Einar Goyo Ponte
En una insólita coincidencia, dos hijos de célebres artistas plásticos venezolanos, se dieron cita el pasado domingo 2 de noviembre para hacer música, en la Sala José Félix Ribas del TTC. Son ellos la soprano Ximena Borges, quien ha estudiado en EEUU y Europa con renombrados maestros entre quienes figuran el director Kent Nagano y el tenor Francisco Araiza, y es hija de Jacobo Borges; y el conductor Yuri Hung, surgido de las Orquestas Juveniles, ganador de certámenes europeos, y vástago del también pintor Francisco Hung. El programa eminentemente vocal arrojó varios y coloridos resultados como describiremos a continuación.
Borges inició acompañada solo por el piano de Franca Ciarfella, con un aria de la ópera Giulio Cesare, de Georg Frideric Haendel, desafiante en sus intrincadas coloraturas, las cuales sorteó con galanura, más no absoluta limpieza, la soprano, cuya voz de contenida amplitud, tiende a comprimir el timbre a medida que asciende en el registro.
Hung continuó con la Obertura de Le nozze di Figaro mozartianas, que de inmediato reveló el principal signo de su batuta: la morosidad en los tempi. Adquiere limpieza y precisión, cierto, pero pierde energía. De la misma ópera, la Borges cantó luego, en lugar del aria de El empresario, del mismo compositor, originalmente pautada en programa, el “Deh, vieni, non tardar”, de Susanna, de forma elegante y hábil, apoyada en el pulso peculiar de Hung, el cual le rindió generosos frutos en el siguiente Intermezzo, de la Cavallería rusticana, de Pietro Mascagni.
Pero le horadó a él y a ella la subsiguiente lectura de la hermosa “O mio babbino caro”, de la ópera Gianni Schicchi, de Giacomo Puccini, en total desincronización, debido a la cortedad de fiato (capacidad de contención de aire durante el canto) de la soprano, otra de sus señas de identidad. Lo que siguió pertenece a los terrenos de la desmedida audacia, muy frecuente, sin embargo, en los atrabiliarios egos de los cantantes, pues el aria estelar de la muñeca Olympia, de la ópera Los cuentos de Hoffmann, de Jacques Offenbach, no figura sino en las más afiebradas fantasías del ADN vocal del instrumento de la Borges. Ni la lentitud de Hung, salvó el pasaje.
Los dos fragmentos de la Suite Avileña, de Evencio Castellanos, dirigidos por Hung, fueron alternativamente sugerentes (Nocturno) y vacilantes (Navidad), salvo en la animación final. De seguidas, ahora inexplicablemente con micrófono, la Borges cantó “Estrellita”, de Manuel Ponce, que junto con “Bésame mucho”, de Consuelo Velázquez, debe figurar entre las dos canciones más fastidiosas del repertorio latinoamericano. Cobrando sus impuestos a la morosidad fue interpretada, con bastante puntería en los metales, la obertura Candide, de Bernstein, escrita para resaltar el virtuosismo de una orquesta, y que sirvió de pórtico a la mejor parte del concierto, la de la Borges haciendo el repertorio mejor sintonizado a su voz: el musical americano. Fue chispeante, suelta y rotunda en “I feel pretty”, de West Side Story, del mismo Bernstein, y en especial en “I got rhythm”, de George Gershwin, donde nos evocó aquel brillante álbum de Kiri Te Kanawa, en este repertorio.
Dos misteriosas inclusiones cerraron con bajo perfil el concierto: la una, la forzada “Alma llanera”, de Pedro Elías Gutiérrez, a la que ni el arreglo de Pedro Mauricio González libró de desentonar en el espacio de este programa, y una desangelada “Balada de Mackie Navaja”, de la Opera de tres centavos, de Brecht-Weill, que no tenía ni de uno ni de otro, al carecer de la mordacidad esencial de la emisión y del ritmo musical, así como del swing del pretendido jazz que se quiso insertar.
A modo de ilustración colgamos aquí a la soprano Kiri Te Kanawa, aunque no en el Gershwin comentado arriba, sino en un ejemplo de canto perfectamente sincronizado con el tapiz melódico orquestal, en el aria "O mio babbino caro", de Puccini
1 comentario:
No sé que sucede con las voces venezolanas, parecen simples cantantes de joropo como lo es el caso de Alfredo Sadel.
Les falta refinación, estilo, además tienen un registro problemático, la mezza voce es inexistente, el registro bajo es inaudible y el registro alto es grotescamente gritado y con agudos ahogados.
Tienen una pésima dicción, un sonido ordinariamente abierto. Pobre dominio de los idiomas. No tienen cultura operística, son torpes y chabacanos en escena. Yo en lo particular pienso que en Venezuela desgraciadamente no hay voces, y en los casos de aquellos que han estudiado en el extranjero la cosa no parece ser muy buena. Hace poco descargué la Luisa Miller de Aquiles Machado del Real de Madrid de mayo del 2008 junto a la gran Krassimira Stoyanova y en realidad me dió vergüenza ajena escuchar a Aquiles en tan pobre estado vocal.
El estado vocal actual de Inés Salazar es desolador, simplemente destruyó su voz, Su Elvira en Ernani desde Viena fue una vergüenza.
Yo creo que hasta que los venezolanos no conscienticemos que en materia de voces estamos graves y dejemos de aplaudir nefastas producciones como la pasada Traviata del Teresa Carreño, empezaremos a reconocer nuestros errores y trabajaremos en ellos, mientras tanto seguiremos igual o peor.
Ni hablar de las autoridades teatrales que son una vergüenza para el cargo, no saben lo que en realidad significa la ópera. Simplemente son ignorantes asalariados producto de la nueva estética chabacana revolucionaria.
Me da una veegüenza enorme ver como los cantantes en la pasada Traviata del Teresa Carreño llenan el escenario de familiares que vitorean sus mediocres interpretaciones.
A Betzabeth Talavera, Mariana Ortíz, Franklin de Lima, Higueras, Dorian Lefebre y demás integrantes de la pésima camarilla de cantantes nacionales: PÓNGANSE A ESTUDIAR, SI NO, DEDÍQUENSE A OTRA COSA Y SI PIENSAN DEDICARSE A LA ÓPERA SEÑORES, ÓPERA ES ÓPERA Y NO ESA EXHIBICIÓN DE POBREZA VOCAL Y CHABACANERÍA DE USTEDES EN ESCENA
Luis Carlos
luiscar89@gmail.com
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