Einar Goyo Ponte
Es verdad que a veces parece que lo tocan demasiado, que su poderoso tema inicial es banda de tantas películas lacrimosas, y hasta de la rumba cubana “Mamá Inés”, pero ¿quién puede negar que el Concierto No. 1 para piano y orquesta, de Tchaikovsky es una de las más piezas más espectaculares, no ya de la literatura pianístico-sinfónica, sino de la música académica?
Si algo redimirá a Tchaikovsky del exceso de lo “pop”, casi “kitsch”, de sus temas, es su potencia narrativa. Y este concierto es como leer una novela de Tolstoi. La gran introducción, que no vuelve a sonar en toda la obra, el pasaje cromático sobre las notas blancas, casi siniestro, la suspensión romántica del tema lírico, tan ruso, casi sacado del Cascanueces, y su emocionante crescendo, que Rachmaninoff imitará tanto, las grandes cimas en octavas, los exaltantes momentos de diálogo entre solista y masa orquestal, la gran coda del Allegro con spirito, el transparente Andantino semplice, con ese prestissimo tan ultra moderno y genial, y luego el avasallante Allegro con fuoco, que es casi un episodio violento de La guerra y la paz, pero con un aire galante, de gran salón cortesano, estructurado también en secuencias que se van imbricando casi matemáticamente para producir un estallido.
La deslumbrante pianista blonda Alicia Gabriela Martínez, de 23 años de edad, y el maestro Alfredo Rugeles, aún en el nimbo de sus bodas de plata con la música dieron exactamente esta semblanza narrativa y emotiva en su interpretación del concierto del genio ruso, con la Sinfónica Simón Bolívar, este sábado 8 de marzo, en lo que ha sido una de las más perfectas lecturas de esta obra que haya escuchado en vivo, a pesar del evidente sonido velado del Yamaha del Aula Magna de la UCV, pero la digitación llena de arrojo, brío y contundencia de la Martínez retó constantemente a la sonoridad orquestal, aunque la morbidez del solo de cello en el 2º.mov hizo aún más patentes las carencias del teclado. Los tiempos un poco contenidos de Rugeles no impidieron la impronta de bravura de la pianista, quien consiguió una cadenza notabilísima por sutileza y expectación, un incandescente prestissimo, y una coda final que nos haló al filo del asiento. Yo prefiero más pasión y rubati, pero lo que lograron Martínez y Rugeles fue gran música.
Si algo redimirá a Tchaikovsky del exceso de lo “pop”, casi “kitsch”, de sus temas, es su potencia narrativa. Y este concierto es como leer una novela de Tolstoi. La gran introducción, que no vuelve a sonar en toda la obra, el pasaje cromático sobre las notas blancas, casi siniestro, la suspensión romántica del tema lírico, tan ruso, casi sacado del Cascanueces, y su emocionante crescendo, que Rachmaninoff imitará tanto, las grandes cimas en octavas, los exaltantes momentos de diálogo entre solista y masa orquestal, la gran coda del Allegro con spirito, el transparente Andantino semplice, con ese prestissimo tan ultra moderno y genial, y luego el avasallante Allegro con fuoco, que es casi un episodio violento de La guerra y la paz, pero con un aire galante, de gran salón cortesano, estructurado también en secuencias que se van imbricando casi matemáticamente para producir un estallido.
La deslumbrante pianista blonda Alicia Gabriela Martínez, de 23 años de edad, y el maestro Alfredo Rugeles, aún en el nimbo de sus bodas de plata con la música dieron exactamente esta semblanza narrativa y emotiva en su interpretación del concierto del genio ruso, con la Sinfónica Simón Bolívar, este sábado 8 de marzo, en lo que ha sido una de las más perfectas lecturas de esta obra que haya escuchado en vivo, a pesar del evidente sonido velado del Yamaha del Aula Magna de la UCV, pero la digitación llena de arrojo, brío y contundencia de la Martínez retó constantemente a la sonoridad orquestal, aunque la morbidez del solo de cello en el 2º.mov hizo aún más patentes las carencias del teclado. Los tiempos un poco contenidos de Rugeles no impidieron la impronta de bravura de la pianista, quien consiguió una cadenza notabilísima por sutileza y expectación, un incandescente prestissimo, y una coda final que nos haló al filo del asiento. Yo prefiero más pasión y rubati, pero lo que lograron Martínez y Rugeles fue gran música.
Como lo fue también en la delicada versión, afiligranada, en posesión absoluta de todos los estilemas del compositor (glissandi –notas como deslizándose-, legati, fraseos de gran longitud, claroscuro de matices, juego de contraste entre lo alígero y lo impetuoso carnal, la dinámica rítmica de smorzandi y rinforzandi), de la 4ª. Sinfonía, de Gustav Mahler, bajo la batuta de Rugeles. Extraordinario el poco adagio, que merece figurar junto al Adagietto, de la 5ª., el Andante moderato, de la 6ª. y el gran adagio, de la 9ª., entre los pasajes más fascinantes de la música mahleriana. Margot Parés Reyna, mórbida, clara, plena, narró con mucho mordente y matices la pintura de la cocina celeste que cierra esta casi etérea sinfonía. Lástima que el maestro Rugeles dejara tan imprudente bache entre el tercer movimiento y ese epílogo. Casi se rompió la atmósfera que Mahler prepara tan culinaria y expertamente para la entrada de los oyentes al cielo.
2 comentarios:
Hola Einar, disfruté mucho ese concierto y fue un gustazo conocerte. El concierto para piano estuvo soberbio y la sinfonía de Mahler me gustó mucho también. Concuerdo contigo en que si existiera una música en el cielo definitivamente estaría compuesta por Mahler. El final de su segunda sinfonía para ser más específico.
Te escribo también para hacerte una pregunta: ¿por qué el concertino tenía dos violines durante la sinfonía de Mahler?
un gran abrazo
Hola Victor, perdona el tremendo retraso en contestarte pero las vacaciones y la vuelta al trabajo me lo habían impedido. Acerca de tu pregunta sobre los dos violines del concertino en la 4a. de Mahler la razón es que necesita tocar un pasaje con un violóin afinado en una tonalidad distinta a la de original. Busca un efecto de disonancia e incluso acústico. También a mi me encantó conocerte. Seguiremos leyéndonos.
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