domingo, 16 de diciembre de 2007

TRES NOVELES VIOLINISTAS



Einar Goyo Ponte


En tres jornadas que abarcaron fin y comienzo de estas dos últimas semanas, se llevó a cabo el Festival de Jóvenes Violinistas, en la Sala José Felix Ribas, promovido por el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles y la Academia Latinoamericana de Violín, surgida de la administración del mismo sistema, y dirigida por el insigne maestro José Francisco del Castillo. Asistimos a la velada final, del lunes 10, y nos llevamos una extraordinaria sorpresa.
Y es que no nos estamos dando cuenta, pero presenciamos lo que podría llamarse la “Invasión de los chamos”, en el ambiente musical venezolano. Así como hace unas pocas semanas destacábamos la prestación del pianista adolescente Kenny Barrios, ahora atestiguamos a tres chiquillos que no rebasan los quince años, enfrentándose, uno tras de otro, a cada uno de tres de los más difíciles conciertos de la literatura para violín.
Los tres son alumnos del Maestro del Castillo, quien, ante lo contemplado esa noche, tiene sobrados motivos para sentirse satisfecho y orgulloso. Uno de ellos ha estado también bajo la tutela de Uto Ughi, otros dos bajo la de Accardo; uno ha estudiado en el exterior; todos han experimentado la batuta de Abbado, Rattle o Dudamel.
Sergio Carleo nos ofreció una segura, de tempi moderados, pero de nítido sonido y acertada expresión lírica, versión del Concierto para violín y orquesta, Op. 64, de Felix Mendelssohn, favorito del repertorio por su brillantez, melodías y virtuosismo técnico. Una asombrosa seguridad de parte del jovencito ribeteó sus mejores pasajes
Lo sucedió Angélica Olivo batiéndose encarnizadamente con el exigentísimo y de vigor prácticamente viril, Concierto Op. 47, de Jan Sibelius. Por supuesto que ante tamaña obra, hubo momentos oscilantes de tensión, caidas leves de fuerza y brío, sobre todo en el Allegro moderato inicial, el más extenuante de los tres, pero la coherencia con la que desarrolló el Adagio di molto, y la bravura sostenida, ya crecida e inapelable, en el punzante finale, mostraron no sólo a una ejecutante dueña de su técnica, sino a una personalidad artística de grandes dimensiones.
Cerró la velada Kenneth Jones, quizás el menos certero de los tres. Sin embargo, se decantó por el Concierto en re mayor, Op. 35, de Piotr Ilyich Tchaikovsky, acaso el más popular del trío de la noche. También con pulso lento y menos firme en su afinación, supo sortear con brillante pulcritud los enzarzados pasajes de los que el concierto está minado. Peculiarmente notable la solvencia de la enorme cadenza del Allegro inicial.
En los tres conciertos fue columna invaluable la dirección absolutamente cómplice de Diego Matheus, ajustándose incondicionalmente a sus pulsos y respiraciones, pero sin dejar de dar solidez tímbrica y sensualidad colorística a su orquesta.
En realidad ver a estos muchachos resolver con tal destreza conciertos de tal envergadura, a esta temprana edad, permite soñar cosas extraordinarias y asombrosas para su futuro y el de la música en Venezuela.

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