Einar Goyo Ponte
La pianista Idil Biret es una de las músicos más importantes de Turquía. Fue alumna de lumbreras del piano del siglo XX como Alfred Cortot, Wilhelm Kempff y Nadia Boulanger, y su carrera incluye los mejores premios, la compañía de las mejores orquestas y más legendarios directores, así como un avasallante número de grabaciones equivalente al de las estrellas más mediáticas, en cuyo nivel de excelencia ella se cuenta. Tuvimos el lujo de su visita este martes 17, escoltada por la Orquesta Filarmónica Nacional, bajo la dirección de Luis Miguel González.
Su joven batuta decidió abrir fuegos con la obertura de la ópera Los maestros cantores, de Richard Wagner. Sin las ambiciones sinfónicas de la mayoría de sus obras, el autor alemán se restringió aquí a la orquesta romántica, enfatizando sin embargo, la sección de metales, con las cuales crea una atmósfera de fiesta y comedia solemne, con particular empeño en la tuba wagneriana, de la cual el ejecutante de la OFN sacó un partido inestimable. No podemos decir lo mismo de la sección de cuerdas, anémica, no sólo aquí, sino en todo el concierto.
Idil Biret se decantó con el Concierto en la menor, para piano y orquesta, Op. 16, del noruego Edvard Grieg, selección de directo e inapelable lucimiento del virtuoso, y ello quedó manifiesto casi de inmediato, tras la rotundidad de su ataque, la autoridad de sus notas graves, la seguridad de sus figuraciones en escalas, el dominio exacto de las síncopas y variantes rítmicas aportadas desde el folklore nórdico, y sobre todo la impactante impronta de su digitación ante los tutti orquestales, la cual, de no haber sido por el vergonzoso estado del piano que la Sala Ribas del Teatro Teresa Carreño le puso a disposición (de ruinoso y entelarañado registro medio e irregulares agudos), hubiera mantenido en igualdad de condiciones sin problema alguno durante los pasajes más copiosos y electrizantes. En la excepcional cadenza hurgó en casi inéditas sonoridades oscuras de perfume impresionista, con las que personalizó su interpretación. En el Adagio siguió escarbando en una visión intimista, más cercana al de las Piezas líricas para piano solo del compositor que a la extroversión de este concierto, para coronar con poderosos fraseos e imponentes pasajes de octavas. Su coda es una de las más enérgicas y desafiantes escuchadas en este concierto, en lectura en vivo o grabación alguna. Quizás hipnotizado por la soberbia prestación de la tecladista, González no se ocupó demasiado de sacar matices ni sutilezas de su orquesta.
Por fortuna sí las exigió en su versión de la Sinfonía en re menor, de César Franck, la única del músico francés. Esta obra, que escuchada en discos, podría resultar un tanto aburrida, al dar la impresión de insistir sobre un reducido puñado de temas musicales, gana en la ejecución en vivo, donde puede apreciarse cómo las secciones orquestales diseñan la evolución de esos motivos, su metamorfosis en distintos afectos, su progresión a través de diversos parajes tonales. Es, como un buen producto intelectual francés, la progresión narrativa de una sinfonía, mientras se nos muestra gentilmente cómo se compone esa misma sinfonía. En esto Franck se adelantó en poco menos de un siglo a la Nouvelle Vague cinematográfica, al Nouveau Roman y a las teorías de Barthes, Genette, Baudrillard y otros, en la crítica de arte y literatura. Salvo en un momento, desdichadamente largo, en el que las cuerdas perdieron casi totalmente la brújula de la afinación, la dirección de González y el buen hacer de los vientos, logró hacer transparente esta intención artística del compositor.
Para una referencia de la excelente pianista que es Idil Biret, aquí les cuelgo su lectura de la Rapsodia No 2, Op. 79, de Johannes Brahms, del año 1989.
10 Rhapsodie Op 79 No 2.wma - Brahms/ Idil Biret
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