Einar Goyo Ponte
Junto con el disco de Clara Rodríguez con El cuarteto, la pianista nos hizo llegar muy gentilmente, otras dos producciones suyas recientes, que aprovechamos de comentar en este lento inicio de año. La primera de ellas es un disco dedicado exclusivamente a Frederic Chopin, grabado el año pasado en Londres, para el sello Classical Recording Company y el aval de la Fundación venezolana Luis Bertrand y Nelly Soux. Uno de los aciertos del Cd es la atinada selección de piezas, que sin caer en el repertorio más trillado y popular, hace una propuesta bien representativa del compositor que no obvia el lucimiento del ejecutante.
El pianismo de Chopin conviene al estilo de Clara Rodríguez, que es suficientemente preciso y meticuloso para aún dar espacio feliz a la expresión, a la variedad y al lustre estético del estilo. Desde la misma Sonata No. 3 que abre el disco se siente el perfecto dominio de la gramática chopiniana, en los claroscuros navegados en las dos Mazurkas escogidas (cuyo orden en el Cd está invertido con respecto al programa del cuadernillo), en los sensibilísimos rubati de la Ballade No. 4, que está entre las mejores lecturas conocidas de la obra; en el fluir libre de escalas y melismas, del Nocturno Op. 62; en la justa gradación que lleva a los estallidos de octavas y ritmos plenos, como en la Barcarolle Op. 60, mi selección favorita del Cd., por la cuidadosa lectura y la creación de una sugerente atmósfera. En la pieza que cierra estupendamente el disco, la Polonesa-fantasía, Op. 61, la Rodríguez derrocha precisamente ese último elemento. A la elocuencia potente de la música polaca une ella los pasajes reflexivos, densos y la morbidez de la melodía, construida con feminidad y orfebrería.
El segundo Cd es de 2003, y es del sello inglés Meridian. Se trata de una antología de la música para piano, tremendamente abundante, por cierto, del gran compositor cubano Ernesto Lecuona, quien, desde un nivel didáctico en estas latitudes, hace casi prescindibles a Chopin, Liszt o Rachmaninoff, como exponentes de un pianismo virtuoso, brillante, de potentes y difíciles soluciones rítmicas, técnicas y melódicas. Todo eso está genial y pródigamente en Lecuona, y encima tiene la cadencia caribeña y la fantasía hispánica, tan idiosincrásicas e identitarias. Un pianista joven latinoamericano formado en la música de Lecuona podría luego encarar sin dificultad el Scriabin o el Beethoven más intrincados. A Clara Rodríguez, entrenada en las propuestas desafiantes de Juan Carlos Núñez y Federico Ruiz, el mundo de Lecuona se le abre con sensualidad y calidez. Su firmeza rítmica, la acuarela melódica que desata sin contención, la digitación de gran pianismo que da voz certera a la extroversión vitalista de Lecuona labran una lectura primorosa y seductora del genio cubano.
Me quedo insatisfecho con su preciso En tres por cuatro, al que no obstante siento falto de potencia y rotundidad rítmica, y con La comparsa, bastante lejana del efecto de tránsito que en su interpretación el autor legó a sus sucesores, pero celebro la solemnidad de Ante el Escorial y San Francisco El Grande; el misterio hispánico revelado en Zambra gitana, y en la Suite Andalucía (con unas Córdoba, Alhambra, Andalucía y Malagueña magistrales), y el sabor inapelable y cadencioso de las Danzas afrocubanas, con especial énfasis en Danza negra y Danza de los Ñañigos.
Dos discos para medir la estatura de una gran pianista venezolana.
Les cuelgo en el audio la Danza negra, de Lecuona, con la pianista venezolana, de absoluto dominio en la sensual cadencia tropical y trepidante digitación.
Danza negra. E. Lecuona Pista 18.wma - Clara Rodriguez
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