sábado, 2 de junio de 2007

PENDERECKI A LA BATUTA





Einar Goyo Ponte


Krzysztof Penderecki es seguramente uno de los más importantes compositores vivos. Es un artista que ha luchado contra tiranías, invasiones, persecuciones religiosas e ideológicas en su atribulada Polonia, castigada bajo el yugo soviético. Uno de los principales méritos de Penderecki es haber prácticamente reinsertado el sentido religioso católico en el devenir de la historia musical del siglo XX, tan iconoclasta, tan rebelde, tan atonal y ateo, y ello, en un contexto de adversidad política -la misma enfrentada por Karol Wojtyla y Lech Walesa-, tiene una particular significación de valentía y defensa de convicciones e ideales.
A Penderecki lo hemos visto en nuestro país varias veces dirigiendo sus obras religiosas. En esta ocasión del domingo 27, mientras el país vivía sus propias conmociones políticas, el compositor vino a dirigir a Beethoven y una obra “profana” suya.
El Beethoven escogido no se eximía de la connotación política pues se trataba de su Sinfonía No. 3 “Eroica”, dedicada a Napoleón cuando el compositor lo creía adalid de la libertad, para luego tachar con furia su nombre de la partitura al contemplarlo autocoronarse emperador y traicionar los ideales de la Revolución. La obra conserva, no obstante, la nota épica que se siente en la magnificencia de los temas y en su impulsiva narrativa. Sin embargo, Penderecki, gran compositor y director de sus obras, no mostró el mismo rigor con el inmortal sordo. La dirección de la obra resultó ruda, de escasas dinámicas, y no demasiado cuidado en la pulcritud tímbrica, como se notó en los cornos en el Scherzo y en otros pasajes de cuerdas.
Más interesante fue la audición de su Concierto para piano y orquesta “Resurrección”, que contiene citas a la 2ª sinfonía de Mahler, desde la misma apertura, pero también a las “músicas sobrenaturales” intentadas por Saint-Saëns en su Danza macabra, Berlioz en su Condenación de Fausto y la Sinfonía fantástica, y Dukas en su Aprendiz de brujo. Berlioz y Mahler vuelven a acudir en la orquestación tumultuosa dispuesta para la obra, la cual incluye gongs, campanas y trompetas fuera de escena, pero que enfrentadas al piano terminan sepultando su sonoridad, basada en una digitación feroz. La obra adquiere momentos de impacto, pero su sentido, al menos en una primera audición, se nos queda lejano. El pianista Florian Uhlig fue empeñoso y valiente ante esta desigual batalla para la que se le convocó. Penderecki dio rienda suelta a su pasión por la sonoridad dramática y gigantesca, que entusiasma también a nuestra Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar.

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