Einar Goyo Ponte
No pude estar a tiempo en Caracas a la hora en que, en el Teatro Teresa Carreño, el maestro español Jesús López Cobos subía al podio de la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar, así que no pude atestiguar su arte en ese importante concierto, en lo que creo era su debut en tierras venezolanas, y lo lamento profundamente, pues conozco la carrera de este director zamorano desde tiempo atrás y tuve el privilegio de escucharlo en Madrid, como recordarán mis lectores, en octubre pasado, en un variado repertorio, que abarcaba desde Rossini a Mussorgsky, pasando por Verdi.
Por ello intento enmendar este involuntario desliz comentando algunas características y muestras de su arte, a lo largo de su trayectoria, que ya cabalga sobre sus 68 años. López Cobos es, hoy por hoy, la batuta más importante de España, honor ganado a punta de tesón, trabajo, estudio y una capacidad para sintonizarse con las tendencias más importantes de la interpretación musical de los últimos 50 años.
Acompañado de nombres como Montserrat Caballé, José Carreras, Samuel Ramey, Frederica Von Stade o Marilyn Horne ingresó en el movimiento de los directores, ejecutantes e intérpretes que extendieron la investigación filológica a los repertorios más tradicionales, verbigracia el bel canto italiano, con particular énfasis en Rossini, Donizetti, Bellini y Verdi. Así graba una interesante versión de Lucia di Lammermoor, de Donizetti, con los dos primeros cantantes de la lista de arriba, en 1977, siguiendo tonalidades e indicaciones de su primera audición; a ésta le sigue la premiere discográfica del Otello rossiniano, otra vez con Carreras y la mezzo Von Stade, como Desdémona, en 1979. En estos tempranos registros es notable la sonoridad analítica, exacta, la fidelidad a la voz humana y la solvencia absoluta de los estilos, lo cual redunda en un vigor novedoso. Apenas un año después esta tendencia alcanza su cima en la histórica representación de la Semiramide rossiniana en el Festival francés de Aix-en-Provence, que tuvo como privilegiado testigo al amigo operófilo, periodista y productor radial, Carlos Guillermo Ortega, quien la recuerda como una de las mejores funciones de ópera jamás vistas en su vida. Cuatro leyendas actuaban bajo su batuta: Caballé, Horne, Ramey y el tenor Francisco Araiza. Hay sellos alternativos que atesoran el registro de esa ocasión.
Desde entonces, su ruta como director de ópera lo ha llevado a ser el Director Musical del Teatro Real de Madrid, hoy, en apenas 10 años, uno de los principales de Europa, en calidad de producciones y de intérpretes. Allí se enfrenta a un variadísimo repertorio que va desde el barroco hasta los clásicos contemporáneos. Yo pude atestiguarlo, con diferencia de horas, nadando magistralmente entre el Verdi sacro, el crepuscular Rossini y el casi ascético Mussorgsky, al frente de su orquesta del teatro madrileño.
De sus desempeños recientes pueden encontrarse en formato DVD, un Rigoletto, de Verdi, desde el Liceu de Barcelona, con el barítono español Carlos Alvarez, a quien viéramos aquí en El gato montés, en 1993, el tenor argentino Marcelo Alvarez y la soprano búlgara Inva Mula, con la entre irreverente y caricaturesca puesta de Graham Vick, donde su batuta se posesiona del drama con su precisión y fuerza, y la hermosa producción de la zarzuela Luisa Fernanda, de Federico Moreno Torroba, de Emilio Sagi, con Plácido Domingo como Vidal, Mariola Cantarero como la Duquesa y Nancy Herrera como la protagonista. Es una invalorable ocasión para escuchar esta zarzuela como nunca, elevada a una categoría universal y con una maestría musical inédita. Son del 2004 y 2006 respectivamente. También figuran su Manon, de Massenet, desde la Opera de París, con puesta de Gilbert Deflo, en un siglo XVIII de fantasía, con dos diamantes como protagonistas: Renée Fleming y Marcelo Alvárez, en una lectura extraordinaria de esta ópera (2001), y mucho más recientes: La Bohéme, de Puccini, nada menos que con nuestro Aquiles Machado en el Rodolfo enamorado de la Mimí de Inva Mula, desde la bella puesta del Teatro Real de Madrid, filmada en High Definition, en el 2006, y La traviata, del mismo teatro, en la puesta de Pier Luigi Pizzi donde Angela Gheorghiu se negó a cantar. Bajo su batuta quedaron Norah Ansellem, Josep Bros y Renato Bruson, en el trío protagónico. Casi olvido que es igualmente el director musical de la genial producción de la Opera de París, firmada por Robert Carsen, de Les contes d’Hoffmann, con el refinado villano de Bryn Terfel haciendo la vida imposible al poeta de Neil Shicoff, y donde López Cobos logró insertar a su compatriota Mariola Cantarero, como la muñeca Olympia. Y para confirmar su experiencia rossiniana dirige, en el Liceu de Barcelona, una muy destacada versión de esa rareza del Cisne de Pesaro que nos recuperaran Philip Gossett y Claudio Abbado en 1985: Il viaggio a Reims, con un elenco de alto porcentaje español y una escena elegantísima.
En el plano de la música clásica, el maestro López Cobos ha iniciado ya su colección de sinfonías de Mahler (vino a tocar la primera aquí con la OSSB), y ya se consiguen la 3ª, la 9ª y la 10ª en el mercado, con el sello Telarc. Pero no podemos de dejar de incluir en esta antología su versión, que sería la banda sonora del film de Carlos Saura, de El amor brujo, de Manuel de Falla, donde Rocío Jurado prácticamente veta a los cantantes líricos volver a intentar la parte de la cantaora, tal es la garra, la vena popular y la expresión sublime que la insigne vocalista alcanza bajo la batuta de su compatriota. Las danzas, y en particular, la pantomima, suenan como en ninguna otra versión jamás grabada.
Es una muestra de que se trata, como dijimos, del director español más importante de la época, y uno de los más destacados internacionalmente.
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