sábado, 28 de abril de 2007

BODAS DE PLATA DE ALFREDO RUGELES


Einar Goyo Ponte
La carrera del Maestro Alfredo Rugeles es una de las más impresionantes y calificadas del quehacer musical venezolano, y apenas celebra este año sus 25 de trayectoria. Hijo del insigne poeta Manuel Felipe Rugeles, ha cultivado el arte musical en varios estadios y disciplinas: la de estudioso, la de la composición, la de la dirección y la de la difusión. Ello lo ha llevado a exhibir el extraordinario currículo que figura en los programas de mano de sus conciertos, pero sobre todo a convertirse en invitado frecuente del mundo internacional, en todas sus facetas. Con la primera comparte el fruto de sus desvelos e investigaciones en el seno del Sistema de orquestas Juveniles e infantiles de Venezuela, con la segunda figura en grabaciones, antologías y gana premios y reconocimientos, y con la última lleva la antorcha del Festival Latinoamericano de Música de más de 15 años de vida.


Quizás la más notoria de sus actividades es la de director de orquesta, con la cual consigue reconocimientos más inmediatos, elogiosos y frecuentes. Y no sin razón. En manos de Rugeles la música adquiere una objetividad inusual. Es casi como si pudiese vérsele sus mutables tonalidades de color, cobra tamaño, peso, espesor, volumen, se hace casi tangible, tal es la pulsión de precisión métrica y tímbrica que signa su estilo de dirección. Su sensibilidad le impide caer, sin embargo, en la metronomía, ni en la fría disección formal de la obra que interpreta. Esa facultad desarrollada y refinada a lo largo de los años y del contacto con grandes músicos con los cuales ha compartido escena le permite extraer de la música ese ingrediente que no es precisamente musical, y que habita en el fondo de ella, el de la expresión, el de la emoción, el del contenido siempre abstracto, siempre relumbrante, siempre elusivo, pero cuyo rasgo, cuyo sendero hacia la epifanía está inequívocamente escrito en la partitura, para aquellos que sepan leerlo y describirlo. En estos 25 años Alfredo Rugeles se ha convertido en un aventajado y experto lector.


Eso, que quizás palabras menos complejas, pero más certeras podrían describir como la combinación entre inspiración y destreza, volvimos a atestiguar, en estado de gracia este pasado viernes 20 de abril en la Sala José Felix Ribas, en el concierto que inaugura la celebración de los 25 años de vida artística del maestro.


El mismo abrió con el estreno de una obra de su esposa, la compositora venezolana Diana Arismendi, Cantos de sur y norte, la cual está basada en una técnica compositiva que podríamos llamar intertextual, dado el uso de citas de obras previas, que van delineando el desarrollo sonoro y armónico de la partitura. En ella, una alusión proveniente de la Tanguitis del propio Rugeles marca el “sur” de la obra, la cual va derivando hacia un tema de Arismendi, de su Señales en el cielo, que representa el Norte, y que extraña o naturalmente, según la evolución tonal, se asimila al tema del Lento, de la Sinfonía del Nuevo mundo, de Dvorak. En el tránsito, y esto es lo emocionante de la obra, los temas hacen un primer contacto a través de otra cita, esta vez proveniente nada menos que del Preludio de la ópera Tristan und Isolde, contentiva de la pareja amorosa más famosa del teatro musical, en hermoso obsequio marital de la autora hacia su intérprete en su cumpleaños artístico.


Un poco fuera de lugar en la celebración resultó la parte concertante de la velada, con el Concierto para flauta y orquesta en re mayor, Op. 283, del alemán Carl Reinecke (1824-1910), por la interpretación de Peter-Lukas Graf, flautista suizo de renombrada trayectoria, pero que, a juzgar por su prestación, ha iniciado ya su declinación: poco fiato para las amplias frases, cansancio en las coronas, sonido poco prístino, pesantez en las agilidades. Obtuvo, no obstante una sensible interpretación de este concierto altamente melódico y lírico.


El punto cumbre del concierto lo constituyó, sin duda, la lectura de la Sinfonía No. 2 en re mayor, Op. 43,del finlandés Jan Sibelius. De la serie de sus 7 sinfonías, esta es mi favorita, por las dimensiones, por la nobleza de los temas, y por el juego de interacción y hasta narración que plantea con ellos, ofrecidos primero como tímidas células, que van en su desarrollo empapándose de nuevos elementos, se van transformando en otras evocaciones, algunas de ellas oscuras, como la del 2º. Movimiento, que ha sido asociado a la escena en la cual el personaje de Don Juan se enfrenta al ominoso Convidado de Piedra, hasta convertirse en la apoteósica declamación del final.


Rugeles fue armando este rompecabezas lírico con paciencia y tiempo meditado, extrayendo de la tímbrica de su Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar, así como del fraseo preciso de sus diferentes secciones instrumentales, lo más sustancioso y brillante de su sonoridad. Nunca había escuchado un trabajo tal con las cuerdas bajas, contrabajos y violoncelos, a quienes otorga el protagonismo del Andante, así como de la confección impresionante, bloque a bloque, nota por nota del gran crescendo que rubrica la sinfonía. Metales contundentes pero puntuales y exactos. Maderas valerosas que no se rendían ante el tejido orquestal para describir frases cruciales que revelan el carácter casi cíclico de la obra, y un soporte casi de bajo continuo titánico en la percusión. El ímpetu de las cuerdas en la pronunciación triunfal del hermoso tema crucial del tercer movimiento, y su potencia atómica en las cimas del desarrollo final. Aquello daba la impresión de transportarnos fuera de este mundo, y por un instante, creo que lo estuvimos.


Habitamos el universo particular creativo del maestro Alfredo Rugeles, en sus Bodas de Plata con la música.

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