Einar Goyo Ponte
La música del brasileño Heitor Villa-Lobos es un extraordinario ejemplo de ese movimiento contradictorio que terminará por definir –es mi personal convicción-, no sólo la cultura latinoamericana sino nuestra propia identidad: el de la curiosidad y rechazo por la cultura metropolitana, aquella en la que fuimos colonizados; el de la apropiación de sus productos y la resistencia a internalizarlos; el de la selección libre por aquello de lo que nos creemos legítimos partícipes contra la pulsión que nos arrastra a un telurismo donde se pierden nuestros signos. Esa oscilación, ese impulso doble es lo que más se nos parece, y de allí han surgido extraordinarias obras de nuestra más genuina idiosincrasia: las iglesias mexicanas y peruanas, el son cubano, Cien años de soledad, la Gramática, de Bello, el tango, los murales de Siqueiros y la música de Villa-Lobos, entre otras.
Es lo que quedó demostrado este fin de semana en el Festival Villa-Lobos que produjeran la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar e invitados del propio Brasil, entre quienes destaca el director Isaac Karabtchevsky, de la Sinfónica Petrobras. Se trata de una música exuberante, sensual, atraída por la melodía europea, pero construida desde la base de la naturaleza americana, sus ritmos, sus formas indígenas y autóctonas. Obsesionado por Bach, fusionó sus estructuras fugadas y sus progresiones armónicas con el misterio del Brasil profundo, amazónico. En su música reconocemos las formas vanguardistas que Stravinsky, Debussy o Ravel instalaron en el sonido occidental. Lo escuchamos en los grandes coros oscuros, pero cuando se deja ganar por el melodismo la influencia que sentimos es la de Puccini, como en la escritura para la soprano, valerosamente ejecutada, frente a la gran masa sonora, por la brasileña Mirna Rubin, y en la portentosa orquestación de Floresta Amazónica. También en las más íntimas Bachianas Brasileiras No. 5, con la melodía más subyugante del compositor, estupendamente interpretadas por nuestra Margot Parés Reyna ; en el canto amazónico del Choros No. 10, concertado excelentemente por Karabtchevsky y los numerosos coros criollos liderados por el Movimiento Coral Cantemos, que dirigen Maibel Troia y María Guinand; en la concienzuda interpretación de Annette León del Concierto para arpa, que le da una envergadura similar a la de las grandes obras para piano al señorial instrumento de largas cuerdas, y por último, en las Bachianas Brasileiras No. 3, donde a la correcta lectura del pianista brasileño Marco Antonio de Almeida sumó el director un sentido del ritmo, la variación y la melodía, que descubre al gran lírico que era Villa-Lobos, al lado de su indiscutible modernidad.
Es lo que quedó demostrado este fin de semana en el Festival Villa-Lobos que produjeran la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar e invitados del propio Brasil, entre quienes destaca el director Isaac Karabtchevsky, de la Sinfónica Petrobras. Se trata de una música exuberante, sensual, atraída por la melodía europea, pero construida desde la base de la naturaleza americana, sus ritmos, sus formas indígenas y autóctonas. Obsesionado por Bach, fusionó sus estructuras fugadas y sus progresiones armónicas con el misterio del Brasil profundo, amazónico. En su música reconocemos las formas vanguardistas que Stravinsky, Debussy o Ravel instalaron en el sonido occidental. Lo escuchamos en los grandes coros oscuros, pero cuando se deja ganar por el melodismo la influencia que sentimos es la de Puccini, como en la escritura para la soprano, valerosamente ejecutada, frente a la gran masa sonora, por la brasileña Mirna Rubin, y en la portentosa orquestación de Floresta Amazónica. También en las más íntimas Bachianas Brasileiras No. 5, con la melodía más subyugante del compositor, estupendamente interpretadas por nuestra Margot Parés Reyna ; en el canto amazónico del Choros No. 10, concertado excelentemente por Karabtchevsky y los numerosos coros criollos liderados por el Movimiento Coral Cantemos, que dirigen Maibel Troia y María Guinand; en la concienzuda interpretación de Annette León del Concierto para arpa, que le da una envergadura similar a la de las grandes obras para piano al señorial instrumento de largas cuerdas, y por último, en las Bachianas Brasileiras No. 3, donde a la correcta lectura del pianista brasileño Marco Antonio de Almeida sumó el director un sentido del ritmo, la variación y la melodía, que descubre al gran lírico que era Villa-Lobos, al lado de su indiscutible modernidad.
Escucha las Bachianas brasileiras No. 5, con Anna Moffo y Leopold Stokowski, más abajo, en Audibilis.
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