domingo, 18 de febrero de 2007

Climas latinoamericanos













Para cerrar su primer ciclo del año, el dedicado al género de cámara, la Orquesta Sinfónica Municipal escogió un programa latinoamericano, tremendamente interesante, el cual salvo, la obra inicial, giraba en torno al tema de las estaciones del año, con el cañamazo de la famosa obra de Antonio Vivaldi.
Del mexicano Silvestre Revueltas nos presentaron el extraño Homenaje a García Lorca (en realidad al poeta sólo está dedicado el “Duelo”, en el 2º. Movimiento, mientras que los tiempos extremos, “Baile” y “Son”, se asientan en el folklore mexicano),compuesto el mismo año de su muerte. Con mucho brío y sonoridad, dirigió el maestro Rodolfo Saglimbeni a su orquesta reducida.
Del argentino Astor Piazzolla, se nos ofrecieron sus Cuatro estaciones porteñas, las cuales, tal como la latitud lo impone, sobrevienen en orden diverso al europeo: verano, invierno, otoño y primavera, y todas al ritmo y la base del tango, en ese estilo punzante, sincopado, sensual, tan del compositor, y del cual se benefician aún grupos tecno como Bajo fondo o Gotan Project. Fueron tocadas en el bonito arreglo sinfónico de Malvicino, que sin embargo lima un tanto la incisividad y urgencia del original. El acordeón fue sustituido por el involucrado oboe de Peter Ferris, y acompañado de la otra vez precisa dirección de Saglimbeni.
Concluyó el concierto con la obra Las dos estaciones (del trópico caribeño), del venezolano Paul Desenne, la cual, en el ya peculiar estilo del compositor, combina la vena paródica con una concepción estética sincretista y mestiza, abigarrada y problemática, inevitablemente americana, y que ya apareciera con todo su vigor en su obra sobre el poema de Alberto Arvelo Torrealba, El reto: Florentino y el diablo, donde ambos personajes representan vertientes distintas de nuestra cultura mestiza, enfrentándose, interpenetrándose, intentando comprenderse, a veces intentando anularse mutuamente, es decir, todo el proceso que nuestros intelectuales han denominado transculturación, y que ya vislumbrara en forma de novela o fábula Alejo Carpentier, en su Concierto barroco, uno de los motores inspiradores de esta obra. En ella, un indiano mexicano viaja ansioso a Europa por encontrar sus raíces, acompañado de un criado negro cubano, pero una vez en la metrópoli, el viajero empieza a añorar su América antes menospreciada, reconoce su verdadera identidad, pero además observa, como a través de la insolencia y el carácter mercurial de su criado, la cultura europea hace simbiosis con la americana, a través del carnaval, el anacronismo, y por supuesto la música. Así asiste a la perversión de un concierto vivaldiano con la percusión africana, y ve la delirante aparición de un trompetista negro, transfiguración de Louis Armstrong, en medio del aria de la resurrección del Mesías, de Haendel. El indiano regresa a su patria, pero su criado se queda en Europa, a seguir “contaminando” el edificio de la tradición occidental. Sobre esta idea, Desenne plantea el otro nervio catalizador de sus Dos estaciones: la célebre Las cuatro estaciones, de Vivaldi, ahora citada, desmontada, revisitada en ritmos vernáculos caribeños como la cumbia, el merengue, la guasa, los tambores costeños, la salsa, sin perder jamás la prosodia académica, más urbana que de salón. Todo ello al servicio de una ingeniosa estructura de inversión, aún más profunda que la de Piazzolla, pues lo que en Vivaldi alude a la canícula estival aquí representa los aguaceros y viceversa, en imágenes musicales de inmediata eficacia. Así las “Goteras”, de la estación de nuestro Invierno, se construyen sobre pasajes del verano vivaldiano, replanteados en ritmo de rumba; lo que en el italiano son mosquitos que asedian a un pastor amodorrado, aquí son ranitas que celebran la lluvia. Y luego, los grillos evocan pasajes del invierno del concierto europeo, para abrir la sequía, en ritmo de guasa caraqueña, que van dando paso al Carnaval, construido irónicamente sobre pasajes del Otoño, pero en son de cumbia. Una mezcla genial y desesperada es la del “Polo Quemao”, la cual aúna la melancolía del género oriental, la nostalgia de sus ancestros hispánicos, con la descripción de los vientos y el calor veraniegos en Vivaldi, en furores y ritmos intrincados y cambiantes, exigentes tanto de la solista del violín, como de la orquesta acompañante. Virginie Robilliard, para quien la obra está compuesta, dio una lectura extraordinaria y brillante, en demostración de gratitud y amor, por lo que puede ser un éxito universal. De hecho ya ha tocado la obra en escenarios nacionales y foráneos. Cómplices e inspirados la OSMC y Saglimbeni.
Un concierto revelador de nuestra temperatura y nuestro temperamento.

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