Einar Goyo Ponte
El Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela se homenajea y festeja a sí mismo, organizando conciertos con sus distintas secciones. El viernes 11 asistimos a un concierto de su sección de cuerdas, con un programa el cual, ante el resultado escuchado, se hace deseable de hacerse y someterse a la audiencia con mucha más frecuencia de lo que es habitual. En otras ocasiones hemos disertado acerca de la obsesividad de los repertorios de nuestro quehacer musical. Se tiende al estancamiento en el período romántico y las primeras vanguardias: un compás de apenas 100 años de historia musical es lo que recibe el público melómano de parte de sus orquestas. El repertorio barroco se deja para los períodos de calentamiento de las agrupaciones, y se desarrolla de manera más bien negligente y sin propiedad estilística. ¿Desde cuando no se invita a Haydn, Stamitz o Richter a nuestras salas? Y un ciclo de sinfonías, conciertos de piano o de violín de Mozart, ¿por qué se hace tan difícil de programar? ¿Cuándo menos Beethoven y mas Schubert? ¿Más Schumann o Brahms en lugar de los enormes y hasta pretenciosos Mahler y Bruckner?
Ese viernes pudimos escuchar, en una versión casi stokowskiana, el célebre Concierto para cuatro violines de Antonio Vivaldi. Incisiva, imponente en sonoridad, por ser una sección de cuerdas sinfónica quien lo ejecutaba, en lugar del ensamble de una docena de músicos respaldando a los solistas, además se mostró celosa del estilo y sus juegos de dinámica y concitación agónica, imprescindibles al barroco. Hubiéramos deseado más afinación de parte del concertino, pero fue una atractiva interpretación.
Estos elementos funcionaron mucho mejor en el Concierto de Brandemburgo No.3, sólo para sección de cuerdas, de Johann Sebastian Bach, tocado con tal pasión y vehemencia, que nos recordó uno de nuestros discos favoritos de juventud: la integral de los Brandemburgueses con la Orquesta del Festival de Marlboro, dirigida por Pablo Casals, antes de la aparición de las versiones filológicas de Harnoncourt o Pinnock, lo mejor en este apartado: es una modernidad que Bach siempre ha merecido.
El concierto concluyó con una suntuosa versión de la extraordinaria Serenata para cuerdas, de Peter Ilyich Tchaikovsky, obra de absoluto genio y encanto, a la par de sus grandes conciertos o sus oberturas, por la finura melódica, y sobre todo la originalidad de formato de sus movimientos: estructura cíclica entre las partes extremas, el desarrollo libre del vals central, la gradación ascendente y descendente de la elegía y el rondó del tema ruso, variación inusitada del tema principal de la obra. Coordinados de manera precisa y redonda por el concertino Ramón Román, dieron una lectura brillante y penetrante de esta obra.
Para mí además fue un reencuentro con obras que me acompañan desde mis veinte años, en los primeros discos que constituyeron mi discoteca de vinyl, y con los cuales me adentré en el arte de estos tres pilares de nuestra música occidental. Quizás por ello las añoró en los repertorios de nuestras salas.
Aquí les dejamos escuchar el primer movimiento del Brandemburgo 3, desgraciadamente no en mi añorada versión de Casals, pero sí una de poderosa lectura original barroca.
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