viernes, 25 de mayo de 2007

NUEVA BIG BAND



Einar Goyo Ponte


Sonidos emblemas del siglo XX: el de una guitarra eléctrica, la babélica maraña automotriz de nuestras urbes, la ubicuidad de un sintetizador, el zumbido de un ascensor, la estática radial, la sonoridad múltiple de una sala de cine, el rugido de los motores de un avión despegando, los registros fonográficos de voces como las de Louis Armstrong, Frank Sinatra, Edith Piaf, Carlos Gardel, Bob Marley o Enrico Caruso y la seducción irresistible del sonido de una Big Band.
Con esta materia audible, casi palpable, penetrante y avasalladora nos permitió reencontrarnos el concierto ofrecido el domingo 20 de mayo, por la Big Band del Conservatorio de Música Simón Bolívar, del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, nueva agrupación aupada por el gran clarinetista venezolano Valdemar Rodríguez, quien hizo de solista en muchas de las obras tocadas, y dirigida por el talentoso maestro y compositor Giancarlo Castro, y construido con la sección más contundente del Sistema, la de los metales y los vientos, protagonistas indiscutibles de esa refrescante tarde.
Las tentativas de Igor Stravinsky por asimilar el lenguaje del jazz, que modificó toda la música de la pasada centuria, fueron expresados con solvencia por Rodríguez y la banda, en el Ebony Concerto (Concierto de ébano), estrenado por Woody Herman en 1945, y que luego tocaran Benny Goodman y otras celebridades del clarinete. Sin embargo, el rapto melódico borró su traza en la envolvente interpretación de la trompetista Linda Briceño y la banda, de la Ballad Blue Champagne (sin autor registrado), con recios aromas a Harry James y su orquesta. Enseguida el virtuosismo plenó el escenario, muy semejante a un estudio de grabación de estos donde ahora los artistas graban “unplugged” (aunque la potencia del sonido estaba un ápice más allá de lo recomendable), con la urgencia del Prelude, Fugue and Riffs, de Leonard Bernstein, también compuesto para Herman, pero sólo estrenado, por Benny Goodman en 1955, seis años después de su composición. Exactas síncopas, buen balance entre las cáusticas sonoridades de las sordinas y las explosiones del brass en pleno, nerviosos diálogos entre el clarinetista Rodríguez y la banda, vigoroso sostén del piano de Virgilio Armas, el vibráfono de Ramón Granda y la batería de Andrés Briceño, ribeteado por una frenética coda sería el resumen de la prestación de esta pieza. En el corazón de la velada intercalaron nada menos que la celebérrima Moonlight Serenade, de Mitchell Parrish y Glenn Miller, versionada con suma elegancia por Rodríguez, y el extasiante acompañamiento de Castro y la Big Band.
Sin embargo faltaban los dos puntos cumbres de la tarde: primero, el Concierto para clarinete y Big Band, de Artie Shaw, otro de los grandes señores de la era de estos ensambles jazzísticos desde los años 30. Asumió el solo Hernán Darío Gutiérrez, quien dio una ejecución extraordinaria, de registros límpidos y gamas plenas, de arrobador atractivo melódico. La impagable escritura para la agrupación fue pulsada y desplegada por la banda y su director con absoluto dominio estilístico; y en segundo lugar (last but not least), el sorprendente Concierto para clarinete y Big Band, del propio director Giancarlo Castro, que se pasea, con asombrosa flexibilidad y metamorfosis por los estilos rítmicos del ancestro hispánico, la onda nueva venezolana, el latin jazz, el blues, el swing y vuelve a la onda nueva para una coda exultante, todo transportado a lomos de un melodismo temático y tonal que no deja al oyente perder nota ni atención a la ejecución entera, de cerca de 20 minutos de duración. Valdemar Rodríguez que se mantuvo comedido y meticuloso en todas las intervenciones anteriores, liberó toda su vena improvisatoria y virtuosa, su maestría rítmica y su capacidad de establecer frases de conjunto de gran impacto con su banda.
Tras el emotivo y merecido aplauso, clarinetista, big band y director nos regalaron como bis un armonioso arreglo del también famoso Begin the beguine, de Cole Porter, otra de esas melodías o memorias sonoras del siglo XX.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El "Concierto de ébano" es una bella obra de Stravinsky. La escribió., como se sabe para la orquesta de Woody Herman.Había en un sitio de Internet que creo ha desaparecido una versión estupenda de la orquesta de la BBC de Londres. Es jazz, sin duda, pero es Stravinsky ante todo. Gary Vila Ortiz. Rosario. Argentina.