sábado, 24 de febrero de 2007

Trío Alma


No había de que asombrarse cuando la pequeña sala, contigua a las caballerizas, de la Quinta Arauco, sede de la Asociación Pro-Música de Cámara, ya llena, comenzó a seguir recibiendo asistentes, a quienes no importaba si ya no había asientos, si sufrirían el calor habitual del recinto, ni siquiera si ya no había boletos disponibles para ellos. Era el único concierto de ese domingo de carnaval en toda Caracas.
Así fue la suerte de la agrupación franco-rumana Trío Alma, conformado por la soprano Christelle Violin, la flautista Otilia Panaitesco y el guitarrista Eric Roussel, quienes a pesar del nombre del grupo, casi no tocan ninguna pieza juntos. Al menos no este domingo, cuando apenas en la última canción del programa, se ensamblaron.
Tampoco son grandes eminencias de sus instrumentos. Son ejecutantes honestos, participantes de una agrupación aún joven, de casi una década de vida ya, pero no dueños de un virtuosismo enervante. Y el repertorio escogido se adaptó cabalmente a esa línea sencilla y sin aspavientos de interpretación.
Flauta y guitarra abrieron el recital con la muy elemental Grande sérénade, de Mauro Giuliani; la Sonatina semplice, del contemporáneo Jan Truhlar, y una pintoresca Escena pastoral rumana, compuesta por Petre Elinescu. Aparte de lo contagioso de la ejecución del ritmo folklórico balcánico, nada de mayor especial recordación.
El guitarrista Roussel limpió sus gazapos de la primera parte con dos cuidados fragmentos de la Suite No.3 para laud, de J.S. Bach, una delicada Fantasía, de Fernando Sor, y una menos agraciada versión del Verano porteño, de Astor Piazzolla.
En la segunda parte acompañó a la soprano Violin, quien desgranó dulzura y estilo isabelino en su canción de John Dowland, acompañó con no siempre bien atinados gestos tres breves Volkslieder (Canciones populares alemanas), de Johannes Brahms; fue víctima de la dicción castellana en la melodramática “Vientos de octubre”, del salvadoreño Arturo Corrales, y al fin triunfó con arrobo en la nana “Durme, durme”, de Avril Anderson, aunque de idiosincrasia arabigo-española. Fue aquí donde el trío hizo honor a su nombre, ensamblándose con elegancia y suficiencia, que el público copioso, sin embargo no premió, solicitándoles ni un bis.

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