lunes, 3 de noviembre de 2008

UNA ORQUESTA DE 78 AÑOS


Einar Goyo Ponte

Como en la fecha real de su aniversario, 24 de julio, no se encontraban en el país, sino de gira por Grecia e Italia, la Orquesta Sinfónica Venezuela programó su habitual fiesta de cumpleaños para el 22 de octubre. Así la encontramos ya al borde de sus ochenta años, que celebrarán en el 2010. Esta idea, entre tantas, musicales y culturales, del Maestro Vicente Emilio Sojo, atravesó el siglo XX y se ha plantado en el XXI, venciendo vicisitudes y afrontando los retos que los cambios del tiempo y de la misma cultura del país le ha encarado. 78 años es una cifra que lleva muy poco tiempo escribir, pero incapaz de contener el océano de memorias, experiencias, artistas, invitados que cobija e hilvana su historia. Cuando yo, con apenas 15 años, comencé a aficionarme a la sagrada rutina de bautizar el domingo con un concierto de música clásica, viajando ¡sin metro! desde Caricuao hasta el Aula Magna de la UCV, para instalarme en el asiento más solitario de su balcón y dejar que aquella música, estremeciéndome, fuera moldeando lo que hoy llamo mi carácter, la OSV era aún la única orquesta con la que contaban los todavía no tan frenéticos caraqueños.

Este concierto del 78 aniversario estuvo dedicado a uno de sus fundadores, el insigne músico y compositor venezolano Moisés Moleiro (1904-1979), entre otras joyas, compositor del Joropo, pieza obligada de nuestros pianistas vernáculos, y que en cualquier rincón del mundo les permite, además de demostrar su destreza, desplegar la irreprimible esencia de nuestro acervo musical.

Así escuchamos la hermosísima Sinfonía al estilo clásico, que a petición del maestro Primo Casale, autor del arreglo para orquesta de cuerdas, Moleiro transcribiera a partir de una sonata para piano suya. El resultado de ambos talentos es una música de arrobadora transparencia, ahita de melodías, tomadas unas del venero popular, otras del clásico, para llegar a su cima en un inefable adagio, en el tercer movimiento, que evoca al Tchaikovsky reeditor de las fuentes clásicas barrocas y mozartianas, y concluye con un rondó, en la vena de las deliciosas sonatas para cuerda de Rossini, pero todo atravesado de modismos, ritmos y sugerentes vetas del cancionero popular venezolano. Fue diáfana y entusiasta, llevada por la enérgica batuta del maestro invitado desde Europa, David Levi, la interpretación de la OSV.

Como también lo fue, luego de la simpática ceremonia de condecoraciones y reconocimientos, la brillante y potente lectura de la enjundiosa Suite de Hary Janos, del húngaro Zoltán Kodaly, con la impronta firme de su preludio, la exactitud lumínica de El reloj musical vienés, la manera transparente en que construyó la parodiante Batalla y derrota de Napoleón, el ímpetu rítmico del atractivo Intermezzo, y el protagonismo ejemplar de la sección de metales logrado en la final Danza del Emperador y su corte.

Para complacer a un público entusiasmado hicieron una impetuosa, en la batuta fogosa de Levi, versión de la Obertura Candide, de Leonard Bernstein, y en gesto de despedida para el embajador japonés, un voluptuoso arreglo de la famosa canción “Venezuela”, de Herrero y Armenteros, que Levi dirigió como si hubiese nacido en Valle de la Pascua.

Fue una bella fiesta de cumpleaños.
Aquí colgamos el segundo movimiento de la Hary Janos, de Kodaly, El reloj musical vienés, como ilustración de esta fiesta:


No hay comentarios.: