insuflándole además el fraseo vehemente y la generosa variedad de matices e intensidades de emisión propias de los dos últimos. Una o dos notas un tanto desenfocadas en el famoso Dúo de las cerezas, y en su aria del Acto III, serían los casi intrascendentes deslices de una interpretación de absoluta aristocracia. A su lado, Reyna Calanche aporta su voz caudalosa, de riquísima carnalidad, para su instrumento de soprano lírico. Extraño en ella una mayor paleta de colores, pero sin duda entendía a la perfección los misterios del acento y la vibración verista para dar siempre la vena sentimental y patética propia de su rol femenino. Sus dúos con el tenor favorito de Venezuela son antológicos.
Siempre es un placer escuchar la voz de barítono más rotunda y poderosa que ha dado nuestra tierra, la de Ramón Iriarte, quien hace un entrañable David, factótum del final feliz de la pareja protagónica, de canto nobilísimo y corposo. Su dúo “Ah, siete ancora qui?”, con la Calanche es casi demoledor, por la plenitud casi irrepetible de tales voces. Completaban el reparto los siempre profesionales Aurora Cipriani (segura mezzosoprano), el barítono José Montenegro, el tenor David Diaz y la soprano Rosina Núnez (¿Cuántas veces no los vimos en las tablas del Municipal?).
Una nota aparte merece la ejemplar dirección y concertación de Primo Casale, en un dominio magistral del estilo mascagniniano, de la melodía cantable, de la respiración de los cantantes y de su sentido teatral. El preludietto, la hermosa escena del solo de violín de Beppe, que congela mágicamente la acción, aquí interpretado de manera insólitamente excelsa por Antonio Urea, y el intermezzo, pleno de colores y expresividad son momentos cumbres de esta grabación e infrecuentes de escucharse con tal maestría en una función teatral.
Todo ello convierte esta grabación en un rescate invalorable y en una extraordinaria recuperación de nuestra ilustre memoria de ciudad operófila, huésped antaño de eminentes visitantes, de heroísmos nacionales, de conmovedores utopías y tentativas, que nos permitirían recordar que no nacimos anteayer, que hay un pasado y unas iniciativas que para revivir y continuar manteniéndolas vivas es necesario primero conocerlas, recordarlas, descubrirlas. Es así, y no escribiendo siempre ceros, como se hace la historia.
2 comentarios:
Estoy buscando con mucho interés información sobre el maestro Antonio Urea, uno de los más insignes violinistas de la historia de Venezuela o grabaciones o esta grabación en la que toca con Alfredo Sadel.
Agradeceré mucho si la envian a carolinafelina@hotmail.com o a (0034)658533061. Por fa, no olviden este nombre.
Siempre me enorgullese el ser venezolano heredero de la musica y calidad de los instrumentistas venezolanos; que honor el poder leer estas palabras tan conmovedoras que exaltan el talento venzolano la huella que nos dejaron; ojala sigan rescantando nuestra historia musical
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