sábado, 14 de julio de 2007

DEDOS POTENTES



Einar Goyo Ponte


Fuimos al 2º. Concierto del Festival Bancaribe básicamente para pagar una deuda: escuchar a la pianista Alicia Gabriela Martínez, a quien el destino siempre nos había hecho evasiva. Además interpretaba uno de mis conciertos para piano favoritos. Así que acudimos puntuales.
Basado en la poco conocida, pero muy ingeniosa novela de Voltaire, Cándido, que cuenta la historia del hombre cuyo nombre define, y que busca el mejor de los mundos posibles mientras ve morir a su amor, amigos, en enfermedades, catástrofes y guerras, Leonard Bernstein compuso un musical, de irregular brillantez y genio. Uno de sus mejores momentos es precisamente la obertura, de una vivacidad y colorido avasallantes, siendo además una pieza desafiante para cualquier orquesta sinfónica por los juegos rítmicos y la dicción virtuosística que exige. Gustavo Dudamel y su Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar se colocaron a la altura del compromiso al interpretarla.
Sergei Rachmaninoff era además de gran compositor un pianista de excepcionales dotes. Sus manos eran enormes, y ello explica, en buena parte, la dificultad de su escritura para el teclado, pero no toda, pues la otra radica en la profundidad de su orquestación, de la irresistible expresión lírica que lo distingue, y los juegos armónicos que propone entre su piano y la orquesta. El Concierto No. 3 en re menor fue estrenado por él mismo en 1909, en una gira por los Estados Unidos, en la ciudad de New York. En ambición y exigencias técnicas supera ampliamente al más popular No.2. Y así parece haberlo comprendido Alicia Gabriela Martínez, quien se enfrentó a él, demostrando una preparación y concentración especialmente notables. Muy pocas notas falsas en el intrincado Allegro ma non tanto inicial, con grandes cascadas de escalas y digitaciones de amplio espectro. En su descargo diremos que la defectuosa sonoridad del piano de la Sala Ríos Reyna no la ayudaba demasiado, pues el mismo carece en el centro de la misma incisividad que en el registro agudo. Sin embargo a partir de la intachable cadenza (uno de los momentos más feroces de la ejecución) su ejecución ganó en precisión y fuerza. Melódica expresión en el Intermezzo, con gran sentido de la intensidad en sus pasajes climáticos. El ataque del Alla breve final fue espectacular, así como los más intimos y afiligranados, en los que debe lograr efectos eufónicos con la orquesta, así como evocar atmósferas del movimiento anterior. La preparación para el final, con el pasaje rugiente en el registro grave, al don del redoblante, y su crescendo fue emocionante, pero no menos que el canto de su instrumento por sobre la melodía del tema exaltante del movimiento, en perfecta conjunción con la orquesta de Dudamel, con una digitación potente, exasperada pero de extraordinario ritmo lírico. El teclado volvió a traicionarla en los compases finales de la coda, pero ya la maravilla estaba hecha.
Mucho menos interesante la parte final del programa: con las Danzas sinfónicas de West Side Story, también de Leonard Bernstein, con sus Prólogo, Mambo y Cool, que nuestra OSJVSB han hecho tan suyos, tal es el sabor y la perfección con que lo tocan bajo la égida de Dudamel. La coda fue el celebérrimo Bolero de Maurice Ravel, sin mayores sorpresas, dado el pulido mecanismo de relojería que Dudamel puso en funcionamiento al dirigirlo.

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