domingo, 1 de abril de 2007

POR EL APLAUSO FACIL




Einar Goyo Ponte


¿Hay futuro para la ópera en la cultura venezolana? Durante casi dos siglos, el arte lírico formó parte muy significativa de la vida cultural citadina, fundamentalmente en Caracas, adonde acudían con notable regularidad (si recordamos que no existían el avión ni los transatlánticos) las compañías europeas y se convertían en importante fuente de ocio y contacto con las metrópolis foráneas. Compositores vernáculos, himnos nacionales, escuelas de canto, el desarrollo arquitectónico, la literatura, la dramaturgia, todo se vio influenciado por la frecuente visita de los elencos líricos que traían los recién estrenados títulos de Bellini, Donizetti y Verdi, en el siglo XIX, y de Puccini o Mascagni en el XX. Muchas veces arribaron primero a nuestras costas las obras maestras del romanticismo y el realismo europeo en sus versiones de melodrama que en sus originales teatrales o literarios. El desarrollo de orquestas, el talento de compositores criollos se vieron estimulados y beneficiados de ese contacto. Ya en el siglo XX, antes de la llegada del cine, la ópera y el ballet se disputaban el gusto de los caraqueños, y después de él, la ópera, sin embargo conoció un largo declive dorado, con la visita de un gran número de voces y directores históricos, gracias a los cuales, nuestros cantantes pudieron intentar desarrollar sus facultades e inclinaciones. Entre los años 50 y 70 del pasado siglo Caracas era una capital latinoamericana operística de cierta importancia, secundando iniciativas mejicanas o argentinas. Colombia, Brasil o Chile nos iban a la zaga.
Pero a partir de los años 80, a raíz de las devaluaciones del dólar y las crisis económicas, el melodrama venezolano entra en una precipitada decadencia de la que ni las gestiones del Teatro Teresa Carreño, la Compañía Nacional de Opera, las iniciativas de ópera popular gratuita, ni la ya desaparecida Fundación Amigos del Teatro Teresa Carreño lograron revertir. Cada vez fueron más escasas las figuras internacionales, cada vez más espaciadas sus visitas, hasta que desde hace más de seis años ya no hubo ninguna, las temporadas líricas se han ido reduciendo a una ópera por año, con cantantes incipientes, y una generación entera frustrada y perdida.
Este domingo 25 de marzo, la Sinfónica Venezuela ofreció una Gala Lírica, con una cantante italiana perteneciente a la Compañía del Teatro alla Scala, de Milán, para compartir con dos de nuestros cantantes más jóvenes: uno de ellos ya triunfador en las tablas nacionales y el otro en sus primeros pininos. La idea era encomiable. El resultado, sin embargo, fue decepcionante.
La primera razón fue la torpe organización del programa, más parecido a un cajón de sastre, que a un concierto donde las selecciones de ópera populares o favoritas tendieran a un gradual crescendo de la emoción, de las demostraciones de virtuosismo o resistencia de los cantantes, o se siguiera una senda histórica que diera idea de la evolución de estilos, detalle que siempre agradecen los noveles espectadores. No había nada de eso. Sólo unos fragmentos desordenados de diversas óperas, la mayoría verdianas, desconectadas entre sí las procedentes del mismo título, pero sin el menor sentido de la emoción. Zarzuelas mezcladas sin justificación con óperas italianas, Verdi, a montones, Bellini, después de él, Verdi otra vez, Puccini, Verdi otra vez para el final. Era como si sólo importara su popularidad, la posibilidad del aplauso fácil, sin mayor compromiso de los artistas.
Así fue la prestación de los cantantes: Carmen Giannatasio, bella voz de soprano lírico, abrió con un opulento y elegante “Tacea la notte” del Trovador, pero empezó a perder sonoridad y matiz expresivo en el trío del Acto I de la misma obra, a cantar apresuradamente y sin abandono lírico en un trozo donde esto es indispensable y lo primero imperdonable, como la “Casta diva” de Norma (Bellini). En ello insistió en un pobre “Vissi d’arte”, de Tosca (Puccini), y volvió a ser superada por la orquesta en el dúo del Acto IV, otra vez del Trovador, para cerrar con un intrascendente “La vergine degli angeli”, de La forza del destino (Verdi).
Nuestro barítono Franklín de Lima demostró arrojo y osadía, sobre todo por enfrentarse a un repertorio para el cual no posee el color ni el mordente, pero resolvió con ímpetu e intención los difíciles pasajes de Don Carlos y Trovador, aunque no impecablemente en lo musical. Daba la impresión de que él y el director Angelo Pagliuca no se entendían.
El tenor Jean Carlo Santelli tiene la dudosa virtud de hacernos sentir atrapados en un viejo fonógrafo, que sólo reprodujese las grabaciones menos venturosas de los tenores antiguos, como De Lucia o Lázaro, tal es lo ingrato de su timbre y lo arcaico de su estilo canoro. Tuvo además el mal gusto de incluir la socorrida “No puede ser” de La tabernera del puerto, de Pablo Sorozabal, en un programa de pura ópera italiana.
En medio de los desaguisados, el Coro de Opera Teresa Carreño brilló en su “Coro de gitanos”, de Trovador, y en el hermoso “Va pensiero”, de Nabucco, justo los dos momentos más afortunados de la dirección de Angelo Pagliuca, lenta, indiferente a sus cantantes y a los detalles dramáticos de sus partituras. Federico Scopone, esposo de la soprano Giannattasio, dirigió tres fragmentos orquestales dentro de aquel desorden musical, con cierta fortuna, pero sin la suficiente fuerza para arrancarnos del reino del bostezo en el que ya nos habíamos sumido.
¿Tiene futuro la ópera en la cultura venezolana? Mientras siga concibiéndose como la cenicienta de la música, y se prefiera este facilismo popular a hacerla con la profundidad y dedicación que requiere, como la compleja manifestación artística que es, me temo que no.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Efectivamente, tal cual lo plantea en su nota, no creo que la Opera tenga un venturoso futuro en nuestro país, al igual que otras manifestaciones artísticas como el ballet, el teatro o incluso algo "aparentemente trivial" como puede ser la visita a un museo o exposición de arte, y esto es porque, en definitiva no tenemos hoy día una cultura para el disfrute y goce de estos, ya que a la gran mayoría de la población, y lamentablemente se incluye a la masa joven, o no les importa o las desconocen en general. Por qué, no sé quizás la misma velocidad del mundo de hoy hace que nos alejemos de aquello en lo cual debemos detenernos y dejarnos embargar y arropar por lo sublime y lo bello y pensar "un poquito" sobre lo que significa o transmite (a diferencia de la TV o el cine) que incluso ya vemos pero no observamos realmente, no pensamos realmente. Pero aún así hay esperanza para estos géneros artísticos, en los pocos que como usted le dedican un espacio en el duro y frío mundo de hoy.

Beatriz Alicia García Naranjo dijo...

Estimado profesor, coincido plenamente con sus comentarios. Allí estuve (nos saludamos ese día) y tuve la misma impresión. Franklin De Lima, (que además es mi vecino, vivimos en el mismo edificio), por lo menos tiene una buena presencia escénica y un manejo de la voz encomiable. Lo considero una promesa de nuestra lírica, a pesar de todo y para como están las cosas. Aquí ciertamente la decadencia que ha habido en lo que a las artes escénicas en general se refiere es lastimoso. La danza y el teatro no están mejor.

Beatriz Alicia García

Anónimo dijo...

Es triste que en Venezuela se tenga tan poca cultura, y que a demas se cuente con periodistas tan mediocres que para lo unico que sirven es para descalificar las actuaciones de los artistas aqui nombrados, y que cuando vengan personajes de fuera los alaben por simple politiqueria aunque lo hagan fatal, en lo que a mi respecta las actuaciones de estos tres artistas fueron impecables, y no se por que se ensaño con el Tenor Santelli, que dicho sea de paso ha sido considerado una voz prodigiosa por maestros de la Lirica como Terranova que al final es la opinion que cuenta, y no la de personas que se ceen que por asistir a un par de operas ya son criticos de las mismas, para eso hace falta haber estudiado y tener un conocimiento amplio con respecto a la musica.