Einar Goyo Ponte
El concierto del 77 aniversario de la Orquesta Sinfónica Venezuela, recién regresada de una gira por Rusia e Italia, promovida por el Gobierno venezolano estaba pautado originalmente para el viernes 22, pero hubo de celebrarse después por una de esas extrañas disposiciones que ahora son frecuentes en el Teatro Teresa Carreño, las cuales suspenden o alteran calendarios y horarios de eventos o ensayos, acordados en ocasiones con meses de antelación, en aras de los ahora prioritarios actos oficiales, programados a discreción del Presidente de la República. No importaron el aniversario, festejado tradicionalmente en el país cultural, en esta fecha, ni los compromisos internacionales de los artistas involucrados en él, ni los arreglos para el brindis tradicional, con agencia y personal contratado. Todo salió bastante bien, a pesar de las urgencias, pero el director alemán Raoul Gruneis, batuta invitada para el cumpleaños, tuvo que salir corriendo tras el concierto, el cual fue ejecutado de un tirón (sin intermedio, en un programa de casi dos horas), sin poder tomarse su merecida copa de champaña, para no perder su avión.
El programa aniversario abrió con la Fuga con Pajarapinta bimodal y Seis numerao, de la Suite para cuerdas, de Aldemaro Romero (obra que ya va siendo hora de que volvamos a escuchar completa en sus 4 movimientos), dirigida por Herr Gruneis con exquisita delicadeza, extrayendo finos matices dinámicos, y ajustándose al intrincado ritmo llanero combinado que el compositor enhebró en esta pieza.
Continuamos con el Concierto No. 5, en mi bemol mayor, para piano y orquesta, “Emperador”, de Ludwig Van Beethoven, en la diáfana y concienzuda interpretación de la pianista venezolana Edith Peña, quien en varios pasajes dio la impresión de estar accionando una caja de música, tal era la delicadeza y nitidez de su sonido. No siempre exacta en su digitación, a veces perjudicada por la irregularidad del pulso del director, y pasmada en un excesivamente lento segundo movimiento, concluyó de manera pujante su lectura, aunque a ratos el rondó final, luciera desprovisto de casi todo interés y tensión expresiva.
El final del concierto lo constituyó una selección del Richard Wagner sinfónico. Hay que recordar que Gruneis debutó en Venezuela dirigiendo el Lohengrin presentado en el TTC, en 1994, con esta misma orquesta. Así se incluyó el hermoso preludio de esta ópera, tocado con bastante enjundia, para luego pasar a una selección de tres fragmentos de Los maestros cantores de Nuremberg: el preludio, el preludio al tercer acto, la Danza de los aprendices y la coda del acto final. Aquí volvió a hacerse notar el pulso indeciso de Gruneis, a quien esa falta de tensión y firmeza rítmica hace que la música se le desordene y empiece a hacerle aguas como a un barco torpedeado. Por fortuna siempre llega a puerto, pues sabe coronar sus ejecuciones, con cierta pericia, pero el transcurso, a veces es muy penoso. En su descargo recordamos la premura en la cual las causas ajenas a su voluntad lo habían atrapado.
El programa aniversario abrió con la Fuga con Pajarapinta bimodal y Seis numerao, de la Suite para cuerdas, de Aldemaro Romero (obra que ya va siendo hora de que volvamos a escuchar completa en sus 4 movimientos), dirigida por Herr Gruneis con exquisita delicadeza, extrayendo finos matices dinámicos, y ajustándose al intrincado ritmo llanero combinado que el compositor enhebró en esta pieza.
Continuamos con el Concierto No. 5, en mi bemol mayor, para piano y orquesta, “Emperador”, de Ludwig Van Beethoven, en la diáfana y concienzuda interpretación de la pianista venezolana Edith Peña, quien en varios pasajes dio la impresión de estar accionando una caja de música, tal era la delicadeza y nitidez de su sonido. No siempre exacta en su digitación, a veces perjudicada por la irregularidad del pulso del director, y pasmada en un excesivamente lento segundo movimiento, concluyó de manera pujante su lectura, aunque a ratos el rondó final, luciera desprovisto de casi todo interés y tensión expresiva.
El final del concierto lo constituyó una selección del Richard Wagner sinfónico. Hay que recordar que Gruneis debutó en Venezuela dirigiendo el Lohengrin presentado en el TTC, en 1994, con esta misma orquesta. Así se incluyó el hermoso preludio de esta ópera, tocado con bastante enjundia, para luego pasar a una selección de tres fragmentos de Los maestros cantores de Nuremberg: el preludio, el preludio al tercer acto, la Danza de los aprendices y la coda del acto final. Aquí volvió a hacerse notar el pulso indeciso de Gruneis, a quien esa falta de tensión y firmeza rítmica hace que la música se le desordene y empiece a hacerle aguas como a un barco torpedeado. Por fortuna siempre llega a puerto, pues sabe coronar sus ejecuciones, con cierta pericia, pero el transcurso, a veces es muy penoso. En su descargo recordamos la premura en la cual las causas ajenas a su voluntad lo habían atrapado.
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